Un día y otro día, y otro, y otro...así fueron pasando ¡tantos! que ya perdí la cuenta. No podía escribir. No podía entrar al recinto donde guardo las palabras. Hoy, al fin me atrevo a abrir la puerta. Las contemplo con ternura y algo de temor, ordenadas en los anaqueles, a la espera de mi decisión de convocarlas. Ellas fueron siempre mi mejor compañía, sin embargo, en esta larga convalecencia mi refugio fue el silencio. Hasta llegué a dudar de retomar el hábito de escribir. Pero aquí estoy, seleccionándolas cuidadosamente, para armar con ellas pinceladas de vivencias. Escribir es una forma de sanar el alma. Anhelo poder expresar lo aprendido durante este tiempo.