Su corazón agitado golpeaba fuerte contra su pecho, su respiración entrecortada y el ruido de sus tacones al correr era lo único que podía escuchar en aquella noche de luna menguante y la poca luz de algunos faroles que iluminaban su camino por aquellas oscuras calles cubiertas por una suave neblina que poco a poco comenzaba a espesar.
¿Por qué? ¿Por qué debía correr? Se suponía que aquella era una noche especial, nunca había esperado que las cosas diesen un vuelco tan drástico en tan pocos minutos.
-Maldición… -murmuró sintiendo como las lágrimas le nublaban la mirada al encontrarse encerrada en un estrecho callejón-. Respiró profundo pasando la manga de su blusa por su rostro para secar aquellas lágrimas que amenazaban con escurrir por sus mejillas, al voltearse y emprender nuevamente su carrera un crujido se escuchó bajando la mirada notando aquel tacón roto, no tenía tiempo para esto, sabía bien que aún seguía sus pasos y fue así como decidió optar por lo sano y quitarse ambos zapatos.
Cada paso era doloroso, sentir las piedras en las plantas de sus pies y el asfalto áspero le causaba raspones en los talones ¿En qué momento había decidido vestirse así? Claro que si hubiese sabido lo que iba a ocurrir, pero… ¿Cómo saberlo? Este tipo de cosas no se esperan, sólo suceden… Una suave y triste sonrisa asomó por sus labios mientras detenía su andar quedando de pie en medio de la desolada calle, no había nadie a quien pedir auxilio, nadie quien pudiese socorrerla en este momento y así fue como lentamente una solitaria lágrima acarició su mejilla izquierda. Sus castaños cabellos se removían junto con el viento, alzando lentamente la mirada hacia el oscuro cielo nocturno fijando la mirada en la luna escuchando aquellos pasos acercarse cada vez más. Más y más cerca, su corazón latía con fuerza tal que su sonido retumbaba en sus oídos.
Un frío aliento rozó la piel de su cuello logrando que contuviera su respiración, por un momento pensó que podría despertar en su habitación y que todo no habría sido nada más que un mal sueño, pero eso no era más que un deseo. Esta era su realidad, la luna que desde el cielo era el único testigo impotente, aquel frío cuchillo que lentamente se clavaba en su cuello y las manos de aquella persona que una vez creyó tan importante su verdugo. Su sangre lentamente bañaba su vestido color crema a un rojo carmesí y una nueva lágrima caía por su rostro antes de que su cuerpo se desplomara en el suelo con el cabello cubriendo parte de su rostro, su blanca y tersa piel, la cual lentamente se volvía cada vez más fría y su mirada comenzaba a nublarse con la oscuridad distinguiendo con esfuerzo la silueta de su novio que se alejaba a paso lento y calmo.
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