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Yo tuve una gata que se llamaba Luna. Era blanca y redondita y sus ojos eran profundos y extraños como el misterioso satélite con su cara oculta.
Se quedó conmigo desde el día que entró en el jardin maullando de hambre y le saqué un poco de leche en un cuenco. Nuestra relación era cordial y sin ataduras, ella entraba y salia de casa a su antojo y yo la dejaba hacer. Prepararle la comida me servia de distracción y sus visitas alegraron mi monótona vida. Todos los mediodías Luna me encontraba trajinando en la cocina. De un salto trepaba hasta el afeizar de la ventana y me saludaba con un dulce miau que me sonaba a musica celestial.
Un buen dia, antes de ir directamente al cuenco de comida como de costumbre se lanzó de un saltó a la despensa y vi que jugueteaba con algo. Era un ratón polizón que se habia instalado sin que yo me apercibiera. Observé su táctica con gran asombro, parecía que le acariciaba con su patita blanca y se quedaba quieta mirando expectante, dejando que corriera en un amplio circulo. Cuando parecia que el ratón iba a escapar, le interceptaba el paso con una rapidez pasmosa y volvia a darle unos suaves toques con sus patas delanteras como si jugara con una pelota. Así mareaba al raton, cada vez con menos escapatoria hasta que le asestó el golpe de gracia que le dejó inmóvil y se lo tragó sin dejar ningun rastro del festín.
Había algo curioso en el comportamiento de la gata que provocaba comentarios jocosos entre mis vecinos: todos los dias recorría conmigo las dos manzanas que separaban mi casa de la estación de tren camino del trabajo y no se iba de allí hasta que el tren se ponia en marcha. De ahi el jolgorio de mis vecinos cuando nos observaban.
Yo nunca le dí la menor importancia pero ciertamente cada día, con lluvia o sol, cuando de vuelta a casa pisaba de nuevo el andén Luna estaba allí esperándome pacientemente. -Solo le falta ponerse a ladrar y mover el rabo, reia mi vecina, yo no sé qué es lo que le das hija, pero te aseguro que es la gata más rara que he visto en mi vida.
Realmente Luna fue una bendición: entró en mi rutinaria vida como un soplo de aire fresco y se acomodó libremente a mis horarios y a mis idas y venidas. Fue precisamente el dia que alteré esa monotonia cuando la perdí para siempre. Me llamó mi marido, no podia venir a casa a comer, tenian trabajo atrasado. Luego me llamó mi hermana ¿Podría pasarme por su casa para cogerle la orilla de su vestido nuevo? -Hoy me viene bien, le dije, Jesus no viene a comer.
Cuando llegué a la estación dos horas más tarde de lo habitual me extrañó no ver a Luna esperándome en el andén. Miré por todos lados buscándola aunque no quise darle demasiada importancia. Se habrá echado novio, pensaba sin ningun convencimiento para eludir el nerviosismo que me invadía, pero mis vecinos me estaban esperando en la puerta de casa. Por lo visto Luna habia acudido a la estación como todos los dias a la misma hora y al no verme bajar se quedó dando vueltas como perdida y no vio el taxi que llegó a gran velocidad para que su ocupante no perdiera el tren y que la atropelló matándola en el acto.

Texto agregado el 12-05-2003, y leído por 396 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-05-2003 He leído con detenimiento tu material denominado "Luna". Sugiero dos cosas: a) mayor rigor ortográfico, y b) mayor fluidez en las voces de las personas, haciendo diferencias cuando está pensando. Yo pensaría también que la gata no muere, a final de cuentas, como sabemos, tienen nueve vidas. Me agrada el tema. Yo lo puliría un poco más. Ese es mi comentario con la mejor de las intenciones. danielnavarro
 
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