Primera parte
Vivo en una casa antigua, casi centenaria. A pesar de los años, sus sucesivos propietarios han sabido conservarla en muy buenas condiciones. Tiene la fortaleza necesaria y luce encantadora, conservando su espíritu “de época”. Me han aconsejado que me mude tantas veces! Porque claro, es oneroso mantenerla. Pero no lo he hecho porque a mi me gustan sus paredes altas, sus puertas amplias, los pasillos, las verjas, sus oscuros recovecos, los muros del fondo cubiertos de hiedra, sus extraños ornamentos. El colorido jardín amaneciendo en abril bajo la niebla. Y esas noches en que el viento ruge como un león y se oye el ruido del portón resistiendo sus embates. También ha aguantado el postigón de la ventana alta, años y años de ataque, y aunque a veces amenaza abrirse de par en par, eso nunca pasa. De curtida superficie apenas logra mojarlo la lluvia, luego el viento que lo seca y sigue crujiendo a más no dar. Son rutinas que tienen magia, qué otra casa me las iba a dar?!
Hay muchos olores aquí. Según la época se expiden las maderas, las distintas plantas de interior y del jardín, las flores que pierden vida en los rincones y dejan al cabo su fragancia mortecina, los alimentos de la alacena, el vapor del café que se ha secado en las paredes, la nicotina, el humo de tanto leño quemado, los perfumes de jabón, los restos de efluvios humanos que han quedado atrapados en el subsuelo, algún rastro maloliente persistente de animal.
Cada cosa tiene un sonido, una forma, color, olor, sabor… y sentido.
Saben? Lo de siempre, cuando todo está en calma se escuchan voces y ecos. Y brotan reflejos de las paredes blancas, hasta confundirse con espejos.
A veces la veo, silenciosa y transparente. Se desliza suavemente, envuelta en un aura clara insinuando levemente su perfil desdibujado. Pero es tan discreta, quizás tímida o considerada que sólo he podido verla echando de reojo una mirada, cuando su reflejo cruza frente a mi. Sin embargo se que está ahí donde yo estoy, que camina tras de mi, pues a su paso se mueve el aire y se entibia la materia. Y me la imagino en vida, más amistosa que seria, de mucho estar de júbilo y poco andar en pena. Segura estoy de que ha de ser muy buena.
Les cuento que ayer caminaba yo de habitación en habitación y sin que pudiera verla, ella me iba abriendo las puertas.
Días atrás trataba en vano de alcanzar un libro en lo alto de la biblioteca cuando de pronto en un tris lo puso entre mis manos. Si, si, claro que le agradecí, pero nada, sigue siendo muy discreta.
Y no tienes miedo? me preguntan una y otra vez. Claro que no. Tan poca presencia por qué ha de preocuparme, ni siquiera se hace notar. Pero que está, está. Poco a poco he aprendido y ya reconozco su calor cuando está cerca de mi. Y ahora que me he puesto a pensar, cosa rara!, pareciera que a los demás no les extrañara. Es que la gente está cada vez más familiarizada con éstas cosas. Y además, me consta, quienes vienen a visitarme se sienten muy a gusto aquí. Es el espíritu de paz que reina en ésta casa. Sin embargo, pese a mis cálculos y previsiones, días pasados vino de visita uno de mis hijos con su mujer, apenas me acerqué a saludarla, se puso a gritar como una loca y salió corriendo despavorida… No pude evitar que se marcharan, intenté explicarle algo, que se calmara, pero no me escuchaba, sólo chillaba como mona herida. Luego hablaré con mi hijo. Aunque, lo se, quizás sea para él difícil de comprender que vivo con una fantasma. Lo entiendo…
Allí está. Cómo pedirle sin que se ofenda, que evite hacerse presente cuando estoy con ellos, que son muy asustadizos. De un tiempo a ésta parte, está cada vez más cerca de mi, la siento a mi lado dondequiera que vaya. Pobrecita, debe sentirse sola. Aunque fantasma, se me hace indefensa. Tengo la certeza de que debe haber vivido aquí. Entonces sentirá que esta casa le pertenece tanto como a mi. Bueno, lo he pensado, mientras no me haga daño, no tengo inconvenientes en que se quede. Mañana se lo diré.
Es temprano, no ha amanecido, cierta inquietud interna me ha despertado. Mis manos se alzan y siento que rozan, con la suavidad de una pluma mi rostro… pétreo. A luz de luna corro al espejo. Perpleja por lo que veo dejo que el miedo me atrape y me encierre en su aliento cálido como un horno recién apagado. Luego de unos minutos siento el eco de un grito ahogado que viene de muy adentro y rebota en el cráneo que no tengo: has muerto has muerto!
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