El lienzo totalmente en blanco,
omitido de creación el ingenio,
y en medio de ellos, sendos dos,
esa entelequia de carne y huesos,
en que se reconoce un viviente yo.
Hombre de singular existencial vacío,
disociado en presencias separadas,
la de la tela, que reclama de su obra,
y la de sus manos, yertas de ejecución.
Un sueño, un grito, un dolor, un algo,
que lo arranque de esa invisible nada
en la que, hasta el olvido es lo mejor.
Susurra el miedo ficciones imposibles,
sombras sin títulos pasean la memoria,
y ni el acertijo de una anónima utopía
transita el frágil laberinto que une,
sus quietas manos con esa imaginativa
que lo condena consiente a solo ser
torpe aprendiz de vivir su ausencia.
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