Acá, con el temporal en la ventana y los bomberos de fondo,
nada pasa, sólo el tiempo,
y ni el tiempo, a veces.

En las mañanas ya tardes nos preguntamos con la presteza propia de las siestas de verano
qué tan temprano y qué tan tarde puede ser ese día nublado,
qué tan importante es la vida que se duerme, y qué tan fútil la despierta,
qué inoportunas las palabras que se olvidan, y tan innecesarias las que se recuerdan.
Qué tan desperado me encuentro esta noche solo,
esta noche sola,
y esa mañana que amanece sin amanecer tras la lluvia
y el mediodía y media tarde y el atardecer macerado
en la noche que le sigue
desperada y sola,
sola y aletargada tras el velo de la luna nublada
y de la niebla luminosa.

Así me recuesto otra vez en la ventana
y me levanto otra vez bajo la estufa,
sin preguntarme y dudando tanto
que cómo, que cómo y que cuándo,
que tan tarde otra vez esta mañana
y tan tardío otra vez el mediodía
que me despierta con la tormenta de fondo
y la vida aletargada.