Celos
Me dolía el estomago, mis manos húmedas de transpiración, sentía la rabia mordiéndome el pecho, la náuseas me impedían pensar, pero mi mente tenía un objetivo y no aceptaba las debilidades de mi cuerpo, por lo que mis piernas seguían su rápido andar y mi corazón palpitaba al ritmo de la furia que le imponían los celos.
Te seguí, ¿por una hora quizás? o sólo fueron unos minutos, tu hablabas por tu iPod, pude ver tu cara sonriente cuando paraste, un momento antes de entrar al motel y entonces la vi, corriendo hacia ti y la besaste como nunca te había visto hacerlo, como nunca me besaste a mí.
Me senté en el borde da la cuneta, las lágrimas bajaban como chorros groseros, mientras mi furia se convertía lentamente en pena. Tu demorarías en llegar a la casa, como sucedía hace casi más de un mes, o por lo menos desde que comencé a sentir esta sospecha, sólo que ahora en la certeza, mi cuerpo pesaba, mis ojos no veían nada, mientras que la imagen de ti con ella, me destrozaba el alma y el ardor de los celos me quemaba.
Caminé lentamente hacia nuestra casa, con miles de pensamientos funestos, suicidas, violentos. La amiga que había cuidado a nuestra hija mientras yo no estaba, en su apuro por irse a sus obligaciones, no se dio cuenta de nada, la dejé que se marchara imaginando mil cosas locas, me acerqué a la cuna de mi niña, que en ese momento despertó y en la dulzura de sus ojos la cordura volvió. Le cambié los pañales, la amamanté, la besé con ternura mientras ella medio dormida seguía agarradita con su pequeña manito a uno de mis dedos. La observé un rato dudosa, luego abrí el closet y te hice la maleta.
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