Omar G.Barsotti
Este no es el mismo Universo que nuestros bisabuelos describieron en sus libros de textos y de literatura . Resultó un poco más complicado, una pizca más fascinante y bastante más horrible de lo que la ciencia ficción pudo imaginar.
A medida que los mares espaciales fueron habilitados a la navegación, el alejamiento del centro aceptablemente civilizado de la galaxia abrió en la periferia nuevos y sorprendentes mundos que, poblados, significaban desafios para los conquistadores y, despoblados, ofrecían oportunidades para los colonos. La raza humana se expandió como lo ha hecho siempre y, como le ocurriera ya en la misma Tierra inevitablemente las distintas culturas colisionaron entre sí.
Con el tiempo resulta difícil discernir entre los mundos desiertos luego colonizados y los que han sido descubiertos conteniendo una población nativa. La mezcla, cuando es viable, la extinción de algunas razas cuando hay conflictos - con la consiguiente implantación de otras - recibe la sanción inapelable del tiempo, legando al investigador motivos para interminables debates pero muy poca luz sobre la verdad histórica..Como científico, siempre, comprobada la extinción de una raza, apuesto a la acción depredadora de otra en oposición a la teoría de las causas naturales. Lamentablemente, la mayoría de las veces acierto.
Pero esas diferencias no importan mucho a la antigua raza de los conquistadores y mucho menos a la ya arcaica de los comerciantes. Los primeros solo buscan riquezas y tierras para vender a los segundos, financiando así nuevas conquistas de tierras desconocidas en planetas igualmente ignorados, viviendo repetidas quimeras de poder y riquezas , enredadas con las esperanzas y pesadillas de un círculo vicioso del que solo se sale muerto y, quizá, con un poco de efímera gloria adicional. Si la muerte, la desolación y la esclavitud acompañan estos sospechosos premios, a nadie le importa; la historia, benevolente con el triunfador, se encargará de borrar las huellas de toda infamia y crueldad y poner un manto de olvido sobre el fracaso y la desilusión.
Toda esta expansión y tráfico motiva que, en los planetas estratégicamente ubicados, se establezcan ciudades puertos. En ocasiones, todo un planeta es convertido en puerto si las conveniencias económicas así lo deciden. Estas comunidades viven de los servicios brindados a quienes, irremediablemente, se mueven como engranajes de la industria y el comercio o aquellos que, como condenados, ardiendo de inquietud y faltos de paz, ruedan por toda la galaxia buscando su Vellocino de Oro o una proverbial fuente de la eterna juventud o la ya varias veces milenaria ilusión de El Dorado.
En estos puertos se superpone el tiempo. El progreso técnico constante y las largas distancias hace que naves antiguas, partidas hace décadas de su punto de origen sean alcanzadas por otras más modernas que ostentan velocidades de crucero multiplicadas miles de veces con respecto a sus antecesoras, haciendo sumamente probable que nietos maduros se encuentren con bisabuelos bien conservados por la crionización o rejuvenecidos por la velocidad o que, en el caso particular de las naves planetas, los navegantes conozcan generaciones ulteriores de inesperados e insospechados parientes a los cuales no saben como clasificar en el árbol genealógico o acomodar en el panteón familiar. Pero, estos fenómenos han dejado de ser raros y tan solo se prestan para algunas confusiones y paradojas, que ya no preocupan a la mayoría de los navegantes. Solo adornan los relatos sobre el espacio que demandan y deleitan quienes nunca han salido de su planeta madre.
Como las naves son de tan disímil origen y, aún siendo contemporáneas, en distintos estadios de desarrollo técnico, los puertos son lugares pintorescos cuyas facilidades se adaptan a la variedad ofreciendo largos muelles para las modernas fragatas o los airosos clippers, mientras que para los galeones de carga, impulsados por la combinación de cohetes químicos y taquiónicos y velámenes solares, se reservan radas solitarias y amplias para que en sus rechonchas bodegas duerman sin molestias las ilusiones heladas de centenares de colonos o se mantengan ignotos ejércitos clandestinos, cuyos soldados acondicionado en las cubiertas criogénicas como salchichas en un freezer son inexistentes para los papeles oficiales.
A partir de las comodidades para los medios de transportes, que es su prioridad, los puertos desarrollan variados lugares de diversión para las tripulaciones y los pasajeros. Bajo este nada despreciable justificativo arribamos a uno de ellos.
Nuestra corbeta recibió permiso para amarrar después de dos rotaciones planetarias de espera en una órbita especialmente asignada; tiempo que empleamos para poner nuestros vigías en órbita y recoger las finas velas extendidas por kilómetros a nuestro alrededor y montadas sobre varillas de acero modificado. Este acero se presenta tan delgado y fuerte que puede abrir un pelo por la mitad y, su presencia, solo se adivina al brillo de la luz. Aún extendido durante centenares de kilómetros en el espacio, apenas si se comba cuando la presión solar se apoya con toda su fuerza sobre las velas de carbono de espesor molecular.
El uso de la presión de la luz, y su resultante, los vientos solares, es muy antiguo, pero la invención y desarrollo de los métodos para modificar la estructura cristalina de los metales permitió montar verdaderos mástiles, aptos para soportar majestuosos velámenes capaces de recoger, aún desde enormes distancias, una luz que les impulsará en la dirección elegida o aprovechar al máximo la mínima racha de viento solar. Para cuando se perfeccionó el concentrador y desviador de fotones y se obtuvo el efecto quilla, que permitió la navegación de ceñida, teníamos el motor estelar perfecto cuya fuente de energía era de fácil acceso, inextinguible y de alta eficiencia. Aún así no fue posible, ni conveniente, abandonar otras modalidades de impulsión. Las naves, como nuestra corbeta, escapan de la atracción gravitacional de los concentrados planetarios a fuerza de cohetes químicos y motores taquiónicos utilizando las velas cuando se ha obtenido ya un buen valor inercial. Las grandes fragatas cortan rápido los impulsos químicos y lumínicos para ahorrar energía y despliegan inmediatamente sus velas, preparándose para un viaje largo y tedioso, solo interrumpido por los saltos. Los clippers, abarrotados hasta la borda de cargas costosas y de rápida entrega, sostienen por más tiempo la fuerza de los motores y, al igual que las naves más rápidas y pequeñas, desdeñan aprovechar los vientos solares cuando estos no les son totalmente favorables o al menos francos en la dirección y sentido de navegación. Los galeones tienen todo el tiempo del universo y lo que importa es que lleguen así que viajan constantemente a la sombra de sus inmensas velas..
Y luego están los saltos. Saltos en el tiempo, saltos en el espacio, ¿quien lo sabe?. Todavía resultan un misterio y, aunque algunas naves desaparecen completamente o aparecen en un estado de caótica destrucción después de emplear este recurso, nadie querría o podría prescindir de su uso. Toda tripulación sabe que un salto es un albur. Pero, ¿de qué otra forma se puede viajar por un espacio curvo que tiene varios millones de años luz?. De todas formas, en estos lugares la vida no vale ni un ergio de energía y se puede trocar por un puñado de sal común de mesa y aún obtener el vuelto..
Cuando relato estos hechos a las tranquilas personas que han preferido el pacífico transcurrir de la vida en sus planetas de origen, viendo crecer a sus hijos y a sus nietos, ellos suponen que lo más peligroso es el viaje y esos avatares que han recibido nombres pintorescos por parte de las viejas tripulaciones como por ejemplo los Bailarines Locos, que son remolinos de polvo cósmico; El Destello Mágico, consistente en misteriosas e inexplicables explosiones en lugares del espacio donde hacia solo segundos no se detectaba absolutamente nada, a los que también se les dio el apelativo de Caprichosas ; El Embudo Tragón como llaman a la súbita implosión de soles que han caído en la degradación energética y, presagian la formación de un agujero negro hacia el que hasta la luz será desviada y fagocitada o tantos otros menos conocidos, sin descontar los que la fabulación popular ha ido creando a partir de rumores y miedos mal disimulados.
También yo, para sazonar una velada de buen comer y beber, mientras nos relajamos mirando la bóveda celeste tachonada de estrellas, bajo un cielo que no es el de mi planeta natal y que me es extraño, hago estremecer a mis anfitriones relatándoles los efectos Escila y Caribdis. La cruel e incontrolable situación gravitacional generada por dos planetas tan cercanos uno del otro, girando sobre un mismo eje, que, cualquier cosa que se aproxime a su línea interseccional gravitacional, quedará sometida a la fuerza contraria y simultánea de ambos . Las naves son así orientadas en su longitud apuntando con sus extremos a cada uno de los planetas. A veces, resisten durante días, pero, al final se parten como una crujiente baguette en las ávidas manos de un pillete hambriento, y cada planeta engulle un pedazo. Dentro de las naves, los navegantes, en una larga agonía, han tratado inútilmente de mantener la distribución del peso para no ser atraídos hacia uno u otro lado, como si tal cosa no fuera a ocurrir fatalmente. Al final, el simple desplazamiento de un objeto tan pequeño como un lápiz por un piso inclinado, o un estornudo, desbalancea el conjunto con lo que hombres, muebles, equipos y máquinas son destripados y vomitados al espacio sin orden ni concierto.
También son fascinantes las Burbujas Malignas. Un alegre espectáculo de burbujas surgidas del espacio profundo y que se trasladan a enorme velocidad. Su superficie está conformada por una capa de apenas unos miles de kilómetros de espesor de una mezcla de partículas subatómicas en equilibrio. Su tensión superficial soporta la presión interna de una fuerza energética de origen desconocido que parece comportarse como un gas, pero no lo es.
Las Burbujas surgen del espacio en juegos de grandes y pequeñas esferas deformes que se agitan tal si fueran exhaladas en el agua por el equipo de un buzo. Las naves no tienen muchas alternativas. Los aparatos no registran el fenómeno. Algunas naves logran atravesarlas, las más pesadas, pero las más livianas quedan atrapadas por la tensión superficial del exterior y, aunque apliquen toda la energía de sus motores, siguen circulando pegadas a la superficie de la esfera quizá unos minutos, quizá unos siglos. Otras traspasan penosamente la resistencia de la superficie quedando pegadas del lado interno para ser digeridas por las fuerzas internas, molécula por molécula, hasta su total extinción.
Están también las Lluvias de Abalorios, partículas cristalinas que al chocar entre ellas producen una peculiar vibración electromagnética. Viajan a altas velocidades atravesando el espacio y fascinando a quienes encuentran en su camino. Cuando el navegante experimentado ve este fenómeno se alista para poner la máxima distancia posible y le ordena a su tripulación no observar por los aparatos visores ni tomar o grabar registro alguno especialmente aquellos que se manifiestan con aparente sonoridad. El mismo hará lo imposible por no ver o escuchar y si la curiosidad lo impele a hacerlo, debe hacer como el antiguo Ulises que se hizo atar para no sucumbir al encanto . El casco comenzará a vibrar con el Canto de las Sirenas y si se mira por los visores el espectáculo es tan bello que hará del observador un zombi completamente drogado incapaz de librarse del hechizo e inclinado a estrellarse deliberadamente contra la primera estrella que tenga al frente.
Y por cierto, que no te toque una Lluvia de Diamantes. Parecen materializarse de la nada y forman manchas que ennegrecen el espacio hasta que la luz de alguna estrella, a la que se acercan, los ilumina. Entonces cada uno y todos brillan relucientes y hermosos, tan atrayentes como si estuvieran en la vidriera de una joyería en New Nueva York. Y son diamantes, verdaderos y duros cristales de carbono que viajan por el espacio sin saberse de donde vienen o adonde van. Encontrarlos no es lo mismo que hallarlos en el seno de una montaña en el Congo terrestre. Por el contrario, no harán a nadie felizmente millonario. ¡Guay! de las naves que se encuentran con ellos y no los eluden!. Millones de pequeñas partículas raspan los cascos a enormes velocidades irisándose hasta iluminarse como carbones en una parrilla. El roce roe los cascos más duros y resistentes hasta que los deja tan delgados que no soportan la presión interna y estallan dejando una fugaz estela de vida agónica flotando sin rumbo ni destino. Combinados con el oxígeno exhalado por la nave agonizante, los diamantes recalentados entran en verdadera combustión, dando un espectáculo indescriptiblemente bello que, por todo lo demás, probablemente carezca de espectadores.
Una vez tuve el dudoso privilegio de asistir a un suceso de esta naturaleza en que se involucró un galeón terráqueo cargado de colonos de la Tierra en viaje hacia un nuevo planeta en Alfa Centauri. Quince años de viaje a velocidad media con dos saltos equivalentes a tres años luz. Estaban saliendo de una ceñida y retomando el rumbo con rachas de popa. Lanzaron al espacio todo su hermoso velamen y, en ese momento, una lluvia de diamantes los sorprendió. Veníamos en sentido contrario quizá a unos quince mil kilómetros de distancia y en buena posición para ver el peligro .Quisimos advertirles. Pero nuestra comunicación llegó tarde, el galeón chocó de frente con la mancha de diamantes. Vimos como el casco se iba pelando, desgastado micrón a micrón por una lluvia de chispas tan hermosas como malignas; al fin estalló
Los diamantes se incendiaron y parecía que todo el firmamento ardía. Vimos entonces miles de cápsulas criogénicas lanzadas a la deriva. Algunas pasaron muy cerca nuestro y, en nuestros visores, detrás de las cubiertas de cristal, se veían los rostros dormidos de quienes jamás despertarían de su sueño de esperanzas. Sueño eterno en el frío del espacio hasta ser atrapados por algún sol o planeta que los convertirá en un satélite o en una tea.
Ya ven, el espacio no es un lugar vacío. Por el contrario, está bastante colmado. El universo todo se comporta como un inmenso mar por el que se mueven corrientes, remolinos, huracanes y seres humanos.. Los astronautas tienen en cuenta estos extremos, por eso prefieren llamarse a si mismos navegantes y a sus naves con los viejos nombres de la marina de los tiempos de los buques a velas. Saben que no pueden ir en línea recta a su destino. No hay energía que pueda sostener ese ritmo. La nave debe navegar, aprovechar los remansos, los remolinos, las corrientes, las fuerzas contrarias a la lógica, la atracción, la repulsión, los vientos solares, los chorros de fotones que pueden ser concentrados y dirigidos hacia las velas. Igualmente, la costumbre ha ido dando pintorescos nombres a los fenómenos que, siendo parte del peligro, son también parte del sabor de la aventura.
Si, son peligros, ciertamente. Y el navegante los enfrenta con distinto talante según su naturaleza y sus circunstancias, pero, aún tan lejos y aún en la mayor de las soledades cósmicas, el peligro mayor, el peligro máximo, sigue siendo el ser humano o, dicho en una forma más amplia cualquier ser pensante conciente de si mismo, organizado y necesitado de elementos para sobrevivir y nutrirse.
NUTRICION NATURAL
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