Podría adentrarme en las fauces de Cerbero
Y dejar que sus tres hocicos mastiquen con rabia mi cuerpo,
Que me desmiembren y se peleen por mis pellejos,
Y que las ratas infernales se regocijen chupando el tuétano
Amargo de mis huesos temblorosos;
Me dejaría llevar por la corriente helada de Aqueronte
Mientras las rocas del fondo como navajas me perforan la piel,
Hasta no ser más que una masa informe de carnes ensangrentadas;
Compartiría el destino de Job pero sin dios, es decir,
Sin la esperanza que procura la ciega fe en la obediencia a lo divino,
Tan sólo con la lepra que corroe y la miseria que se ensaña;
Ataría mis manos tras mi espalda y me dejaría caer sobre la leña
Que alimentará la furia de la hambrienta hoguera,
Y gritaría a los inquisidores: “¡Prendedla ya,
Que la negrura más infinita me aguarda
Tras la ardiente danza del fuego purificador!”;
Me perdería en el dédalo de la vergüenza de Minos,
Y al llegar al centro, en medio de la penumbra perfumada
De la sangre memorial de las virginidades devoradas,
Languidecerían mis fuerzas ante la bestia de Creta;
Mártir fútil, suicida patético, si te pierdo.