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Cuentan las leyendas, que en aquel mundo apartado de la vaporosa realidad humana, existía un extraño monstruo azabache que contaba las historias mas magníficas y épicas que cualquier oído podía ser capaz de oír. Sus relatos, decían los antiguos, habían conseguido cautivar a los mas grandes reyes de la época, y su dulce voz, había hecho erizar los bellos de todo aquel que se acercaba a oír sus leyendas.
El monstruo, siguiendo una rutina cada vez mas satisfactoria, se sentaba en una ajada silla de madera en medio de la plaza y, con delicadeza, para que todo oído ajeno puediese aferrarse lentamente a los brazos que el relato iba ofreciendo, empezaba a relatar día tras día leyendas sobre valientes hombres que enfrentaban en su viaje a cientos de monstruos con tal de salvar su reino y encontrar al amor de su vida.
A cada párrafo que terminaba, la magia cautivadora de sus palabras se iba acortando lentamente, por eso, cuando volvía a retomar la historia por donde la había abandonado, su voz cobraba unos matices cada vez mas potentes, con expresiones y gestos tan únicos, que todos a su al rededor sentían como su corazón golpeaba salvajemente en su pecho por la adrenalina de tales bellas epopeyas.
Sin embargo, y a desgracia del pobre monstruo, un día frío de invierno, al terminar su habitual ronda de cuentos, cuando se dirigía ya hacia su hogar, un bandido encapuchado lo amenazó con una afilada navaja, colocándosela violentamente sobre su delgado cuello negruzco. El ladrón, con los ojos bañados en rabia y tristeza, a través de su identidad enmascarada, le gritó sin piedad al monstruo que le diese rápidamente su bien mas preciado, y que si no lo hacía, de él solo iba a quedar su cuerpo inerte sobre el suelo. Ante tal ardua amenaza, el cuentacuentos no lo dudó dos veces y, con tal de no perder la única razón de su existencia en el mundo, le dio al ladrón su bien mas preciado: Su voz.
Satisfecho, el malechor se alejó y nunca volvieron a encontrarse.
El monstruo, nada mas entrar a su casa y acostarse en su cama, aun desgraciadamente anonadado, intentó hablar, decir, aunque fuese, algunas cortas palabras para si mismo, con tal de no aceptar la realidad a la que se estaba a punto de enfrentar, sin embargo, como imaginó, sus cuerdas vocales no respondieron y sus palabras no fueron mas que aliento perdido. Así pues, tras varias horas de intentos inutiles, aquel ser negruzo comprendió, finalmente, que se le había sido arrebatado su bien mas preciado, su dulce voz.
Triste y enfundado en un manto de tristeza, salió a despejarse la cabeza por extensos campos inhabitados, donde el correr del viento era su único acompañante.
Arrastrando sus largas piernas por los oscuros campos, comenzó a imaginarse su vida, arruinada por no poder articular palabra alguna, su mas grande vicio y disfrute, arruinado por toda una vida en menos de unos pocos minutos. Desolado y sumido así en una gran pena, se quedó observando como el atardecer iba deshaciéndose sobre el horizonte, como sus ultimas esperanzas en esta vida, cuando de pronto vio sangrar sobre los campos, una larga sombra que acababa de arribar a su lado. Inclinando un poco la cabeza, descubrió ante sí, a un extraño anciano con una gran barba blanca que cubría tanto su cuello como sus hombros. Con solo observar sus profundos ojos bañados por los pocos rayos del sol, el monstruo supo que aquel anciano era Azabec Dipreda, el gran sabio cuya edad es incalculable, tal como las estrellas sobre el firmamento.
El cuentacuentos, abatido por sus problemas, quiso explicarle aquella depresión suya que lo había arrastrado hasta tierras tan inhóspitas, pero, fue aquel mismo problema lo que le privó de su mayor necesidad entonces, sin embargo, el anciano no necesitaba palabras, solo la mirada caída y hundida de aquella figura negruzca le bastó para comprender sus pesares y, con unas palabras, liberarlo de tan oscura carga. Posando así su debil brazo sobre el hombro del monstruo, y con su voz ronca, el anciano le dijo: "Un hombre sabio como eres tú, no debe dejarse caer tan facilmente en las garras de la perturbada depresión. Simplemente te diré algo que espero que te ayude: Una imagen a veces vale mas que mil palabras."
Y con tales sabías enseñanzas, su mano se desvaneció del hombro negruzo, al igual que su figura entre los campos.
El monstruo, no durmió aquella noche, sino que se quedó despierto hasta que el sol volvió a asomarse por entre las rendijas de nuestro mundo y, una vez que amaneció, se dirigió a la plaza. Allí, ya sin voz, su cuerpo se convirtió en el contador de historias, sus manos ocuparon el lugar de sus palabras y sus gestos el de sus matices y así, demostrando que a veces las imágenes pueden reemplazar a las plabaras, continuó, generación tras generación, cautivando los corazones de todos aquellos transeuntes que, curiosos, se acercaban lentamente, a escuchar sus dulces imagenes.
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Texto agregado el 17-06-2013, y leído por 324 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
22-06-2013 muy buen cuento. me gusto. jaeltete
19-06-2013 me gusto tu cuento traido de una brillante imaginacion que relata esta historia de moustros cuenteros , como dice el savio las imagens a veces son suficientes si se las save captar y las palabras pueden suplantarse con un simple jesto , gracias amigo por compartir tus letras, un abrazo rolandofa
19-06-2013 Si el monstruo hubiera sido negro o mulato, bien, ¿pero azabache? Y el monstruo krumiro contaba historias de hombres venciendo a monstruos. Pobre de él. NeweN
18-06-2013 Error, en la palabra lograras, quise decir logras. Mayte2
18-06-2013 Genial. Lo que más me gustó, fue que con la palabra "gesto", lograras hacer una hermosa creatividad. Hay un dicho que dice que un buen gesto vale más que mil palabras. Gracias por la invitación. Un saludo cordial. Mayte2
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