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Corrían los tiempos del Emperador Vitelio cuando el Centurión Cayo Dionisio Plubio y su joven suboficial Julio Petilio regresaron a Roma vergonzosamente licenciados de la Legión II Augusta acusados de inconducta durante su destino en Britania.
Ambos habían sido encontrados dormidos en su tienda de campaña, luego de una escandalosa borrachera la noche previa en una taberna del lugar, donde además , habían sido acusados de provocar disturbios.
Como consecuencia de la resaca figuraron ausentes en el avance contra los britanos la mañana siguiente, dejando acéfala a su división de 80 soldados.
Cuando volvieron en sí , la batalla ya había terminado, con éxito para Roma gracias al Gral. Plautio, quien los llamó de inmediato a su presencia cuando regresó al campamento.
Luego de amonestarlos enégicamente, decidió licenciarlos por el lapso de 3 meses sin goce de sueldo y enviarlos de regreso a Roma sin ninguno de sus privilegios .
Constituìan sin duda un mal ejemplo para el resto de los soldados de la Legiòn.
Por obvias razones se evitaba el castigo físico o la cárcel en tanto que se trataba de dos altos oficiales del ejército imperial. Sin embargo, algún castigo ejemplificador habìa que imponerles.

Luego de 3 meses de vivir aburrida y miserablemente en un suburbio de Roma, alquilando un sucio cuarto en el Monte Esquilino, sin sueldo y conviviendo a diario con la plebe , fueron citados al Palacio Imperial para recibir nuevas órdenes.

A sus 38 años, y luego de 20 de servir eficaz y lealmente al Imperio con una carrera militar impecable, el Centurión estaba cansado del frío, la humedad y la llovizna de esas odiosas islas británicas. Habìa tomado ya la desiciòn de no volver allì, sin importar el costo de la misma.

Además tampoco le simpatizaba mucho el Gral. Plautio, un presumido que vivía haciendo alarde de su amistad con el Comandante Tito Flavio Vespasiano, quien según él , sería el próximo Emperador tras el derrocamiento del actual , con el apoyo de las Legiones. Ya lo había decidido... en la audiencia con el Procurador pediría cambio de destino : Alejandría, lugar mucho más cálido, exótico, de voluptuosas y sensuales mujeres.

Así Cayo Dionisio se lo hizo saber a su suboficial y compañero de correrìas Julio Petilio el día de la audiencia en el Palacio, mientras se iban vistiendo con sus pantalones cortos, cota de escamas, sandalias claveteadas, espada al cinturón ( siempre en el costado izquierdo), yelmo con penacho rojo y capa de paño púrpura.

Antes de salir rumbo al Palacio, el Centurión recordó una pequeña bolsa de cuero que siempre llevaba consigo , la colgó a la cintura detrás de la espada y ambos salieron.

Cruzaron el Foro y subieron las escalinatas de mármol del Palacio Imperial cuya entrada estaba como siempre custodiada por la Guardia Pretoriana. El Centurión y su asistente pasaron junto a ellos sin saludar, ya que, como era de público conocimiento, legionarios y pretorianos no se podían ni ver. Subieron la escalera interna del Palacio y entraron en la bien custodiada oficina del Procurador General.

Era una habitación muy amplia, con enormes ventanales desde los cuales se accedía a una impresionante vista de la Metrópoli, llena de estantes con rollos de pergamino , uno de los cuales estaba siendo leído con atención por el funcionario, sentado a una mesa de mármol en el centro de la oficina.

Tras saludarlos secamente, el Procurador les informó que, dada la inconducta evidenciada por ambos en el incidente de Britania,y tras la suspension de 3 meses , el Gral. Plautio había decidido permitirles que se reintegraran a la Legión II Augusta bajo sus órdenes, teniendo en cuenta la valentía y lealtad demostrada por el Centurión en anteriores ocasiones. Esta vez sin embargo, serían enviados directamente a combatir contra las tribus celtas del oeste que estaban en franca rebeldía, en las mismas islas.

El Centurión, que esperaba esta oportunidad para solicitar su pase a Egipto, se sintió fastidiado y decepcionado.

Expresó al Procurador su intención y la del suboficial de cambiar de destino por "motivos personales".

Luego de mirarlos fijamente unos segundos, el Procurador contestó meneando su cabeza : -Eso no es posible-.
El Centurión llevó entonces su mano al pomo de su espada, ante lo cual el Procurador se levantó alarmado en busca de los pretorianos de la puerta, temiendo una agresión física.
Antes de llegar , sin embargo, se detuvo de golpe al escuchar la voz suave y casi suplicante del Centurion :
- Por favor señor. Espere un momento ...podemos hablar con Ud.... en privado?...- le dijo al tiempo que movió la espada para un lado y mostró la bolsita de cuero que asomaba debajo de la capa.
El Procurador, más tranquilo, cerró entonces las dos hojas de la colosal puerta y los tres quedaron adentro hablando, lejos de los indiscretos oìdos de los pretorianos de la custodia que quedaron del lado de afuera.

Al cabo de unos cuantos minutos, ambos oficiales salieron de la oficina sonrientes con un pergamino en la mano donde figuraba su nuevo destino: Alejandría. Al mismo tiempo, el Procurador, también sonriente , contaba bajo la mesa de su escritorio los 500 denarios de plata que había recibido del Centurión dentro de la bolsita de cuero.

Los funcionarios venales y las coimas... no son nada nuevo.

Texto agregado el 22-06-2013, y leído por 164 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
30-11-2013 Me transportaste a la Roma Imperial, para mi lo más valioso de tu historia es el manejo del contexto. Al final le falta fuerza. Felicidades. Galileo
18-07-2013 interesante historia. Nada cambia! Carmen-Valdes
 
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