Adolfo no era un vidente mas, el podía anticiparse a lo hechos con absoluta certeza. Ese don que se le manifestó a muy corta edad le trajo muchos inconvenientes y luchó durante mucho tiempo contra esas visiones que no dejaban que pudiera establecer relaciones duraderas. El anticipándose a los finales, para evitar el dolor de la ruptura, decidía no iniciar relación alguna. El no podía contar en su vida mal de amores, traiciones o desencuentros. El podía decir que no había sufrido por amor, pero lo que nunca pudo decir es que alguna vez estuvo enamorado.
Es sabido entre los adivinadores que cuando en una visión puede verse él mismo, el don deja de existir. Así fue que durante muchos años intentó buscarse en las visiones pero fue inútil, cansado de sus infructíferas búsquedas decidió ponerlo a disposición de quien se lo pidiera.
Su profesión la desempeñaba en una empresa multinacional y atendía por vocación una vez a la semana. En la empresa se desempeñaba en el área de archivo un lugar que le permitía tener poco contacto con otras personas. Su vocación la desarrollaba en una oficina propiedad de su padre en el centro de la ciudad, sin días ni horarios pres establecidos. Los necesitados de sus servicios llamaban a un teléfono, los atendía un contestador automático que los invitaba a dejar su nombre, teléfono y motivo de la consulta. Adolfo, escuchaba los mensajes, seleccionaba tres y los convocaba para el día y hora de atención.
Así es que en esta ocasión había escuchado los mensajes y se había decidido por un tal Daniel que dijo “mi esposa se encuentra gravemente enferma, pero no llamo por ella sino por mí”. El llamado lo había intrigado lo suficiente y decidió llamarlo para el primer turno.
El siguiente llamado era de Evangelina, que dijo “necesito respuestas, no doy mas”. Este llamado casi lo descarta pero el tono de su voz lo cautivó.
El último llamado era de Mario, era su quinta llamada pero nunca lo había seleccionado con anterioridad pero dado su insistencia decidió atenderlo. El mensaje siempre era el mismo “necesito saldar una deuda, necesito de su ayuda”.
Daniel
Así fue que en el viejo edificio de oficinas, sin portero y ya sin vecinos, fueron ingresando los pacientes de a uno. Daniel, el primero, no tendría más de 45 años, no parecía que hubiera descansado bien. Su mano derecha húmeda, denotaba nervios. Adolfo, antes de empezar aclaraba y preguntaba: la consulta es gratuita, no soy Dios. ¿Trajo lo que le solicité?
“Si, aquí tiene. Ella es Ana, mi esposa” – dijo Daniel. La foto era de una mujer muy bella, una mirada dulce y una sonrisa contagiosa.
Adolfo la puso sobre el viejo escritorio, la miró detenidamente, apoyó su mano izquierda sobre la foto y cerró los ojos. Al abrirlos, Daniel empezó a hablar.
“Ella está muy enferma, y no vengo para que me diga que la va a curar o cuántos días de vida le quedan. Sé que no se puede hacer mas nada y si hay algo que no quisiera saber es cuanto tiempo mas estaremos juntos. Quiero cada día poder vivirlo con intensidad como si fuera el último. Necesito saber si tendré las fuerzas suficientes para sobrellevar su partida.” – concluyo Daniel.
Adolfo, alzó su vista y lo miró a los ojos y le dijo con cierta envidia y piedad: amigo usted tiene la llama de su amor y créame que siempre tendrá las fuerzas necesarias si no olvida su sonrisa.
Adolfo, siempre supo que el tiempo de Ana se agotaba y que se despediría de Daniel tomándolo de la mano, con una mirada dulce y una bella sonrisa instalada en su cara.
Evangelina
Evangelina ingresó con los ojos vidriosos y con un pañuelo en su mano. Adolfo, le ofreció un vaso de agua que le acercó luego de llenarlo en el dispenser que se encontraba detrás de la puerta. Evangelina era joven y atractiva, su cabello le rozaba la nuca, su cuerpo con buenas formas entallaba un traje de secretaria.
Ella no le llevó una foto, le entregó una carta escrita de puño y letra. La carta fechada hacía pocos días empezaba así: “Eva, decidí escribirte porque no tengo el valor….”. Adolfo, siguió leyendo hasta que al finalizar la lectura miró a Evangelina. Ella largó un llanto desconsolado, y entre sollozos empezó a preguntar: ¿Por qué?, ¿Por qué así?, ¿Por qué si lo amaba tanto?” .
Carlos se había encargado de ocultar y mantener en secreto su otra vida. Se vio obligado a optar por su esposa y dos hijos cuando Evangelina no le dejaba margen a la informalidad.
Adolfo, se disponía a contar lo que había visto cuando una nueva visión apareció en forma inesperada. Ahí estaba Evangelina de frente, sonriente y feliz corriendo a los brazos de un hombre de espaldas. Adolfo entendió que el futuro le deparaba a Eva algo más importante.
Evangelina no puedo decirle o explicarle los por qué de Carlos, empezó diciendo Adolfo….lo que le puedo decir es que en su devenir…..súbitamente Evangelina se paró, ofuscada y maldiciendo al vidente dijo…”no necesito palabras de consuelo necesito respuestas”. Se dio media vuelta y dando un portazo se marchó.
Mario
Mario no pudo controlar su ansiedad y llegó 15 minutos antes de la hora pactada. Se lo veía inquieto y observándolo todo.
Buenas Noches – dijo. Por aquí por favor -le indicó Adolfo.
Mario le entregó un sobre con una tarjeta dentro. Adolfo la sacó y detenidamente la miró. Era la invitación para una fiesta de bodas.
Apoyó su mano en la tarjeta y cerró sus ojos. Sobresaltado los abrió, su cara denotaba asombro, un calor intenso empezó a subir por su cuerpo, su frente transpiraba, podía sentir el fluir de la sangre en sus venas, el corazón latía aceleradamente.
¡Al fin nos vemos las caras, mal nacido! bramó. ¿Sabes quién soy? , soy Mario el prometido de Laura…..bah el ex prometido de Laura porque gracias a vos me quedé sin los confites y sin fiesta. Adolfo se abalanzó hacía la puerta de la oficina intentando escapar cuando un disparo por la espalda lo dejó tendido en el piso.
Adolfo le había anticipado a Laura que su historia de amor con Mario iba a quedar trunca por un hecho trágico. Laura luego habría decidido cancelar la boda.
Fue Evangelina quien dio aviso a la policía cuando regresó a la oficina a pedir detalles de su futuro y encontró a Adolfo agonizando.
Adolfo ya no es vidente, pasa sus días junto a Eva.
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