Bajo la luz nocturna de un pan mascado, orillo este río putrefacto que escurre como cazuela derramada. Por culpa de esta hambre todo lo confundo con comida. Soy una bazofia.

¡Hambre! ¡Hambre! Repite mi estómago en gutural idioma, o quizás lo que escucho es el eco de mi vacío estomacal. Parece una protesta intestinal, el reclamo interior de mi lombriz solitaria, aunque seguro soy más solitario que ella, mi lombriz por lo menos me tiene a mí, que le doy de comer cuando puedo. En cambio yo no tengo a nadie, soy un gusano en un mundo ácido más vacío que mi estómago.

Soy pobre, ni recuerdos de mis padres tengo. Por salud mental comencé a olvidarlos desde el día en que me fui de la casa y ya no tengo rostros que buscar.

Nadie me quiere. No le gusto a nadie. Un perro me confundió como sauce llorón al mearse en mis zapatos. También me consideran los zancudos para chuparme la sangre, me rodean como moscas en la mierda. ¡Mierda humana! ¡Eso soy! Huelo a mierda. Por eso en la calle la gente me esquiva y camina tras de mí conservando la distancia, para no pisarme los talones, pues nadie quiere pisar mierda. Incluso mi sangre sabe a mierda, lo sé, he matado y comido 3 zancudos. Qué imbécil, comer zancudos no aplacará mi maldita hambre. Esta ansiedad que me obliga a comer la tierra de mis uñas. Muerdo uñas, desgarro, trituro con las muelas, descubro el sabor metálico de la sangre de mis dedos. Acabo las uñas de las manos. No alcanzo a morderme los pies. Mi vacío no cesa, como tierra, bebo el río.

Entierró las manos en la tierra. Mi último atracón. Trago tierra, me entierro vivo, me sumerjo al rio y nado hacia la luz de un pan mascado. El reflejo en el agua parece una escalera. Mis chapoteos la destruyen, pero la escalera más allá es perfecta, luminosa, preciosa, esperándome. Y Nado sin llegar.

Seré la mosca en la cazuela y mañana me encontraran flotando. Espero que esta vez, a la hora de la cena, mis padres me reconozcan cuando aparezca en las noticias. Yo, servido, su plato preparado sin amor.