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Él es Beto -me gusta recordarlo con ese mote-, o era Beto, ahora se hace nombrar Doctor Alberto Sánchez Villaseñor, jefe de gobierno de ciudad Durita.
La historia de Alberto -¡disculpen!- la historia del honorable Dr. Alberto jefe de gobierno de ciudad Durita, es tediosa, aburrida, cuadrada. No quisiera aburrirles con tantos adjetivos descalificativos, así que resumiré la vida del Dr. Alberto en una sola palabra: triste.
Con razón de la triste vida del Dr. Alberto, dirigiremos nuestra atención en la historia de Beto, una historia que llega a mi mediante aires nocturnos que soplan en la cabecera de mi cama; aires que traen recuerdos, sueños, alegrías y risas, sobre todo risas.

Ésta es la historia de Beto, el buen y risueño Beto. Cuando aún éramos pequeños, Beto y yo jugábamos todas las tardes; corríamos, gritábamos, saltábamos, creábamos las historias más locas que nunca nadie antes -o después- pudo haber imaginado.
La imaginación de Beto era un mar de nubes interminables, siempre tomando formas imprevistas, unas veces pequeñas y simpáticas, otras veces enormes, oscuras y complejas, pero siempre llenas de ingenio, aventura y diversión.

¡Como me divertía en compañía de Beto! Hasta la manera en que vestía era hilarante. La escuela era divertida con Beto en ella, siempre llegaba con una aventura y un disfraz diferente. Armaduras, vestidos extraños; un traje de musgo, gorros, maquillaje, incluso un día llegó a la pequeña escuela rural a la que asistíamos, vestido como una niñita. Beto era el alma de la clase, su imaginación no tenía límites.
Sin embargo, a los adultos les parecía poco divertido, lo catalogaban como payaso, un sin futuro, un chico que requería atención especial. Me molestaba que profesores y en general adultos, se refirieran a él como “un niño sin amor” , pero a Beto no le molestaba ni un poco.

Beto siempre se metía en problemas con los adultos por su estrepitosa -estrepitosa según los adultos- forma de ser. Uno de los mayores problemas que enfrentó , fue cuando en plena misa, intentó bajar de aquel fetiche en forma de cruz, al personaje en él clavado. Mientras las ancianas graznaban las antiguas oraciones en latín, y los arrepentidos cristianos se golpeaban el pecho, Beto escalaba el retablo para bajar la cruz. Claro es, que Beto no tenia nada de que arrepentirse, sin embargo aquellas fervientes personas se sintieron sumamente ofendidas. Cuando se le preguntó la razón de su acto, inocentemente contestó:
-Aquel personaje no merece sufrir, no entiendo por qué ,mientras él esta clavado allá, yo estoy divirtiéndome… quiero que se divierta conmigo-. Lamentablemente, nadie entendió su argumento y lo tacharon de hereje.

Beto se torno en sinónimo de problemas, para el entonces, pequeño pueblo. Como yo estaba sumamente apegado con mi amigo, los problemas que a él le azotaban, en mi azotaban al doble ya que mis padres eran del tipo de adultos rectos, que no entienden nada, a menos que se trate de dinero, posesiones o posiciones sociales.
Beto y yo crecimos riéndonos pese a las adversidades. Pronto nos encontramos en el colegio estatal, con 18 años cumplidos y miles de risas. ¿Adultos riéndose? Eso si era sorpresivo. A pesar de estar creciditos, la magia de la niñez permanecía fresca en nosotros. Desafortunadamente, la edad está en relación directa con la seriedad, madurez y pulcritud. Beto y yo rompíamos con tan rígida ley y a los, aún adultos para nosotros, les parecía insoportable, tanto así que nos echaron a los dos del colegio.

Cuando los padres de Beto se enteraron de la expulsión , decidieron internarlo en una escuela militar. Afortunada o desafortunadamente mis padres no se enteraron, ya que se encontraban fuera del pueblo y cuando regresaron, regresaron en cajas negras y con mucha gente llorando.
El Día del funeral de mis padres, yo me encontraba ausente, irritado, agotado, pensando, como los adultos: en mi futuro económico.

Beto entró en mi habitación, y me dijo:
- ¡Venga vamos a jugar!- yo le dije que la gente no jugaba en los funerales, que la gente moqueaba y lloraba aunque no sintiera ganas de hacerlo, que era como una regla. Beto insistió ante mi renuencia:
-¿Estas triste por que la muerte se llevo a tus padres?- Me cuestionó. La pregunta me pareció absurda, ¿Quién no estaría triste si fallecieran sus padres?
-Vamos a matar a la muerte. ¡Anda levántate! Ella se llevó a tus padres, vamos a matarla para recuperarlos. Será como un juego, la regla no es llorar sino reír. ¿Qué dices jugamos?- La propuesta me fascinó porque en esos momentos tenía sed de venganza, sin embargo sólo era un juego sin malicia. Pronto nos encontrábamos los dos corriendo y riendo por las calles, fingiendo disparar, con un arma invisible a la muerte, ¡ahí está! ¡dispara, mátala! ¡corre que nos alcanza la muerte! ... ¡que divertido es jugar a matar a la muerte!

Ese día dormí tranquilo y solo, solo porque desaparecieron para siempre mis padres y Beto.
Hoy he vuelto a ver a Beto, me cuesta reconocerlo, por ello la dicotomía entre Beto y el honorable señor Alberto. Parece que a Alberto se le olvido el juego de “mata a la muerte”. Ahora tiene en sus espaldas a muchos hombres que resguardan celosamente su seguridad, ahora usa un chaleco antibalas, ahora ya no ríe. Parece que a el honorable Doctor Alberto Sánchez Villaseñor, jefe de gobierno se ciudad Durita, se le olvido ser Beto.

Texto agregado el 19-06-2013, y leído por 75 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
19-06-2013 Buen relato, mostrando las diferencias entre la inocencia de la niñez y la "responsabilidad" del adulto. zumm
 
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