PARTE II)
En los días previos a la fecha del nombramiento del nuevo gerente Lanteri adoptó una postura extraña, que a su viejo compañero le resultaba perturbadora. Sentado en su escritorio del fondo, en los momentos en que no estaba escribiendo o leyendo algún documento fijaba la vista en Ochoa, y se quedaba mirándolo con una cara seria e inexpresiva, que éste no podía escrutar. Cada vez que Ochoa, que estaba de espaldas a él, se daba vuelta para agarrar alguna carpeta o buscar un expediente, se encontraba de frente a los dos ojos saltones de Lanteri, que lo miraba fijo, imperturbable, sin quitarle la vista de encima ni por un momento.
Luego de unas primeras horas de desconcierto, finalmente supo lo que sucedia, lo estaba siguiendo de cerca, observaba con detalle cada movimiento suyo, cada mínimo gesto. Si se levantaba a buscar algo o iba a conversar con algún otro empleado Lanteri lo seguía con la mirada, girando siempre la cabeza en la dirección en la que él estaba. A veces Ochoa disimuladamente tiraba un papel al suelo para luego levantarlo y mirar de reojo a Lanteri, y lo veía siempre mirándolo fijamente, con ojos de gato, sin hacer ningún gesto ni ningún movimiento.
Al cabo de unos días se sentía acosado, perturbado, vigilado hasta la exasperación, hasta tal punto que comenzó a controlar sus movimientos y a conversar con los demás lo menos posible, a raíz de la incomodidad que le causaba la mirada penetrante de su adversario. No quería comentar el tema con sus superiores, ya que temía que lo tomaran por un empleado conflictivo y eso pudiera afectar su ascenso. Se limitó a aguantar la mirada, y a pasar el dia entero sin dirigir la vista hacia el escritorio de Lanteri. Ahora no solo no le dirigía la palabra sino que también le daba miedo mirarlo, como si fuera un ser revulsivo y peligroso.
Una semana después, notó que unas gotitas de café habían caído sobre un informe que acababa de imprimir, y que le debía presentar a su jefe, todo había sucedido en el corto lapso en que se ausentó para ir al baño. Otro día se dio cuenta de que se le había acabado la resma de papel, y debió pedirle unas hojas prestadas a uno de sus compañeros. Mas tarde advirtió que alguien había arrancado unos puntos de costura del forro de su sobretodo. No pudo evitar comenzar a sentir un intimo desprecio por su compañero de oficina, la compasión inicial por ese pobre hombre había dejado paso a una sensación de repulsión y de odio visceral.
El último día de ese mes, Francisco Ochoa fue llamado a la oficina de su jefe, en forma urgente. Estuvo reunido con él por mas de una hora, al cabo de la cual salió exultante: había sido designado gerente del área siniestros, su sueldo se incrementaría en un treinta por ciento desde el próximo mes, tendría un despacho para él solo y una secretaria. Al recibir la noticia sus compañeros se abalanzaron sobre él, lo abrazaron y le desearon suerte. En medio del júbilo pudo ver en el fondo a Lanteri, que estaba escribiendo en un papel con una birome, sin inmutarse. Antes de que Ochoa volviera a sentarse, Lanteri se levantó, tomó su abrigo, les dijo a sus compañeros que estaba descompuesto y se retiró de la oficina.
Cuando Ochoa se sentó en el escritorio que había ocupado por mas de veinte años, y que usaría ese dia por última vez, comenzó a recoger sus papeles, cuando vió una nota manuscrita apoyada con un pisapapeles, que decía: “Ud. es un traidor. No supo guardar un secreto. Se aprovechó vilmente de mi debilidad para conseguir el puesto. Aténgase a las consecuencias. También yo tengo un secreto suyo. ¿Se acuerda que ud confesó su affaire con la mujer esa de contaduría? ¿Su señora lo sabe? ¿Su hija lo sabe? Tampoco yo puedo guardar secretos mucho tiempo. Como ve, somos malos los dos. Tengo su dirección y teléfono. Su mujer e hija estarán alegres de verme. El domingo iré a almorzar con uds. Será interesante. PD: ¿prefiere vino tinto o blanco? Firmado: Su fiel amigo”
Ochoa tuvo que hacer un esfuerzo para contener su furia. Hizo un bollo con el papel y lo arrojó con desprecio al cesto de basura. Sus compañeros no se dieron cuenta de su turbación, durante el resto de la tarde recibió llamados y visitas de empleados de otras oficinas, que venían a felicitarlo por el ascenso. Al llegar a su casa su mujer había preparado una fiesta, a la que había invitado a su hija, su yerno, sus dos nietos y algunos amigos intimos de la familia. En medio de esas horas de felicidad terminó por olvidar sus entredichos con su oscuro adversario.
Al día siguiente se instaló en su nueva oficina, conoció a la que sería su secretaria, recibió algunas directivas de sus superiores y comenzó a estudiar con atención los expedientes y casos que debía resolver. En su nuevo cargo tenía mayores preocupaciones que antes, pero esto era compensado por el hecho de tener un sueldo considerablemente mayor. Aquellos que habían sido hasta ese momento sus compañeros de oficina pasaban a ser ahora sus subordinados. Ocupado en su trabajo, corrigió innumerables informes y estados contables, participó de numerosas reuniones con los directivos de la empresa y debió recibir a importantes clientes y a ejecutivos de otras compañías. Al terminar su primera semana de trabajo, el dia viernes, se encontraba realmente extenuado. Ansiaba el momento de disfrutar el fin de semana en la paz del hogar.
El sábado siguiente repitió su rutina de siempre: mate y tortas fritas en la cama, alguna película repetida en la televisión, lectura relajada del diario, crucigramas y grillas… Al dia siguiente el domingo se presentaba soleado, con un cielo diáfano, casi sin nubes. Un momento ideal para pasar una hermosa tarde con su familia. A las doce en punto llegaron su hija, su yerno y sus dos nietos, y se volvió a repetir la sencilla rutina de juegos infantiles en el living, compartidos entre nietos, el padre y el abuelo. Desde la cocina llegaba un olor a pan recién horneado, junto con el aroma de la salsa de tomates que madre e hija preparaban, mientras por el aire se levantaba una nube de harina, que se elevaba por encima de los tallarines que ambas mujeres amasaban con ahínco.
A las doce y media, cuando los fideos ya habían sido echados en la enorme olla, la señora de Ochoa llevó a la mesa una bandeja llena de fiambres, salame, jamón, aceitunas y queso, acompañada de una botella de Amargo Obrero, que los dos hombres comenzaron a degustar mientras esperaban la comida. A los pocos minutos comenzó el ritual dominical del almuerzo compartido en familia, en el que se mezclaban los chismes sobre personajes del barrio, comentarios sobre los partidos de futbol que se jugarían esa tarde, divagaciones sobre temas cotidianos y alguna reflexión superficial sobre la política. La hija de Ochoa había preparado una tarta de ricota, que según decía, le había salido exquisita.
Estaba toda la familia disfrutando de los postres, invadida por la somnolencia y la monotonía del silencio dominical, cuando de golpe el chillido del portero eléctrico produjo un leve sobresalto a los adormilados comensales. Inmediatamente la señora de Ochoa fue a ver quien llamaba, y volvió al cabo de unos segundos, con el entrecejo fruncido, y dirigiéndose seriamente a su esposo le dijo al oído: -Es Lanteri, está subiendo para acá. ¿Para qué lo invitaste? ¿Por qué no le dijiste que viniera mas tarde?
Ochoa se puso pálido. No tuvo tiempo de contestarle a su señora, ya que el timbre de la puerta se lo impidió. Al abrirla todos vieron la figura de ese hombre escueto, demacrado, con aspecto enfermizo, vestido con un traje arrugado, una corbata anticuada y unos zapatos gastados, que miró con solemnidad uno a uno a todos los presentes y dijo: -Discúlpenme la demora, son casi las dos. Francisco me dijo a la una, pero vengo de Parque Patricios… Me permití traerles esta botella de vino blanco- en ese momento levantó una botella que tenía dentro de una bolsa de supermercado – aunque me temo que llegué tarde para almorzar…
-No importa, señor – contestó amistosamente la hija de Ochoa, mientras iba a su encuentro –pase tranquilo, siéntese a la mesa con nosotros, le serviré una porción de torta. Lo tomó del brazo derecho y lo acercó a la mesa. –Le presento a mi marido, y estos son mis dos hijos. A papá no se lo presento, porque parece que son amigos- dijo mientras esbozaba una amplia sonrisa, sin darse cuenta que su padre estaba con la vista clavada en el mantel, sin saber aun como reaccionar ante la visita.
Lanteri estrechó la mano del marido, acarició la cabeza de los dos niños, se sentó a la mesa al lado de Ochoa y le dijo resuelto: -No me dijiste si preferías vino tinto o blanco, te dejé una nota sobre el escritorio. ¿La viste? – Ochoa alzó la mirada y lo observó con odio, una sensación de repugnancia se apoderó de él, aunque no supo que contestar. La señora de Lanteri se sentó a su izquierda y le dijo sin ocultar su disgusto: -Nos sorprende su visita, Domingo. Estábamos comiendo en familia, Pancho no nos dijo que lo había invitado, sino lo hubiéramos esperado.
-No hay problema- contesto esbozando una sonrisa leve- la culpa fue mia al atrasarme. Pancho me dijo que fuera puntual. Yo nunca fui puntual, al trabajo llego siempre quince minutos mas tarde. En cambio Pancho si que es puntual, debe ser por eso que lo ascendieron el otro dia.
-¿Usted es compañero de trabajo de papá? – preguntó la hija con interés.
-Si, nos conocemos hace mas de veinte años. En este tiempo hemos llegado a ser grandes amigos, a pesar de no frecuentarnos. Pero nos conocemos bien. Creo que a esta altura cada uno sabe lo que piensa el otro. Yo estoy imaginando lo que está pensando Pancho en este momento- al decir esto le puso a Ochoa una mano sobre el hombro y le esbozo una sonrisa perversa que solo él advirtió, y agregó –vine a festejar con él y con ustedes tan grata noticia, un ascenso tan merecido, fruto de una trayectoria impecable.
-Asi es – dijo la hija mirando a su padre con orgullo. Y agregó –pero papá, ¡no seas asi! ¡Agradecele a tu amigo todo lo que dice de vos!
Ochoa estaba tan abrumado que no podía hilvanar ninguna palabra. Se levantó de la mesa y dijo con voz pausada: -Discúlpenme, debo ir al baño. Vuelvo enseguida.- tras decir esto se retiró rápidamente.
En los minutos que quedó solo con la familia, Lanteri comió un pedazo de tarta de ricota, conversó amablemente con la hija y el yerno de Ochoa sobre temas triviales, elogió el centro de mesa que había preparado la esposa, y les preguntó a los dos niños a qué colegio iban y como se comportaban en la escuela. Cinco minutos después volvió su compañero de trabajo, que se sentó frente a él en absoluto silencio, mirándolo fijamente con furia, aunque este detalle no fue advertido por ninguno de los otros comensales. En un momento el yerno dijo al pasar: -Me imagino que ustedes, tantos años trabajando juntos, deben conocerse muy bien ¿no?
-Qué le parece- contestó Lanteri – se podría decir que entre nosotros no tenemos secretos. Trabajar juntos en una oficina es una forma de convivencia, cada uno conoce cosas del otro que quizás no sabe ni la propia familia, ¿no es verdad Francisco?
La señora de Ochoa, mientras le servia un café al recién llegado le comentó amablemente – Francisco no tiene secretos para nosotros, pero es como usted dice, una oficina es como una familia, allí nacen amistades, odios, romances.
-Sobre todo romances- acotó Lanteri, mientras soplaba su pocillo de café para enfriarlo. –Recuerdo un caso muy comentado hace años, el de un empleado de nuestra oficina que, estando casado, tuvo un romance con una empleada de contaduría. La relación duró varios meses, lo cruel de ello fue que la señora de este hombre en ese momento estaba embarazada. Imagínese que persona vil, ¡engañar a su mujer embarazada! Un hombre que hace eso, ¿Cómo puede luego juzgar la conducta de los otros?
-Un tipo que hace eso es una basura- acotó la hija. -¿Y ustedes en la oficina sabían quien era o eran solo rumores?
-Claro que sabíamos- contestó Lanteri – aún hoy me acuerdo de ello. Pero ya estoy viejo, no recuerdo el nombre del empleado ese… ¿usted no se acuerda, Pancho, por casualidad? ... ¿no?... bueno, seguramente yo me acordaré el nombre antes de irme de aquí.
-Igual pasaron muchos años- dijo el yerno – ya quedó todo en el pasado.
-No se crea- respondió el invitado- me contaron que hace un tiempo, en una reunión de esas que hace la gente de la oficina, el hombre este contó como le había sido infiel a su esposa, muerto de risa, sin la menor señal de arrepentimiento. Ahí ven la catadura moral de esta persona.
-¡Pero qué hijo de puta!- exclamo el yerno con énfasis -¿Qué le pasa Francisco? ¿Se siente mal? –le preguntó a Ochoa, que tenía la cabeza hundida entre las manos.
Tardó varios segundos en contestar. Estaba totalmente desencajado. Levantó la cara lentamente y evitó cruzar su mirada con la de Lanteri. –Tengo un poco de sueño. Voy a dormir una siesta. Lo acompaño a Lanteri hasta la puerta y me acuesto.
-¡No, dejalo!- replicó la hija – ¡lo haces venir hasta acá y lo vas a echar en diez minutos! Vos andá a dormir que sos viejito, nosotros te lo entretenemos.
Lanteri esbozó una amplia sonrisa, la victoria era total. La escena fue interrumpida por los gritos de los niños, que estaban jugando en el patio. La hermanita entró llorando, trayendo en la mano una muñeca a la que le faltaba un brazo. Al preguntarle la madre al hermano que había sucedido, éste le dijo que la muñeca se le había caído a su hermana sin querer. Esta comenzó a llorar aún mas, hasta que el niño confesó que la había roto él mientras forcejeaba con su hermana. Luego de que la madre reprendiera al niño, y de que los abuelos calmaran el llanto de la hermanita, intervino Lanteri, tomando al niño por los hombros y diciéndole en tono confidente: -No tenés que mentir, tenés que decirle siempre la verdad a mamá y a papá. Si hiciste algo malo, lo tenés que contar, sin miedo a las represalias. Siempre es mejor contar lo que hacés mal, porque eso demuestra que te arrepentís, y que sos un buen chico. En cambio la gente grande hace las cosas mal, y miente, y no le importa dañar a los demás. Pero la gente grande es mala, es egoísta. Los grandes son capaces de traicionar a un amigo, con tal de obtener lo que quieren, pero a ellos los va a castigar Dios.
El chico miraba fijamente a este oscuro hombre, sin entender del todo lo que le quería decir. Alli fue cuando Ochoa se levantó bruscamente de su silla, le quitó a Lanteri las manos del hombro de su nieto y le gritó: -¡Bueno basta! ¡No molestes al nene! ¡Ya fue suficiente! ¡Te vas de acá ya mismo…!
-¡Ey papá!, ¿qué tenés? –le gritó la hija disgustada – ¡le estaba dando buenos consejos a Nahuel, se ve que tu amigo tiene buenos sentimientos! ¡Tiene razón en todo lo que dijo!
-Entonces yo debo ser el equivocado- contestó displicente Ochoa, y se fue a sentar a un pequeño silloncito de cuero al otro lado de la habitación.
Luego de esta escena, Lanteri se acercó a la niña y le acarició la cabeza. La chiquita se dejó acariciar por la mano fría, huesuda y arrugada, aunque puso una cara de miedo que incomodó a su abuelo. Luego Lanteri se llevó su mano rápidamente al bolsillo del saco, y justo cuando iba a sacarla Ochoa se levantó bruscamente de la silla y gritó: -“¡No!”, mientras Lanteri sacaba de su bolsillo un paquete de caramelos masticables, que obsequió bondadosamente a los dos hermanitos.
-¡Ay que grito papá!- dijo la hija entre risas -¡hoy estas medio loco! ¿Qué pensaste? ¿Qué el pobre iba a sacar un revolver?- todos se rieron de la humorada. Aprovechando la situación distendida Lanteri miró a su amigo con una sonrisa perversa y exclamó: -Lo siento, Pancho, para vos no hay caramelos, ya te comiste bastantes caramelitos en tu vida, mirá la panza que tenés - las risotadas de todos contrastaban con el gesto adusto de Ochoa, que estaba a punto de perder el control.
Unos minutos mas tarde el visitante se levantó de la mesa, despidiéndose uno a uno de los invitados, prometiéndoles volver a verlos en otra ocasión. Ochoa se puso por detrás de él, tomándolo por un hombro, y le dijo: -Te acompaño al ascensor.- Luego salieron del departamento, caminaron en silencio y sin mirarse los cinco metros del pasillo y llamaron el ascensor. Al momento de despedirse Ochoa le dijo casi susurrando: -Le advierto que no se meta con mi familia. Las cosas nuestras son entre los dos. Si quiere arreglamos esto frente a frente, no ponga a mi familia como escudo.
-Usted destruyó la ambición de mi vida, que era ese ascenso. Divulgó mi secreto para desprestigiarme. Yo había confiado en su amistad- lo increpó.
-Yo jamás hablé de usted con nadie- refutó Ochoa.
-¿Y como se explica que le hayan dado el puesto a usted y no a mi, que tengo diez años mas que usted en la empresa y una foja de servicios intachable?, ¡Vamos, Ochoa, no me chupo el dedo! ¡Usted usó un método vil para sacarme de encima, me humilló delante de mis superiores! Ahora beberá su propio veneno. Yo tengo un secreto suyo también. Como ve, hoy no dije nada. Si me provoca, vendré de nuevo y diré todo lo que sé.
-¡Salga de acá, gusano!- levantó la voz Ochoa sin darse cuenta de que podían oírlo- ¡No vuelva a molestar a mi familia!
-Ya sé, su familia no tiene nada que ver, son buenas personas y lo tienen por un hombre recto- dijo irónico Lanteri –por eso me apena pensar en la cara que pondrá su hija cuando se entere que mientras ella estaba en el vientre de su madre usted se andaba acostando con otra.
-¡Váyase, hijo de puta!- respondió Ochoa, ya fuera de si -¡Si se mete con mi familia, le juro que lo mato…!
-Usted no puede amenazarme- replicó con indiferencia – recuerde que ahora soy un subordinado suyo. No querrá que lo denuncie por acoso laboral o por malos tratos, le costaría el puesto. Como ve, pareciera que perdí, pero gané. Usted esta ahora en mis manos, Ochoa. Me hizo perder el puesto que anhelaba, yo puedo hacerle perder a su familia. Seamos razonables, y no hagamos nada de lo que podamos arrepentirnos. Lo veo mañana en la oficina. Ahora vuelva con su familia- tras decir esto cerró bruscamente la puerta del ascensor y se alejó de la vista de su adversario.
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