Cómo pretender abundar en el silencio
cuando incluso la luz en lágrimas se desgrana
desde el valle alado de tus párpados
a las orillas de tu boca dibujada de niebla.
Dime que haré para detener el siseo
del aire que circunvala, revoltoso y nocturno,
en las recónditas cavidades de tu pecho
sonando como el adagio de un animal que tiembla.
Imposible no oír tu latido, que más que latir estalla
como pólvora derrumbando mis cimientos.
Ni aún suturados los labios con hilos de tiempo
se extingue la palabra, ni se agota, ni se para,
ni concluye la memoria en aparcar la mirada
donde los ojos sólo sean pasajeros
de unas nubes que llevadas por el viento se alejan.
Cómo evitar que el atardecer se convierta en cuerda
que a modo de serpiente por la garganta repta
provocando la arcada y el desaliento
y transforma la inocente noche en enemigo oscuro,
depredadora ávida de almas al acecho.

Cómo pretender no escuchar nada
si hasta la lluvia me habla de ti entre sus silencios.