22 DE ENERO
La fotografía publicada en una revista fue la encargada de imponer el miedo en toda la región metropolitana, pues es que todos los que compraron la revista pudieron ver al platillo volador parqueado en el aeropuerto Perales, por eso en la noche fría del 22 de enero de 1983, gran cantidad de la población ibaguereña estaba refugiada en sus respectivas casas y, desde allí, se dedicaban a escuchar lo que decían los periodistas a través de los antiguos radios de ondas cortas, pero lamentablemente todos no tenían la dicha de estar en sus casas porque algunos simplemente tenían que trabajar en horarios un poco más incómodos que los rutinarios, y por eso, en la Caja Agraria, que es el edificio más grande de Ibagué, estaba el celador Alfonso Martínez Aparicio, y, durante su ronda rutinaria, llegó a la terraza y desde allí comenzó a mirar a todas las trece comunas de la ciudad, pero notó algo que nunca había visto, notó que en el cielo había un gran resplandor de apariencia rojiza y al verlo quedó encantado y por eso bajó por unos binoculares, pero al volver notó que éste ya no estaba, y como no se dio cuenta que las nubes habían tapado a lo que él consideraba “un ser espacial”, sintió la necesidad de informárselo a las autoridades ufológicas.
Alfonso Martínez Aparicio salió del edificio haciendo caso omiso a un compañero que le insistía en que iba a perder el trabajo si se atrevía a irse, pero en fin como el hombre se consideraba un héroe de película, evadió las amenazas y comenzó a caminar por las extrañadas calles, calles que nos tenían acostumbrados a tener ritmo merced a las bandas musicales, pero en esa noche todo era diferente, y por eso el hombre comenzó a pensar que el centro de ufología estaba bastante lejos para irse a pie, entonces paró un taxi y señalando dijo “al centro de ufología, por favor”.
El taxista era, sin duda, un ser intimidado porque aunque no había comprado la revista, sabía de lo que había acaecido anoche en el aeropuerto merced a los comentarios de los pasajeros, y por eso la idea de ir al centro de ufología le sonaba intimidadora.
Cuando vieron que el resplandor rojizo había vuelto y que esta vez como que los perseguía, no pudieron darse cuenta que ese resplandor rojizo era Marte, por eso el taxista comenzó a maniobrar para tratar de despistar a lo que confundían con un OVNI, empero, cuando pasaron por el estadio Manuel Murillo Toro, asomaron sus cabezas y notaron que ese aterrador “ser espacial” ya no estaba, pero lo que sí estaba era un gran resplandor rojizo que salía desde la boca externa del estadio, pero como no sabían que ese resplandor rojizo era producto de la preparatoria del concierto que iba a realizar la empresa Fortaleciendo la Cultura, y, debido a esa práctica los nimbos repentinos se habían hechos visibles al ojo humano y ahora estos dos hombres no sabían qué era peor, si un OVNI rojizo, o si el cielo rojizo, porque pensaban que con el cielo rojizo no se podría saber si hubieran más de esos entes por ahí volando, no obstante siguieron acelerando y un espeluznante “¡aaaa…!” parecido a la voz del hermano del taxista se oyó en los rincones de la ciudad, y por mero instinto giró el volante y comenzó a deambular entre los enormes edificios que habían en el lugar, y sin darle importancia a las consecuencias, el taxista frenó y se bajó del móvil y comenzó a descender saltándose varios peldaños hasta llegar a la parte más profunda del lugar llamado La Concha Acústica, y desde allí logró ver el cuerpo muerto de su hermano, pero cuando se acercó vio que nada más estaba la ropa; que el cuerpo había desaparecido, que sólo habían unos pinches zapatos, un pinche pantalón y una pinche camiseta. Por lo tanto sin cambiar la forma de su rostro levantó levemente su cabeza y miró hacia el cielo rojizo y grito “¡noooo…!”, pero ni el eco le respondió.
Tras el gran esfuerzo de subir las graderías de La Concha Acústica los dos hombres comenzaron a huir por temor a que la persecución volviera a comenzar. En el instante en que el taxi pasaba por los apartamentos La Campiña, Alfonso Martínez Aparicio abrió la puerta, se lanzó a la carretera y comenzó a correr creyendo que al taxista le importaba la cifra que marcaba el taxímetro, y, debido a la velocidad que llevaba, llegó rápidamente al quinto piso, que es donde estaba el apartamento en donde vivía en ese momento y al abrir la puerta se encontró con una sorpresa, ya que con tan sólo asomarse logró ver a un hombre con su misma apariencia, el cual, como todo un padre de familia , se encontraba abrazado junto a la esposa y a los hijos.
Alfonso Martínez Aparicio en un principio más que celoso estaba atemorizado, pero cuando empezó a ver que su clon empezó a gritar, Alfonso Martínez Aparicio comenzó a pensar “así de ridículo me veo cuando empiezo a gritar”, empero como aquel espantoso bullicio no cesaba, trató de pronunciar la frase “calma, soy yo”, pero no pude, ya que lo que pronunció fue exactamente “rarra lorro” y aquel “rarra lorro” hizo que el clon y su familia empezaran a correr como dementes alrededor de la sala, y luego Alfonso Martínez Aparicio trató de pronunciar “por qué corren si yo no soy un clon”, pero sonó más o menos como “rorrerrorren li rorro lu ron”, y al extrañarse, bajó su mirada y se dio cuenta que él tenía una especie de tentáculos y fue en ese instante en donde comprendió que la búsqueda de los extraterrestres por fin había terminado; que la verdad había estado más cerca de lo que él mismo lo hubiera pensado, que por fin había comprendido que en muchos casos él era el extraterrestre cuando se olvidaba del mundo real y se dedicaba a vivir en un mundo creado por rumores a los cuales les daba un inmenso valor de verdad.
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