Oí un grito.Te moviste frente a ella con paso elegante, como si bailaras y con un rápido movimiento de tu brazo, le cortaste la garganta.
La sangre me salpicó la frente. Estaba tibia.
La mujer yacía inmóvil en el suelo. Uno de sus pies descalzos estaba peligrosamente cerca del mío. Retrocedí lentamente, sobrecogida.
Tu registrabas la habitación. Te movías rápidamente en la oscuridad, abriendo cajones y vaciándo su contenido. Alto y oscuro, rápido y cruel, así te me antojabas.
Llevabas un fajo de billetes entre los dedos cuando te volviste hacia mí. Te acercaste con un esbozo de sonrisa que me estremeció, sigilosamente. Me miraste profundo a los ojos, con aquella expresión intensa que me hace imposible mantenerte la mirada.
- Una princesa, coronada con una tiara de rubíes- susurraste cerca de mi oído.
Era verdad. La sangre brillaba en mi frente cuando me asomé al espejo. Sólo alguien como tú podría convertir algo grotesco en una metáfora tan hermosa. Ante tus ojos pasé de ser una chiquilla con la cara manchada, a una reina blanca con una corona de joyas tan rojas como la sangre decorándole la frente.
Así eras tú. Siempre. Desde el principio.
A veces cuando dormías, me deleitaba en recordar la primera vez que te había visto. Fue una noche de mayo. Hacía rato que dormía, con la ventana abierta pues el calor era insportable. Debo haber estado soñando, algo sombrío tal vez.Y de pronto desperté y ahí estabas tú frente a mí. Tenías un martillo en la mano derecha. No podía verte el rostro pues estabas de espalda a la ventana y la luz de la calle dibujaba tu silueta alta y desgarbada. Supe en un segundo quien eras. Con el corazón en la boca, estiré la mano para encender la lámpara, lentamente, cuidando que no lo notaras. Sabía que habías venido a matarme, ¿No eras tú de quien hablaba todo el mundo?
Estabas acercándote en silencio cuando la luz se encendió. Retrocediste sorprendido, la confusión en tu rostro. Alzaste el martillo para golpearme de una vez y al ver que no me movía, que no suplicaba ,que te mantenía fija la mirada, te detuviste.
Tratando de dominar el temblor en mis dedos, comencé a abrir lentamente mi camisón. Pude ver como tus ojos se teñían de sopresa.Fueron segundos silenciosos e interminables. Luego te inclinaste sobre mí y cogiéndome del brazo, me sacaste bruscamente de la cama.
- Coge tus cosas y ponte algo de ropa.- dijiste sin bajar el martillo- Te vas conmigo.
Y sin decir una palabra, obedecí.
¿Cuánto tiempo hacía de eso? Dos años, quizá más. Habíamos hecho de la carretera nuestra casa. Era tal la rapidez con la que podías robar un coche y abandonarlo dos días después,que tuve que aprender a acurrucarme en distintas posiciones para poder descansar. Eso hasta el día en que me obligaste a dormir sobre tí, apachurrada contra tu pecho. Tu respiración, el latido de tu corazón, todo conspiraba para no dejarme pegar un ojo en toda la noche. Me dedicaba a mirarte simplemente. Aprendí de memoria cada línea de tu rostro anguloso, la forma prominente de tus pómulos y la dureza de tu mandíbula cuadrada. El cuello largo, la pronunciada manzana de adán, las oscuras cejas crueles, los estrechos ojos negros. Cada noche, mientras me mantenías apretada contra tu torso, yo te observaba, insomne. Me aterrabas y me fascinabas. Recreaba en mi mente las veces que me habías obligado a ver como matabas. Parecía deleitarte el hecho de que te estuviese observando. Y a pesar del miedo o el asco, yo no podía quitarte los ojos de encima. Me parecía una obra de arte tu crueldad, algo exquisito y delirante.
Me descubrí enamorada de tí hasta la médula de los huesos. De tu voz gutural y de tus ideas misántropas. De la sardónica forma en que despreciabas al mundo y lo redibujabas con el filo de tu navaja.
No tardaron en venir los besos, las promesas oscuras susurradas en mi oído mientras me embestías con tu falo palpitante. Nos echábamos a hacer el amor entre las víctimas, con las habitaciones en desorden y las cosas desparramadas por el suelo. Rodeados de caos y muerte, los cuerpos desangrándose en el suelo a nuestro alrededor, manchando de rojo nuestras espaldas desnudas.
Luego cogíamos el dinero, lo que pudiésemos vender y nos marchábamos, dejando una estela de oscuridad a nuestro paso.
Pude comprobar que ya nadie me buscaba. Era solo otra chica de 17 años desaparecida en una ciudad tan grande que finalmente nadie se había molestado en dar conmigo. Otra muchacha que quizá había huido de casa para prostituirse. Otra chica que quizá alguien había descuartizado y disuelto en ácido.
Fué cuando cumpliste 29 que me atreví a matar por primera vez. Entramos a una casa cualquiera por la ventana del primer piso y me cargaste en tus brazos hasta la puerta de la habitación principal. Luego me besaste en la boca y me dejaste bajar. Yo me acerqué lentamente hacia el bulto en la cama, levanté mis ojos hacia tí y dí el primer golpe. Le machaqué la cabeza con un bate al hombre dormido, mientras tu sujetabas a la mujer que se retorcía y chillaba. Te vi apretar su cuello con una de tus manos hasta que puso los ojos blancos y simplemente dejó de gritar. En aquel momento todo quedó en silencio. Viniste hacia mí, ágil como un felino, con la navaja abierta. Sin dejar de mirarme, cogiste una de las lívidas manos de la mujer, cortaste su dedo anular y tomaste mi mano. Con suavidad me pusiste el anillo ensangrentado y tu voz fue un susurro de terciopelo.
- Ven conmigo, sé mi consorte en las tinieblas-pediste simplemente.
Desde entonces y para siempre, iré contigo. Seré lo que quieras que sea.
Una princesa con una tiara de sangre, una consorte de la oscuridad. Una niña perdida en la ensoñación de la violencia, que se duerme sobre tu pecho cada noche, amando tu corazón de bestia.
Eso es lo que soy, lo que he nacido para ser. Supe que iría contigo antes de que me lo pidieras, y esa noche de mayo cuando entraste en mi cuarto para romperme la cabeza con el martillo,me desnudé frente a tí y te mostré la estrella satánica que me había hecho tatuar a escondidas bajo los pechos.
Estrella que tiene su par exacto en la palma de tu mano izquierda, y que azorado y conmovido juntas todas las noches como dos partes de una figura perfecta.
Y hoy que ya sembramos la muerte, dejaremos esta casa en penumbra y haremos nuestro destino en la carretera, hasta que el anhelo nos arrastre denuevo a la matanza. A dibujar el mundo con el filo de nuestro desprecio,a buscar diamantes sangrientos entre carbones y cadáveres.
Y cada noche nos recostaremos uno contra otro, ríendo, porque somos creaturas de la sombra que encontraron su reflejo. Que han hecho del cuerpo del otro, el refugio más perfecto. Apoyarás tu mano en mi vientre, estrella contra estrella y sellaremos nuestro destino para siempre, más allá de los confines de la vida humana, sus dogmas, sus mentiras y sus miserias.
http://www.youtube.com/watch?v=ZpmNUm8--Jc
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