En los últimos días en las radios, diarios y canales de televisión, volvimos a asistir al eterno retorno del reclamo a las autoridades argentinas por mayores medidas de seguridad. Este tema ya fue abordado en los medios y por la sociedad civil, desde todos los ángulos e ideologías imaginables. Están aquellos que alineados a la derecha mas reaccionaria, no dudan en recomendar mano dura, y culpan de todos los males modernos a los jueces legalistas, que según ellos, dejan que los delincuentes entren por una puerta y salgan por la otra. Y por el otro lado, los sectores mas progresistas, que consideran que la pobreza y la exclusión son las causas de la ola delictiva en la que vivimos, y opinan que mientras no se extirpe de raíz la desigualdad social, seguirán produciéndose hechos como éstos, adoptando así una actitud de conformismo e inacción frente al delito.
Para el habitante común, menos ideologizado y mas pragmático, la inseguridad es un problema real y concreto, que sufre cotidianamente. Mas allá de las elucubraciones políticas, las conveniencias partidarias, o los manejos interesados que se realizan desde algunos sectores, con el afán de exagerar la sensación de justo temor que todos tenemos.
Pero mas allá del tema, recurrente en periódicos y noticieros, de robos, salideras, homicidios, etcétera, subyace algo mucho mas profundo, aunque menos publicitado. El tema de la política carcelaria, la superpoblación en las cárceles, las pésimas condiciones y el hacinamiento, que hacen que quienes cumplen una condena no salgan reformados sino, en la mayoría de los casos, sean devueltos a la sociedad carentes de proyectos, sin ambiciones personales, sin porvenir, y con una carga de violencia y resentimiento superior a la que tenían cuando ingresaron por primera vez. La reincidencia, el desprecio por la propia vida y por la ajena, y la exclusión social, fueron fomentadas por un sistema que, en las últimas décadas, expulsó a millones de argentinos de la vida laboral y económica, y los condenó al ostracismo dentro de las mismas ciudades que habitan. Un tema espinoso que será necesario abordar en detalle, para que no solo nos quedemos en el hecho puntual de narrar la crónica delictiva de cada día, o la vaga sensación de sentirnos inseguros, sino que podamos reflexionar sobre sus verdaderas causas, y quizás entre todos, mas allá de nuestras diferencias e ideologías personales, comencemos a vislumbrar juntos una solución.
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