...nacionales y quizá universales
Entré en la proveeduría de una Estación de Servicio para comprar cigarrillos. Pagaba cuando ingresaron dos niños a pedir algo. Eran dos niños de la calle, numerosos, inevitables, una de nuestras dolorosas vergüenzas nacionales, en franca expansión luego de la fiesta menemista.
Pedían con lenguaje gutural, y elegían, con deditos delicados y muy sucios, en una caja de brillantes bombones de licor. Cuando el dueño ya los despedía con “cajas destempladas”, lo frené y tomé los dos caramelos más grandes que supe encontrar y se los di.
-Otro para mi hermana que está afuera- fue la rápida respuesta de solidaridad obligada y bien entendida. Arriesgaba irse sin nada. Tomé el tercero y lo agregué a la cuenta. Pagué por ellos más de la mitad del valor de los cigarrillos, para asombro del dueño y de un parroquiano, que yo de algún lado conocía. ¡También, en pueblo chico, quién no se conoce!
-Podrían haberse llevado alfajores, más comida y más baratos- expresó éste.
-Yo, aquí- se defendía el dueño-, les doy una vez por semana, ¡nada más!- “Claro, y al que le toca le toca”, pensé al mirarlo para recibir el vuelto.
-Y si no llegás a darles nada, encima después te putean estos mocosos- apuntó el parroquiano mientras encendía un cigarrillo-. Yo los tengo todos los días en la puerta de mi casa tocando el timbre a las ocho de la mañana...- “Por lo menos, te sirven de despertador”, volví a pensar mientras abría la puerta.
En el auto, la 103.7, FM, sintonizada ad infinitum, flameaba los acordes del primer movimiento del cuarteto “Emperador” de Haydn. Mientras la melodía entraba a raudales en mi lóbulo temporal, desde el frontal rechacé de plano la tentación de calmar por un rato a la conciencia con los dulces...
...y recordé un texto de La_Columna que trataba sobre la “Dignidad”, y agregué que ella también pasa por no acallar la conciencia, por más grandes que sean los caramelos...
Y en otro rincón del cerebro quedó bailando este texto. Si no fuera por su tono de denuncia, creería en una trampa de la otra conciencia, la que nos hace creernos mejores por el simple hecho de pensar diferente. Quizá fue esta misma la que le hizo decir alguna vez a Sartre que “Frente a un niño moribundo, La Náusea carece de peso”. Porque la dignidad pasa por el silencio, cuando sobran las palabras, y por las palabras cuando el silencio es cómplice...Las palabras o el silencio, en definitiva dos caras de una misma moneda, cuando la realidad golpea como una cachetada hasta el fondo de la vergüenza dormida, y sacude al letargo indiferente que quiere justificarse con un mero acto de generosidad sin nombre.
“¿Es que acaso por ventura te crees tú mejor que ellos...?”, cavilé mientras apagaba con rabia la música de un golpe.
Y el silencio finalmente se hizo dueño de todo mi entorno, como la única condición tolerable, creíble, legítima.
Debería pedir disculpas por no haber sabido respetarlo hoy
|