En la corteza se labran regueros verticales por donde la humedad es conducida hasta el suelo, desinteresándose de las partes vivas del tronco.
El abandono de sus cualidades vivas y de partes de su cuerpo ha llegado a ser para los árboles un ejercicio familiar.
Como un cíclico y constante desafío, la sabia corre encajonada en la matriz muerta que protege la materia. Que lucha y renace.
Como nuestros sueños.
Las raíces que se esparcen y a la vez se arraigan.
Los brotes frágiles, sobreviven, quizás acaso por su ternura algunos serán fagocitados, quebrados, se marchitarán antes de florecer.
Y en el furor de las primaveras más tibias sus flores crecen en capullos cerrados cuya apertura desafía las adversidades y sus lustres más lúcidos explotan en belleza.
Las hojas en un profundo instante transmutarán en colores según sus estaciones.
Las marchitas caen, y son abono, parte de la tierra, que acurruca su natividad porque en el fondo sabe que es irremediable que la nueva fronda crezca sin permiso.
No se detiene, porque en su soberbia natura encandila la felicidad de sus biografías.
Y qué le importa a la corteza, que guarece yerta y seca, si sabe que sus goces más profundos albergan el secreto más dulce, el del fruto de la existencia
Soy árbol y corteza y soy sabia, y soy vida