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Inicio / Cuenteros Locales / albertoccarles / Mujer (una historia que nunca me contaron)

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Génesis 2, 1, 27 Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó.

Solo, hombre experimentaba con el mundo de sus alrededores. Los cinco sentidos lo tenían asombrado. En un espejo de agua descubrió su propia imagen, sus manos recorrían afanosas la piel en toda su extensión y luego intentó prolongar el contacto a través de la superficie del agua. Bebió de las manos, y luego comenzó a jugar con la tierra gredosa de la orilla. Sus manos moldeaban al azar trozos de ella, los contemplaba, y luego los unía entre sí sobre la playa arcillosa. Se miraba, se tocaba, y volvía a esa tierra amarilla que poco a poco iba tomando la forma que observara en el agua. También regresó allí para buscar semejanzas. Un bosquejo redondo, sin facciones, modeló lo que parecía una cabeza; después, en el cuello, logró darle una forma suave y delgada. Fue sencillo bajar hacia los hombros. Las manos se deslizaban por ellos complacidas. Y los brazos fueron torneados por los dedos, con dedicación, pues quedaban pegados a esa forma casi perfecta que los recibía... Articuló los codos, continuó hacia las manos. Ahhh, ¡las manos! Allí se inclinó con espíritu detallista. Copiaba una suya, y trabajaba con la otra. Abundante material adjuntó para el torso. Y amasó, hacia arriba y hacia abajo. El vientre plano, el pecho abierto hacia arriba. Pasaba las palmas como acariciando algo ya muy suyo. Se tocó, se contempló, y con las manos llenas de tierra bajó hasta los muslos, que también llevaron su material y esfuerzo. Los torneó más finos. Luego tomó la figura por debajo y se entretuvo largo rato modelando sus nalgas. Siguieron las piernas y los pies, pequeños, muy pequeños. Regresó a la entrepierna. Se miró, y comenzó a copiar sus genitales. Posó una mano en el bajo vientre y los hizo de su misma naturaleza. Luego se miró nuevamente en el agua, comparó, y comenzó a delinear el rostro. Una y otra vez bajó hasta el lago, a contemplarse. Regresaba y avanzaba. Una y otra vez. En una de las tantas, se encontró con el Señor, que lo contemplaba con curiosidad.

“¿Qué haces?”, escuchó hombre. Señaló con un gesto la estructura arcillosa que habían modelado sus manos:
-Una compañía- Y luego solicitó:- Sóplalo, por favor. Ahora sóplalo...- Su mirada era abierta, franca; no admitía una negativa.
“No sabes lo que dices”, volvió a escuchar. “Esa compañía es incompleta.”
-Tal vez, pero eso no me importa...- Luego:- ¡Dime porqué es incompleta...!
-“Porque es igual a ti”.
-¿Y cómo debería ser, entonces...?
-“Para ser verdadera compañía, deberían complementarse...”
-Ahhh, entonces....- y hombre miraba detenidamente la figura que emergiera por sus manos de la tierra-. Dime que debo hacer para que sea una verdadera compañía...
-“Toma la tierra que le agregaste en la entrepierna, y colócala en el pecho. Eso; ahora regresa y alisa bien esa superficie. Luego hunde el dedo medio allí y forma la huella que será tu perfecto complemento...”

Hombre siguió las instrucciones, y luego solicitó:
-Sóplalo ahora; hazlo ya, antes de que llueva-. Negros nubarrones amenazaban con lluvia. El Señor hizo un gesto, y el sol volvió a salir.
-¡Sóplala deberás pedir. La compañía será ella, no él. Has creado una compañera...”
-Sóplala, entonces, de una buena vez, o me iré y no me verás más...

La insolencia de hombre lo hizo sonreír (o algo similar, indeciblemente hermoso) al Señor:
-“Antes deberás prometer algo.”
-Prometer... no te entiendo.
-“Cuanto te hice a ti, yo te hice libre. Sabes que eres mi única creación fuera de mis infinitos poderes. Ella deberá ser también libre. Libre de mí, y también libre de ti.”
-No comprendo, si será mi compañía, estará conmigo. ¿Para qué querrá ser libre de mí?
-“No se trata de que ella lo quiera o no lo quiera. Para ser, ella deberá ser como te digo.”

Hombre miraba la figura estática en el suelo, la acariciaba por momentos, corregía con mano delicada algunos detalles, hasta que finalmente se incorporó:
-Hazlo, por favor. Sóplala ya, y será como tú dices...

El Señor se inclinó sobre ella y sopló dentro de sus labios. Una corriente similar a un tenue rayo recorrió el cuerpo dormido, y los ojos de ella se abrieron. Las alas de la nariz se agitaron, y de su boca surgió un gemido. Hombre la miraba. Extasiado. Acercó sus manos y comenzó a tocarla. La piel ajena le despertó una extraña ternura. Acercó su cara a la de ella, que lo miraba, curiosa pero confiada. Ella también comenzó a tocarlo.

El Señor se retiró. Sabía que sólo le estaba dado crear con el soplo divino, e iluminar luego a sus creaciones. Pero no le era posible tocar con manos, ni sentir el roce de otra piel sobre algo suyo. Se volvió hacia ellos, que se acariciaban con movimientos que parecían no tener fin y sonrió (o algo similar, de innombrable belleza). “Si fuera posible”, caviló con un dejo de melancolía, “ahora sentiría envidia hacia ellos.”

Sabía que únicamente podría amarlos desde su incomparable distancia, y que a partir de ahora lo haría con inmarcesible intensidad . Y también sabía que sufriría infinitamente por ello.













Texto agregado el 15-08-2004, y leído por 337 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
15-08-2004 Muy bueno y bien contado. Evolucionada versión de la hermosa leyenda. Ojalá nos llegue ese soplo de libertad. juanrojo
15-08-2004 !Qué hermosa versión del Génesis! margarita-zamudio
 
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