Era un día gris, los rayos del sol apenas golpeaban sobre las ventanas, y entre las baldosas rotas la humedad se mezclaba con pedazos de hojas de un opaco ocre... Ella era la joven con los ojos más tristes alguna vez vistos... y mientras caminaba con su mirada puesta en un rincón nostálgico del pasado, sus pequeños pies iban salteando charcos y el tac tac de sus botas hacía un eco en la solitaria avenida...
El vendedor de diarios, el perro acurrucado en el escalón de granito bordo, el portón gris descascarado, y el bar de siempre en la misma esquina...
Con una mano abrió la puerta y con la otra intentaba introducir el molesto paraguas dentro de ese latón viejo ya oxidado...
Apenas apoyaba su bolso en la silla de al lado, escuchó la misma pregunta de todos los jueves...
- Un cortado y dos de azúcar?
- Si, por favor. Y un cenicero...
Era un rincón viejo, de un barrio aplastado por el tiempo, en el que aún se podía fumar, porque evadía la ley, o porque quizás estaba tan olvidado, que ni la ley lo recordaba...
En algún punto, ella y el bar, eran lo mismo, tristes, solitarios, y llenos de muecas que la fachada misma nos contaba que detrás de ésta, había un largo camino andado...
Mientras esperaba, miraba por los huecos que quedaban entre esos carteles viejos que ya no tenían sentido "se necesita empleado", "hoy no se fía, mañana sí", "sonría, la cámara lo está filmando"... y pensaba en cuantas personas se habían sentado antes en esa misma mesa, en esa misma silla, y miraron a través de esos mismos huecos, sonrieron a una madre que pasaba con su hijo, cuántas conversaciones habrían despertado un nuevo amor, el dolor de una separación, la alegría de que a un amigo lo ascendieron, la tristeza de otro que perdió el trabajo...
- El cortado, los dos sobres de azúcar y el cenicero.
Tuvo suerte, no la agarró el chaparrón.
- Sí, tuve suerte... Muchas gracias.
Ese mismo personaje, que parecía siempre querer decir algo más, plantaba un signo de interrogación, como para seguir la charla, en la rutina de siempre, y así, parecía feliz, amar lo que hacía...
Revolvía el cortado, una gota se disparó del interior de la taza cascada en uno de sus bordes, y cuando tomó la servilleta para limpiarla, leyó un mensaje...
-Alguna vez pensaste en suicidarte?
Lo tomó con calma y pensó que podía ser una broma de alguien que lo dejó en el servilletero, para que alguien luego lo abolle o se ria, o quizás lo tome en serio y reflexione al respecto...
Y pensó, pensó, y pasaron las horas y las horas, y la misma taza sucia, y el cenicero lleno de colillas aún seguían sobre la mesa...hasta que su silencio se interrumpió...
-En media hora cerramos, anda meditabunda hoy, está bien?
-Alguna vez pensó en suicidarse?
La miró con cara extraña casi asustado, y luego vio la servilleta con el mensaje... Suicidarme, a ver...suicidarme, quizás no sea lo más optimista, pero hace varios años que tengo una idea formada, y es que ya a mi edad, la vida es un continuo suicidio... A ver, si usted lo toma, como desaparecer del mundo, ya no despertarse ni verse caminando por el reflejo de una vidriera, no, nunca lo pensé... Pero llega un momento en que la vida hay muchos suicidios, uno se separa pierde a la mujer que amó toda la vida y se suicida una parte de su corazón, pierde un trabajo y se suicida una parte de su dignidad, no llega al título que quiere y se suicida intelectualmente, un amigo lo traiciona y se suicida su confianza... la vida es una constante de suicidios...pero bueno hay que ver como uno lo toma, no es cuestión de hacerse problema por todo, sino, dios mio!
- Disculpeme, sólo es que encontré esta servilleta, y no se quien la puso, y nada, me confundí... Pero le agradezco su charla, siempre usted tan gentil. Sabe qué? No le hago perder más tiempo, quédese con el vuelto que ya debemos irnos.
- Por favor señorita, siempre es un placer.
Esa noche se quedó pensando en todas las palabras de aquél hombre siempre vestido de negro, con una sonrisa y una respuesta para dar, desde su lugar, desde su corazón...
Al día siguiente, tenía muchas cosas que leer, y el tac tac entre la gente no era como el día anterior, se perdía entre las bocinas de autos y el ladrido de los perros, podía ir más rápido porque las baldosas hoy no salpicaban agua y la nostalgia la había guardado por un momento...
El vendedor de diarios, el perro, el portón y el bar en la misma esquina... las persianas bajas, y un cartel nuevo en hoja blanca que sobresalía de los amarillentos viejos...."cerrado por duelo". |