Navego las aguas de un río, que no sé a dónde me conducen, a dónde se dirige su cauce.
Simplemente me torno liviano y me dejo arrastrar.
Puedo vislumbrar la orilla y el rostro pálido de un dios.
Transito el camino sin trazar un destino, confiando en que llegaré a la orilla o será su blanca mano la que empuje mi cabeza aguas adentro
Texto agregado el 22-06-2013, y leído por 130
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