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Un extraño mendigo

Hecho real

El pastor me miró raro, un cura me dijo que estaba loca, y al final yo no sé qué pensar de ellos, si creen o no creen en lo que predican.

Una noche como tantas, venía de la iglesia caminando por la calle, sin dinero y con un pequeño Nuevo Testamento en la mano. La Iglesia quedaba cerca de mi casa. Debajo de un alambrado repleto de hojas y ramas que cubrían el frente de una vivienda, vi a un hombre sentado en el piso con cabeza gacha. Me detuve frente a él y lo miré. Pensé que estaría dormido, pero sintió mi presencia, levantó su cabeza y me miró fijamente a los ojos. Cruzando esa calle, justo enfrente, había una columna de alumbrado público. Yo estaba un poco a su costado, la luz lo alumbraba. Era joven, más o menos de unos 30 años, su cabellera ondeada era larga, tenía bigotes, barba, vestía pobremente, pero lo que más me impactó fueron sus ojos, todo él era extrañamente bello. Sólo Dios sabe cuánta pena sentí. Le pregunté:

—¿En qué puedo ayudarlo?

Nada me respondió, claro, mi pregunta fue estúpida. Con apenas una leve sonrisa en sus labios, se quedó observándome. Pensé, quizás es mudo.
Entonces comencé de nuevo:

—Disculpe que le insista, mi casa queda cerca, si me espera unos minutos le puedo traer algo de comer, y dinero. No traigo nada encima, lo dejé en la iglesia.

—No, no –me dijo—, estoy de paso, en un momento me iré.

Me sentí triste. ¿Por qué no sería capaz de esperarme, cuál sería su apuro? Para ver si era cierto que se iría, que no era una excusa para no molestarme, le pregunté:

—¿Por qué no busca trabajo, es tan joven? Le puedo conseguir ropa buena, así no le darán ninguno.

—Oh, muchas gracias, pero no.

Me dejó muda por un instante, por mi mente pasó darle lo único que tenía. Entonces, estirando mi mano con el pequeño librito negro con letras doradas, me animé a decirle:

—Se lo regalo, es el Nuevo Testamento, no tengo otra cosa.

La luz me permitió ver cómo sus hermosos ojos se llenaban de lágrimas, mas no resbalaban por su rostro, se quedaban ahí, estancadas, dándole un brillo nunca visto antes por mí. Me coloqué entre la luz y él. Pese a que mi sobra se interponía, aún así aquellos ojos destellaban. ¿Cómo podía ser eso?

—Gracias —me respondió tomando de mi mano aquel regalo—, usted me ha ofrecido el más bello de los tesoros, no se imagina cuánto he deseado tener uno.

Pensé, ¿cómo es posible que este pobre muchacho me diga que no necesita dinero? ¡Fue increíble! ¡Lo que me contó fue la respuesta a mi pensamiento!:

—Es que vengo de una familia muy adinerada. No es que tenga algo en contra de los que poseen mucho dinero, pero… éstos, los míos, son faltos de sentimientos, tan ostentosos y orgullosos, que decidí dejar las riquezas, las herencias y ser pobre. No sienta pena. ¿No se da cuenta que ahora tengo en mis manos algo más valioso?

Su mirada era dulce. No me pregunten por qué, pero en mí brotó un gran amor por él en ese momento. ¡Qué cosa más ridícula!, ¿me enamoré de un mendigo? Él, nada me había pedido, sólo estaba ahí… en mi camino. Nunca me había pasado algo igual, sentí un amor especial, insólito, imposible, no sé con qué compararlo porque tampoco era un enamoramiento a primera vista, tampoco fue por su belleza, fueron sus palabras, su profunda mirada transmitía paz, paciencia, sabiduría y muchas ganas de quedarse junto a él para charlar de cosas profundas y eternas… No era ignorante, conocía el valor de una Biblia. Pudo renunciar a algo que otros no podrían. Y no sé cuántas cosas más pasaron por mi mente.
No supe qué contestarle. Él miraba el Librito, lo ojeaba, me miraba de vez en cuando, y pese a mis deseos de sentarme en el suelo junto a él, tonta de mí, me pareció imprudente a esa hora de la noche, así que le dije, con toda la intensión de que aquella acción mía le hiciera decidir quedarse hasta el día siguiente:

—¿Mañana va a estar aquí?, déjeme que le traiga algo de comer.

A lo cual me contestó:

—No, yo voy de un lado a otro, no sientas pena —me tuteó—, no te preocupes por mí.

—Bueno —le dije—, me alegro haberle dado lo mejor que tenía. Que Dios lo bendiga. Adiós.

Cuando llegué a casa me desplomé en el sillón. Me puse a recordar cada detalle, cada una de sus respuestas, cada mirada, cada actitud. ¿Cómo supo lo que estaba pensando y lo que estaba sintiendo? Me impactó el hecho de que siendo rico se hizo pobre. No le importaba el dinero, ni la ropa, ni la comida. La mejor parte fue cuando me dijo que no sintiera pena. Según él, yo no debía preocuparme. Ah… en mi corazón ardía un fuego tan grande... Tenía la certeza de que no era humano… Cuando me aqueja algún problema él viene a mi mente.
Todavía sigo preguntándome ¿cuántas veces en alguna esquina, en cualquier vereda, frente a nuestra propia casa, en cualquier lugar y a cualquier hora, o tal vez cuando hemos sentido un pequeño golpe en la puerta, que pensando que es un vendedor no atendemos, no nos hemos puesto a meditar que puede ser él quien nos visita?
Si yo no lo escribiera, quizás nadie se animaría a contar alguna otra experiencia debido al temor que le tilden de cualquier cosa; desde orate hasta fantasioso, porque sé que muchos la han tenido. Sí, no encuentro otra respuesta. Aunque ni el pastor ni el cura me den crédito, yo sé que aquel extraño mendigo era Jesús.
Dicen que no tenía facciones bonitas, sin embargo, para mí era tan bello… No andan muchos mendigos iguales a este… Si bien venía de la iglesia, yo no andaba buscando a Jesús por la calle, jamás se me hubiera pasado por la mente, así que tratando de explicarme este acontecimiento, recordé que luego de resucitado se presentó a sus discípulos con otros aspectos o rasgos físicos de manera que al principio no le reconocían. Y me pregunto: ¿De qué otra forma hubiera llamado “tanto” mi atención como para que “le reconociera”? Me hubiera acercado igual, era una persona necesitada. ¿Tal vez asando un pescado en el frente de aquella casa a esa hora de la noche? Seguro que no. También me he preguntado por qué no les suceden estas experiencias a todos, y más a algunos pastores y curas. Pues no lo sé. Solamente dos cosas puedo afirmar: tengo un amigo visible, audible, y si no lo toqué literalmente fue porque me agarró desprevenida; yo me quedé sin el librito, él me regaló un toque de amor. El encuentro era personal, y el librito desapareció.

Fin

Autora: Cielo Vázquez

Texto agregado el 25-06-2013, y leído por 250 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
07-10-2013 La historia en si es fascinante y plena de sabiduría, pero dado que estamos en una página literaria te comento que tienes una sorprendente habilidad para interiorizarnos, para despegarnos de la narración y adentrarnos en un mundo intimista donde lo que cuenta son los sentimientos, el impacto que el entorno provoca, la interpretación que se da a las palabras y acciones de los protagonistas. Y en esta área te mueves con asombrosa naturalidad y maestría. ZEPOL
12-09-2013 Me encantó, me fascinó este relato. ¡Enseña tanto! elpinero
10-09-2013 Qué hermoso relato, tu narrativa logra abrazar y la historia, cautivar. Felicito tu pluma. Abrazo. gsap
27-06-2013 querida cielo este relato yo en una oportunidad lo leí, tu me lo ofreciste en comparación de un cuento mio , y en aquel momento me pareció estupendo. ese encuentro con el mendigo nos acerca a dios, esta cargado de emotividad y un deseo gigante de fe, me fascino tu relato y tu bella experiencia, quien no quisiera estar cerca de èl un instante, un abrazo y gracias por compartrlo rolandofa
26-06-2013 Todos mendigamos algo. Ser escuchados, conversar (no hablar) ternura, paisajes... belleza, paz. Lindo relato cielo.***** en vuelo. girouette-
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