Anoche me despertó el zumbido de los moscos, eran demasiados y me atacaban. Yo nunca había tenido problemas con ellos, siempre tuvimos una especie de pacto, ellos me dejarían dormir mientras yo dejaría que me hicieran dos o tres piquetes. Sin embargo anoche me estaban acribillando, sin piedad apielizaban sobre mi y me hundían su balloneta, sin duda alguien no estaba respetando el pacto.
Entonces me di cuenta de lo que sucedía, a algún estúpido mosco revolucionario o a algún grupo de moscos revolucionarios, se les habría ocurrido la tonta idea de que todos los moscos tenían el derecho a picarme, actividad que hasta anoche habría estado reservada únicamente para dos o tres moscos poderosos, moscos tiránicos. Habré recibido quizás 10 piquetes cuando desperté, los revolucionarios habrían tomado por asalto el derecho a picarme, el zumbido en mi habitación era casi ensordecedor.
Prendí la luz, sin duda se estaría librando una batalla entre los moscos tiranos y los moscos revolucionarios, decenas de ellos iban y venían sin orden aparente, aquello era una batalla, una batalla por la libertad y la igualdad, una revolución, una batalla por la vida.
De pronto todos parecieron esconderse, sin embargo era imposible disimular tal alboroto. Entonces, me coloqué en medio de mi habitación y con la solemnidad de un consejero de las Naciones Unidas, hablé en voz alta, estoy de acuerdo con ustedes, moscos de la alta de y de la baja sociedad, todos tienen derecho a la vida, todos deben tener los medios para subsistir y desarrollarse libremente, para ello, todos los moscos como miembros de una especie deben trabajar unidos y en comunión, hombro a hombro, con la seguridad de que sus acciones traen un beneficio para la comunidad, con la seguridad de que su voz es escuchada en las decisiones que afectan a todos. La igualdad y la tolerancia, son principios fundamentales que deben regir toda sociedad moscuna, desde el más grande hasta el más pequeño, desde el más débil hasta el más fuerte sin distinción, deben compartir la mesa y el pan, deben compartir el vuelo y la sangre, líquido vital, porque todos vienen del mismo padre y durante millones de años la unión es lo que los ha mantenido vivos, la unión ante la adversidad, la unión ante la desgracia, la unión ante los nuevos insecticidas. Es tiempo, de que dejen atrás diferencias superficiales, de que se miren entre ustedes y reconozcan sus semejanzas, de que se miren entre ustedes y capitalicen sus diferencias, para ser por fin una comunidad próspera, con oportunidades para todos, con derechos para todos, una comunidad que no distinga clases, donde cada integrante tenga una vida feliz y donde cada integrante reciba justicia. Los exhorto, moscos de esta habitación, a tomar el destino en sus manos, a dar un paso hacia el mañana y asegurar de una vez por todas su futuro, trabajar con convicción por el bien de todos. No hay comunidad sin armonía, no hay desarrollo sin libertad, no hay paz, sin justicia social.
Cuando terminé de hablar, un absoluto silencio inundaba la habitación, sin duda todos los moscos estarían pasmados, conmovidos por mi discurso, reflexionando, quizás un mosco revolucionario y un mosco tirano se abrazaban, otros por ahí se mirarían entre ellos, avergonzados por sus anteriores intenciones, todos estarían tan reflexivos, tan ensimismados, que ninguno advirtió antes el olor del insecticida que poco a poco iba impregnando la habitación, ninguno advirtió tampoco, que mientras mostraba mis dotes de orador, había conectado el insecticida en pastilla a la electricidad.
Apagué la luz, me recosté de nuevo en mi cama y al cabo de unos minutos, ya sin los molestos zumbidos a mi alrededor, continué soñando con un mundo más justo y próspero, para todos los hombres.
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