El reluciente féretro de ébano y hierro contenía el sueño eterno de Bathlen de Bath, Lord of Falling Hights House y rey del Este de los Fiordos negros.
Su hijastra y esposa, Virnnae Kholothen, princesa y reina de Falling Hights, permanecía quieta, de pie a su lado, cubierta por un velo y en su atuendo de duelo. Rozando contra la blanca piel de su pierna, yacía Kattrena, su fiel pantera negra, animal que su padre le había traído luego de una batalla ganada hacía una década.
El finado Bathlen el bello, había conquistado hacía ya varios años, el corazón de la reina viuda, Lady Darrashae Kholothen madre de Virnnae, que deslumbrada por su rostro perfecto y el cuerpo descomunal, no había entrevisto la posibilidad de que éste sólo quisiera transformarse en rey de Falling Heights y duplicar así sus tierras de conquista sin ganar batalla más que la librada entre sus sedosas sàbanas.
El próspero pueblo de Falling Hights pronto comenzó a sostener al del reino de Fiordos negros con su esfuerzo. Unos trabajaban para sostener la vagancia y beligerancia de los otros. Se desató de a poco una silenciosa guerra interna entre ambos pueblos que redujo la población a menos de la mitad, entre las migraciones, las matanzas y la delincuencia. Pero Bathlen, adorado entre los suyos, sólo veía que su pueblo ignorante y brutal, ahora lo amaba, ya que les había dado a quienes robar y a quienes someter…sin entregarles él, absolutamente nada de sus arcas. Y Darrashea, sometida entre el amor y la lujuria, dejó de contemplar con orgullo el afuera de los muros de piedra de su castillo, para ver sólo su radiante lecho, esclava del fuego al que la sometía su hermoso rey Bathlen de Bath.
Un día llegó al castillo, llamada por Virnnae, la hechicera Melissandre, prima segunda y también parte del antiguo clan extinto Kholothen de Khöl. Melissandre, última del clan, había sido desheredada injustamente, a causa de sospecharse bastarda por su impactante cabellera roja, poco apropiada entre los rubios del clan Khöl. La mujer, habitante de una modesta casita del pueblo aparentaba una veintena de años pero superaba la cincuentena, sobrevivía con las artes del hechizo y la magia negra que utilizaba hasta en sí misma y que la hacían portadora de una exultante hermosura.
Virnnae, harta de la soledad del castillo y de ver a la muerte devastar el pueblo que su padre y su madre habían amado tanto, decidió llamar a su prima, aprender sus artes oscuras y, entre ambas, pergeñar un plan. La idea de Virnnae era hechizar de a poco al rey hasta matarlo para que su madre gobernara sola y volviera a ser la de antes. Pero Melissandre, con su malvada naturaleza, fue un poco más allá y cambió, “ligeramente”, según ella, los planes.
Tiempo después, ya Virnnae instruida en las malas artes, Melissandre partió, dejando en manos de su prima dos frascos de un fosforescente líquido verdoso. Uno, teóricamente, para desenamorar a la reina y volverla a la realidad. El otro, para envenenar en un lapso de menos de una semana, al rey Bathlen hasta matarlo, sin dejar rastros. Pero la hechicera, cambió las cosas ideando un segundo plan secreto, cuyos resultados ella no vería porque ya estaría lejos sometiendo al rey Stannis Baratheon para lograr enamorarlo y ayudarlo a conseguir el tan ansiado trono de hierro por el que varios reyes estaban ya luchando. Trono en el que ella, Melissandre, se sentaría, como su reina, a su lado.
Virnnae se había quedado sola otra vez, su prima le había contado de sus planes sobre el Trono y el rey que seduciría y manipularía, pero en su inocencia ella confiaba en que las pócimas le devolverían a su madre y aniquilarían a su padrastro lujurioso y ambicioso. En sus amplias habitaciones, con su pantera como testigo ahora tenía un plan entre las manos y un montón de conocimientos para que su futuro fuera exactamente como ella quisiera… y pronto tendría de nuevo a su madre, nuevamente, gobernando en Falling Heights y Fiordos negros, como la honrosa reina que supo ser.
Melissandre reía estrepitosamente muy lejos de allí, recordando la maldad ocasionada a Virnnae mientras abría las piernas y, sobre el lomo de su caballo blanco, en plena carrera, hacía que su enamorado Stannis la penetrara una vez más, obnubilado, mientras el animal hacía exactamente lo que ella le ordenaba. El hombre enajenado y sumiso gozaba sin entender la visión demoníaca que resultaba para sus súbditos, la pareja pasando a toda marcha, en plena cópula bestial. Mucha gente moriría para que ella fuera reina junto a Stannis, pero eso no importaba. El fin justificaba el sacrificio de inocentes. Y sin sacrificios la magia negra no funcionaba. Así se lo había transmitido a su prima en Falling Heights.
Ahora Virnnae era la reina de ambos reinos, se había dado cuenta del plan de Melissandre, tan distante del suyo propio. Y estaba sola.
El pueblo afuera clamaba…”Bathlen ha muerto, que viva la reina Virnnae”! Y a ella se le helaba la sangre en las venas. No era eso lo que había planeado. Nada había salido como ella hubiera querido. Densas lágrimas rodaron por las pálidas mejillas y dos caballeros de la corte le acercaron una poltrona recubierta de piel de cordero para que se arrebujara en ella.
El invierno se había instalado y las gruesas paredes del castillo lo cobijaban dentro y allí, velando a su padrastro y esposo, se sentía más helado que afuera. Virnnae se quitó el velo, acercó la poltrona al fuego y, sin dejar de acariciar a la pantera, comenzó a recrear en su mente, los hechos acaecidos en los últimos meses luego de la visita de Melissandre.
Había seguido todas sus instrucciones al pie de la letra, había incluso realizado magia en sí misma para verse más joven aún, y mucho más bella. Había resultado, tanto que los caballeros de la corte parecían ahora suspirar ante su paso conocido. Luego había administrado con cuidado en las comidas, las pociones a su madre y a su padrastro. Sin embargo Bathlen parecía cobrar más fuerza y más virilidad cada día. La reina aletargada, no había podido responder a la única preocupación del rey, tener recargadas sesiones sexuales con ella. El rey enardecía. Virnnae, rejuvenecida y exuberante ahora, tras sus prácticas de magia, había tenido que encerrarse por las noches, porque el rey mandaba sus caballeros a tratar de violentar su puerta.
Y de pronto, contra todos los pronósticos, la reina murió, así, de repente. Virnnae fuera de sí, revisó los frascos, controló las fórmulas, incluso la probó en sí misma, hasta con la idea enloquecida de suicidarse.
Pero nada sucedió.
El rey se desequilibró, lloraba, pateaba puertas, comenzó a violar a las cortesanas y a salir a buscar placer sensual, camuflado como un indigente, por el pueblo. Virnnae se hizo fuerte, continuó con el envenenamiento esperando y deseando que su prima no hubiera alterado la fórmula desde lejos con su magia. Nada parecía surtir efecto. Evidentemente Melissandre y su poder, habían gestado un plan a realizarse desde lejos… y la magia de Virnnae no era suficiente para contrarrestarla. Decidió seguir, y ver en qué terminaba todo eso. Después de todo, ella no era la que tenía que tomar la pócima.
El rey una mañana había llamado a Virnnae a sus aposentos, calmado, compuesto, aún con la decimoquinta ración de veneno en sus venas que parecían no hacer efecto. Hizo saber a Virnnae que había decidido casarse con ella para que ella fuera reina lo antes posible. Como para hacerle un favor. De inmediato entró un juez de la corte, dos caballeros y entre los cuatro la sometieron y obligaron a aceptar la orden del rey. Y en menos de media hora, se informó al pueblo que Virnnae, hijastra del rey, había sido por él desposada.
El pueblo vivaba. El pueblo todo lo vivaba sin entender las consecuencias de nada. Esa monarquía tenía que darle entretenimiento para paliar el hambre y las enfermedades que los diezmaban. Imaginar la cuasi incestuosa y oscura relación consumándose tras los muros, excitaba al populacho y los mantenía entretenidos por varias semanas o hasta meses. Comenzaron a llamarla “la princesa oscura” por la perversión que intuían en la relación con su padrastro.
Bathlen, luego del casamiento relámpago, la había sometido hasta el cansancio, Virnnae que aún a su edad era virgen por decisión, no podía creer la cantidad de sensaciones que se habían apoderado de su cuerpo nuevo aquella noche.
El rey estaba descontrolado con su cuerpo, con su entrega, la colmaba, la enardecía, la violentaba y luego la dominaba de nuevo, para más tarde amarla con exaltación incansable. Cada noche, desde aquel día fue un idilio de placer, ella misma perdió noción de sus planes, de su propia vida y sólo pasaba el día esperándolo en la cama, aprovechando para embellecerse, o jugando con su pantera como únicas actividades.
Virnnae olvidó el frasco de veneno que arrojó por un desagüe causando la muerte de millones de roedores que, al pudrirse en la intemperie, fueron portadores de enfermedades en el pueblo por meses. Ella ni se enteró de todo eso, el pueblo la había necesitado, clamado por ella, gritado por cambios, pedido por salud y por ayuda. Ella nada había escuchado, ella sólo había esperado en la bañera, en la cama, frente al fuego, desnuda o cubierta de su largo pelo dorado, en las habitaciones del rey, igual que lo hiciera su fallecida madre, enajenada de deseo.
Y un día, uno de esos maravillosos días, luego de una increíble sesión de amor con su Bathlen de Bath, transformado en su bien amado… llegó un caballero a avisarle que el corazón del rey habíase detenido de pronto, en una de sus recorridas por el pueblo. Le dieron el pésame, y le indicaron que se vista y se levante porque tendría que hacer los arreglos para los funerales reales y más tarde, ocuparse de los asuntos pendientes del rey.
Virnnae, recordando todo esto, abrazaba sus rodillas sobre la cálida poltrona, se perdía en la mirada verde de la pantera Kattrena y trataba de encontrar las explicaciones en las lenguas de fuego del hogar... El licor espeso en su copa se calentaba y la reconfortaba, pero no le alcanzaban las lágrimas para llorar por su amado, por su madre, por sus planes olvidados y por toda la desgracia que parecía haber caído por su reino tras el paso de Melissandre y su incomprensible traición.
De pronto el llanto se secó, el perfecto rostro de Melissandre se corporizó en una llamarada más alta y Virnnae escuchó que su prima, desde lejos le decía…”Eres reina, qué más quieres? Me llamas traidora y eras tú quien quería matar al rey. Tu madre fue el sacrificio, no te dije acaso que la magia requería “sacrificios”? Yo creo que te he hecho más beneficios que traiciones, querida prima, reina de Falling Heights y ahora de Fiordos negros también. Te hice conocer el amor sensual que te transformó en amante experta y hechicera, para dominar a cuantos reyes tú quieras. Pero te enamoraste del malvado que sometió también a tu madre. Mal comienzo, sin dudas. Cuando termines de llorar, me agradecerás, habrás aprendido tu lección y me deberás todo lo que ahora tienes”.
...
Pocos meses después, Virnnae Kholothen, hechicera, reina de Falling Heights y Fiordos negros, conocida como “la princesa oscura”, cabalgaba en su potro tan negro como sus ropas y el velo que cubría su cabellera dorada, fuera de palacio seguida de sus caballeros, de una reducida corte, de algunos habitantes fieles de su devastado pueblo, y de su leal pantera negra Katreena, hacia el lejano norte, con una única meta, vengar la muerte de su madre a manos de Melissandre.
Sin su inocencia original, habiendo aprendido a través de la tragedia y la traición, una nueva mujer, una verdadera reina aspiraba tambièn, como tantos otros, a ocupar el ansiado Trono de hierro del norte…......Virnnae, “la princesa oscura”.
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