Levantado de mi cama a las tres de la mañana, escuché a través de la ventana entornada del baño el sonido lejano de un tren interminable que no se detenía jamás y cuyos carros parecían sucederse con una letanía casi demoníaca. A esas horas, cuando casi nadie es testigo de la noche silente, cuando sólo el ladrido de los perros nos indica que alguien aún vigila en medio de las sombras, el sonido del ferrocarril fantasma, me sobrecogió el alma. Ese tren imaginario es un misterio que algunos le atribuyen a sonidos de la tierra, manifestaciones de un ser que se lamenta en la soledad de las montañas.
No me atreví a asomarme para otear las distancias siderales de ese cielo negro e insondable, no porque crea en fantasmas ni seres sobrenaturales, sino porque sentí necesario acostarme a dormir y olvidar que afuera, pueden existir situaciones que pueden cambiarle los esquemas a uno.
Ya en mi lecho, continué pensando en ese sonido largo y misterioso. ¿Sería una fábrica metalúrgica, cuyos operarios laboraban contra el tiempo? ¿o era el sonido asordinado de los vehículos que transitan a lo lejos, fundiéndose cada tronar de los motores en uno sólo? ¿O sería mi imaginación afiebrada, que se despierta en pleno cuando el silencio reina sobre todo? Debo dejar en claro que no bebo alcohol, no consumo alucinógeno alguno que pudiera alterar mi percepción de las cosas.
Lo cierto es que esa madrugada soñé con invasión de gorilas con trajes plásticos de talla gigantesca que comenzaban a caer del cielo, para apoderarse de la tierra. Me veía asustado en mi casa, sintiendo que en cualquier momento destrozarían la puerta de calle y se abalanzarían sobre mí. Pero no, al poco rato aparecía mi vecina con una taza, para que le convidara un poco de sal. Pero, era ella y no lo era, ya que su mirada se notaba diferente, muy fija, como si hubiese sido hipnotizada. La mujer, dio unos pasos y, para mi sorpresa, puso su mano sobre mi cabeza y comenzaron a visualizarse imágenes de mi vida. Me veía joven, casi adolescente, realizando diferentes actividades. Luego, ella fijaba sus ojos en mí y decía, con esa voz metálica de los robots: -Tú no eres un hombre bueno. Por lo tanto, serás reemplazado por otro. ¿Por quién? ¿Por uno de esos gorilas sorprendentes? La angustia me sobrecogió y sentí que mi mundo, ese que yo conocía, se comenzaba a caer a pedazos.
Desperté, aún con la sensación de esa mano aferrada a mi cráneo.
No me levanto más a las tres de la mañana, a menos que sea estrictamente necesario…
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