¡Ellos no lo saben, pero nosotras también tenemos una erección! ¡El clítoris se pone erecto!” (Once Minutos, Paulo Coelho)
La literatura erótica ha sido inmensamente abordada por críticos, ensayistas y escritores de toda índole, tanto mal entendida, como desinformada, confundida y hasta relegada. Y no hay que dirigirse a obras fuera de nuestro entorno celeste para citar ejemplos, aunque existen miles de ellos allá fuera en donde comenzar. Basta con centrarnos en loscuentos.net y entrar a cualquiera de las producciones literarias de este portal consideradas como “literatura erótica”, para darse uno cuenta que aunque el tema recibe muchísimas lecturas, son pocos los comentarios atinados que recoge. Y hago énfasis en el comentario “atinado” porque a mí me sucedió eso una vez, o vaya que bien te la chuparon en la fiesta no pueden ser nunca comentarios considerados como enriquecedores, ni para el segmento de lectores, ni mucho menos al del escritor. Ya sea por tabú, fobia, asco o timidez, el texto erótico, aún hoy en día, soporta ciertos paradigmas prohibitivos sociales que lo convierten en la “oveja negra” de la literatura.
Los prejuicios profundamente anclados en relación al texto erótico, no han perdido vigencia. Y es que el tema del sexo está tan gastado, que en ocasiones, por más genuina y valedera que sea la interlocución de algún argumento, en este caso, el de la narrativa, el de la prosa, el de los cuentos—géneros tan evidenciados y tan atados a nuestra sexualidad—, siempre y muy a pesar de la seriedad que se le endilgue, se hace compulsorio levantar la bandera de la sospecha; por más que lo evitemos, le tenemos cierta aprensión y cierto recelo a la discusión.
Sin embargo, el tema erótico llegó para quedarse, aunque este año y hace dos atrás "La Sonrisa Vertical" de Tusquets Editores haya declarado desierto sus certámenes de narrativa erótica. Llegó para quedarse porque desde la primera mención anatómica del clítoris para el año 1500, hasta la última novela de Paulo Coelho en donde retrata el tema intentando darle mayor validez al orgasmo que se efectúa entre los dedos, y descartando así el vaginal como utopía del compartir machista, no podemos divorciar el hecho que cada vez más autores se deciden a escribir sobre las cosas llamando “al pan, pan, y al vino, vino”. Pero aún, con todo el adelanto en el movimiento para eliminar los tabúes, a la literatura erótica le falta mucho camino por recorrer. Y es que de ella se ha dicho, y estoy absolutamente de acuerdo, que es sólo un método, una forma, sólo un modo de contar el relato, no el principio, o dogma, o fundamento del mismo, sino un estilo o inclusive hasta la narración de unos de los planos, que debe perfeccionarse como se perfeccionan otras técnicas y otros planos para abordar situaciones altamente perpetuables en prosa.
Ya lo dijo una vez Ricardo Piglia: “Un cuento siempre cuenta dos historias.” En el caso que nos concierne, una de esas historias debiera ser el subterfugio erótico.
Y digo que aún falta camino por recorrer porque ¿cuántas veces se ha encontrado usted con un cuento, novela o extracto de narrativa en donde se diga: “Y ella tuvo una erección”? Seguramente no muchas veces. De hecho, puede que la respuesta sea inclusive un enfático “Nunca antes”, ¿cierto? ¿Por qué? Si es vox populi a estas alturas de nuestro siglo que las mujeres también tenemos erecciones, y no hablo exclusivamente de las ligadas al factor metafórico o hermafrodita, y mucho menos me circunscribo al elemento de los pezones endurecidos. Hablo de las erecciones en nuestro clítoris. Sí, en ese lugarcillo excluyentemente ligado a las féminas de la especie, que sólo lleva aproximadamente 504 años de inmortalizado en el papel de la historia escrita y que es merecedor de las más escandalosas censuras por parte de algunos segmentos de nuestra sociedad a diestra y siniestra.
¿O será acaso que tememos ser etiquetados como “golfas literarias” o “escritores promiscuos,” restándole de esta manera seriedad y credibilidad a nuestras creaciones, amparándonos en las famosas palabras de Augusto Monterroso donde explica que “si a uno le gustan las novelas, escribe novelas; si le gustan los cuentos, uno escribe cuentos”, y debido a lo cual podemos dar la impresión de que si escribimos sobre erotismo es porque lo hemos probado todo, que no tenemos moral y que somos unos depravados?
A pesar de que alguien dejó por ahi eso de que "sobre gustos no hay nada escrito", habrá que pensárselo mejor, porque con esos prejuicios y ofuscaciones podríamos estar cortándole las alas a uno de los mejores quehaceres de nuestra vida en común, la escritura responsable, mezclada con uno de los mayores placeres de la vida misma, la sexualidad.
Ya bien lo dijo alguna vez Octavio Paz sobre el erotismo y la poesía (la cual puede ser sustituida en este contexto por el término “literatura”): “el primero es una metáfora de la sexualidad, la segunda una erotización del lenguaje.”
Y decía Jorge Luis Borges, quien no frecuentaba por cierto este género, con certera y precisa apreciación: “A mí me parece que no hay libros buenos, ni hay libros malos (léase aquí textos), sino bien escritos o mal escritos...
¡A escribir, entonces, y a leer y disfrutar de la buena prosa sin tapujos, que para eso ha sido creada!
Gabriela Soyna, agosto 2004.- |