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Se sentó sobre el pasto verde, alineó su columna,
entrelazó sus piernas, acomodó los brazos sobre
ellas y colocó sus manos en posición.
Dispuesta a meditar, con el sol regalándole su calor
y las hojas de los árboles danzando, comenzó a
viajar por el universo de su mente, atravesando
la sabiduría de los ríos, los pantanos y cada órgano
de su cuerpo hasta encontrar la luz, la calma…

Pidió a la tierra consuelo, a la luna abrigo,
al agua pureza, al fuego calor y al sol claridad.
Escuché desde lejos sus gemidos, sus bostezos
y su canto.
De pronto su posición cambió. Sus manos se
acercaron a su cara, las rodillas tocaron al pecho
y se puso a llorar. Las lágrimas fluían y caían al piso
con tanta fuerza, que pude escuchar cuando tocaban
tierra. Golpeaban una tras otra, una tras otra.
Lloró como un niño, rezó también, pedía y lloraba.

Desde lejos yo observaba, contemplaba maravillada.
Aquellos duendes la rodearon formando un círculo,
volando en el sentido de las agujas del reloj.
En cada vuelta que los duendes completaban, se le cumplía
un pedido. La tierra se abrió y emergieron mariposas de
todos los colores y tamaños. Giraron alrededor de ella
volando también en el sentido de las agujas del reloj.
Y fue en ese instante que pude ver cuando crecieron
alas en su espalda, y voló, como un hada.

El sol realizó unos cuantos giros en el cielo,
la tierra se cerró y los duendes y las mariposas se esfumaron.
Seguí mirando, extasiada… y esta vez la vi sentada,
meditando, con dos enormes alas en su espalda y
un montón de regalos a ambos lados.
El pasto verde se transformó en una alfombra roja
con ribetes y flecos de oro, y de los flecos colgaban
cantidades de soles y de hojas amarillas que brillaban tanto
que apenas pude seguir con mis ojos abiertos.
Su columna se transformó en un tronco, y los dedos de sus
manos en raíces. Observé con detenimiento
y pude ver como subió la savia por sus ramas,
siguiendo por sus venas para alimentar el aura que se posaba sobre su cabeza.

No logré contener mis lágrimas cuando la vi elevarse.
Sentí un cosquilleo en todo el cuerpo y me emocioné,
y también rompí en llanto, y también lloré como un niño.
Abrió sus alas y voló de nuevo, pero esta vez estaba
iluminada, y nutrida por la savia y desarraigada de sus raíces.

La mujer se transformó en un ángel, y voló por los cielos
hasta perderse por encima de las nubes.
Nunca más se supo de ella. Dicen por
ahí, que su espíritu habita en cada árbol
y en cada raíz, nutriéndolos con su energía.
Que en las noches de luna llena, baila una danza
con los pies descalzos sobre la tierra,
pidiendo por toda la humanidad. Y que
ese fue el pedido que hizo aquella tarde
antes de desaparecer.

Texto agregado el 20-06-2013, y leído por 143 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-06-2013 Bravo, bravo!! Me encantó, tu relato es delicioso, lleno de magia y con mil imagenes para disfrutar con los ojos del alma, gracias. Te abrazo con cariño. gsap
 
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