CRIMEN Y CASTIGO
Hace un par de meses, podría decir que a comienzos del otoño, comencé a participar de las tertulias, por llamar de alguna forma, a las reuniones de borrachos, mal entretenidos y habitués de "El Piringundín", un bar a un par de cuadras de mi casa. Había pasado ciento de veces por esa esquina y nunca lo había registrado. Tal vez el olor a café que me golpeó como un antojo, me invitó a entrar, sumado a la calidez del lugar, de esos que quedan pocos, con sillas y mesas de madera y un mostrador de estaño, separando a una estantería colmada de botellas y telas de araña, quizás porque sus clientes me resultaron familiares, no por conocidos, sino porque me sentí del mismo palo y a gusto, el hecho es que, desde entonces, cada vez con más frecuencia, esta visita se volvió imperativa. La diferencia con aquellos cafés de mi juventud es que ya no participan jóvenes, sino jovatos, y que el disparador de los temas de conversación, es un televisor de treinta pulgadas bajo el control del patrón del boliche. Por lo demás los personajes son los mismos. Aveces, solo aveces, la charla se anarquiza cuando entra a tallar la nostalgia; ahí se pudre todo, en futboll, política y tango, en lo único que coincidimos es que todo tiempo pasado fue mejor.
Pero en realidad, todo este prologo, no tiene otra razón ´que contar el tema que surgió ayer, a partir de la cobertura periódistica televísiva del crimen de Angeles. Todos coincidímos en no recordar ningún hecho que haya tenido la permanencia mediatica de este. Tal vez porque desde entonces no se ha producido ningún hecho delictivo, ni siquiera un vulgar robo de gallinas. Es como si la violencia hubiera llegado al punto máximo con este crimen y fuera el precio que debimos pagar para lograr la tan anhelada seguridad, o como si en nuestro país y en el mundo no hubiera sucedido nada digno de de difusión a más de una semana de producido. De pronto todos tenemos hipótesis y certezas, culpables e inocentes, móviles y hechos, sin ninguna prueba ni conocimiento del caso, más allá de la existencia del cádaver de la joven asesinada.
.- Para mí, la mató la familia, vieron la cara de padrastro y la madre ?...-El portero no tiene nada que ver, al tipo lo apretaron y como es un pobre tipo, se asustó y se declaró culpable...- No, no se declaró culpable, responsable dijo... - A la piba la mató un sicópata, la quiso violar y como no se le paró se puso loco...-Puede ser, pero para mi el portero es cómplice, porque eso no lo hizo un solo tipo... - Y el escenario del crimen, cual fue el escenario, eh ?..-Yo creo que lo primero que hay que tener es el perfil del asesino y después compararlo con la personalidad de los sopechosos... Estas opiniones y todas las que vos tenés y escuchaste durante estos días, se tiraron a la marchanta, hasta que desde una mesa, una voz cascada y grave dijo.
.-Yo de esto no entiendo nada, pero les voy a contar la historia de un crimen que se cometió hace muchos años cerca de Puente Alsina... Era la voz de Don Anselmo, un viejo, hombre de pocas palabras, pero sentencioso, quien continuó diciendo. - Fue por lo años veinte, cuando el honor de los hombres se defendía con el cuchillo, las historias se volcaban en los tangos y se volvían leyendas, por esos años había dos mozos que tenían fama bien ganada de valientes. De pinta maleva y andar compadrón. Eran de la estirpe del tigre Millán, derechos sin dobleces, fieles a los códigos del viejo arrabal...Siempre juntos como hermanos, donde había una injusticia, ahì estaban los dos pa´remediarla, cuchillo en mano, espalda contra espalda, enfrentando a un malón a poncho y fierro.
Juancho y el Moncho, los mentaos, tenían sus altares en Alsina...Y asegún cuentan, un día, el Moncho aparece muerto, sobre un gran charco de sangre en el piso de su rancho, por una herida mortal que le dieron en la espalda. El barrio conmocionado no tenía la respuesta, y ante el asombro de todos, el Juancho que se presenta, tira la daga en la mesa y dice al juez de sentencias.- Vengo a pagar una muerte, diga nomás cuanto cuesta... Fue declarado culpable, sin enjuiciarlo siquiera; le dieron cuarenta años y dos meses, de condena.
Nadie lo creyó culpable, conocían de sobra la amistad que lo unía, de las veces que se habían jugado la vida el uno por el otro. Y matarlo por la espalda...ni siquiera a un enemigo... Pero era común en esos tiempos, de coraje y lealtad, en que la vida valía menos que la palabra, que un hombre se hiciera cargo. Así se decía," hacerse cargo", de una ofensa, de una deuda o de una muerte. Por eso nadie preguntaba nada, si el hombre lo decía, sus motivos tendría...Y cuando fue a la cárcel, no lloraron, se sacaron el sombrero reverentes y pidieron por él, pero en un rezo.
El tiempo fue pasando como el tiempo, hasta que un día, alguien trajo la noticia de su muerte, los hombres se pusieron el pañuelo negro y todo el arrabal guardó silencio. Fue entonces que les hice aquellos versos que quedaron plasmados en un tango. Muchos años después, ya ni recuerdo, recibí unos pasajes y una carta. Era de Borges, decía estar a un paso de la muerte y me pedía que fuera a visitarlo; que quería contarme algunas cosas para irse en paz, no mucho más que eso y no viene al caso, El hecho es que partí para Bruselas. Cuando llegué estaba agonizando, me acerqué a su lecho y el me dijo.- Gracias amigo, me queda poco tiempo, le voy a contar mi ultimo cuento. La historia comienza cuando escuché sus versos, que humildemente, creo que son muy malos. El caso es que ellos me impulsaron a ir al escenario de los hechos y después de un tiempo de hablar con los testigos, estando una noche en La Blanqueda, saboreando un guindado uruguayo, una vieja pordiosera se me acerca y me pide que le invite con un trago. Comenzamos a hablar y yo le cuento, el motivo que me trajo hacia esos pagos. Cuando nombro a los hombres por su nombre, una cruel carcajada sale de su boca y luego las palabras...Que maldigo haber escuchado.
.- El Juancho y El Moncho... yo le voy a decir la verdad sobre esos "guapos". Yo fui la única mujer que tuvo el Moncho, nadie supo jamás de mi existencia. Una noche me mandé pa´su rancho sin avisarle y lo encuentro culiando, el Juancho boca abajo y el Moncho arriba. Ninguno de los dos notaron mi presencia, sobre la mesa estaban sus cuchillos, fue uno de ellos que empuñó mi mano, y que la furia le enterró sin asco...Brotó la sangre, le saqué la daga y me fui para siempre de aquel barrio.
.- No se bien como fue, se agudizó mi vista, sobre el opaco mostrador de estaño brillaba el frìo convite del acero, que en un segundo de odio y de venganza, envainó su destino en ese cuerpo. Cayó la vieja, resbaló el silencio, pagué las copas y salí a la noche. Un aullido de perros acompañó mis pasos que tomaron el camino del regreso..." La vida de un hombre, debe valer menos que su vergüenza".
Cerrè sus ojos y me llevé su cuento
el maldito
|