CUANDO ESCRIBO



Cuando escribo, dejo fluir la pena,
vacío mi alma y también imploro,
sufro y me debato, gimo y lloro;
¿Quién me arrojó, a esta cruel condena?


Si de repente me toca una musa,
arde en mi corazón un vivo fuego,
que me hace escribir, no es un juego,
y por eso de loco se me acusa.


Yo puedo crear hermosos personajes,
también situarlos en marcos de ensueño,
y ser de sus vidas el único dueño,
manejando de la suerte los virajes.


Puedo, cual un dios, darles vida o muerte,
llenarlos de amor, de lujos y dicha,
o hacer de su vivir una desdicha;
puedo, en fin, decidir toda su suerte.


Al igual que Balzac, o que Unamuno,
suelo escribir y narrar, y con mi pluma,
dejarles beber del champán su espuma,
o hacerlos pobres como ser alguno.


El escribir para mi, no es recreo,
es dolor, pena, llanto y sufrimiento,
es escupir con afán lo que yo siento,
sea bueno, malo, hermoso o feo.


En mi corazón arde y se debate,
la desolación de muchos personajes,
que a través de mi, envían mensajes,
y dejan oír lo que en sus almas late.


No puedo escapar de este destino,
marcado sin remedio fui por la suerte,
ese mal lo curará sólo la muerte,
librándome de este terrible sino.


Muchas noches de desvelo he pasado,
traspasado por la angustia y la pena,
mi alma destrozada y de dolor llena,
el lápiz sobre el papel desbocado.


Cuando por fin consigo vaciar mi alma,
y secos ya mis ojos de tanto llorar,
oro a Dios y me pongo a implorar
que el amanecer me traiga la calma.


Giran en mi mente paisajes y gentes,
dramas, situaciones y también vivencias,
que son para mi más penas y dolencias,
y para la inspiración son las simientes.


Eres feliz mortal ya que no escribes,
vas por el mundo orondo y tranquilo,
pues no eres Dickens, Zolá ni Esquilo,
tú sólo amas, comes, juegas y vives.