Adrenalina
Salí de clases más tarde de lo normal, ese maldito lenguaje lógico me estaba dando problemas, así es que me quedé un rato para que el profesor me explicara cómo hacer que esos algoritmos infernales hicieran correr el programa que no me funcionaba, el objetivo era simple pero yo no lo lograba.
Creo que sólo fueron diez minutos, suficiente tiempo para que mis compañeros ya no estuvieran, era lógico considerando que esa clase duraba hasta las 10 de la noche, todos querían recorrer las tres cuadras que nos separaban del metro y llegar a sus casas, no siempre cercanas al Instituto donde estudiábamos. Así que recogí mis cuadernos, mi cartera y una bolsa con unos lindos zapatos que había comprado en la tarde después del trabajo.
La encargada del pequeño quiosco que nos brindaba buen café y sándwich en los recreos iba saliendo también algo atrasada, nos conocíamos así que me acerqué a ella para que camináramos juntas esas cuadras algo oscuras, así conversando y riendo comenzamos el recorrido, prendimos sendos cigarrillos y nos fuimos analizando la vida.
Reconozco que siempre voy distraída, además de conversar, mi mente está con tres o cuatro cosas más. Pero algo me alertó, fue extraño porque desaparecieron casi todos los sonidos a mi alrededor, mi vista enfocó a un hombre que caminaba hacia nosotras a media cuadra más o menos de distancia, no era muy alto, joven, levantaba la vista para mirarnos y luego miraba el suelo indiferente, las manos en los bolsillos de un chaqueta negra de tela cerrada hasta el cuello. Nada anormal según mi apreciación pero yo seguía alerta. Mi acompañante parloteaba algo sobre los profesores y sus gustos culinarios, pero yo la oía algo lejana. Mi cigarrillo no se había consumido más de un cuarto, lo llevaba a mi boca con la misma mano que afirmaba el montón de cuadernos, la bolsa de las compras y la cartera colgaban en mi otra mano.
El hombre se acercaba y yo no podía dejar de mirarlo, cuando estaba a unos metros comenzó a correr hacia nosotras, su mirada fija en mi cartera, no sé por qué razón no me asusté, tomé con firmeza la correa y las manillas de la bolsa, lo dejé llegar, sentí su garra atrapando mis pertenencias mientras seguía su loca carrera, sólo un segundo y mi brazo hasta ese minuto laxo, se tensó con vida propia, tirando bruscamente al ratero de vuelta. Sorprendido el hombre me miraba de espaldas en el suelo, mientras que yo debo reconocer, algo frenética, le pateaba las costillas mientras gritaba por ayuda y entre medio algunos epítetos y recuerdos para su mamá. Vi pánico en su cara mientras trataba de pararse y cuando lo logró salió corriendo perdiéndose en la siguiente esquina.
Comencé a correr las dos cuadras que me quedaba por llegar hasta la entrada del metro, busqué mi compañera de viaje y con sorpresa la vi casi una cuadra delante de mí. Maldita cobarde pensé, si no pegaba podía haber gritado por lo menos, mientras tanto seguí fumando mi cigarrillo que nunca solté, mientras juraba en mi mente que mañana en el Instituto todos sabrían que ella valía menos que el delincuente que me había atacado.
Cuando por fin llegué a mi casa, miré la bolsa rota y la correa de la cartera marcada en mi muñeca, comenzó a dolerme el hombro y me tiritaban las manos y las piernas, ¡por Dios, en qué estaba pensando que enfrenté a ese hombre!, yo que cuando dicen gallinas al gallinero soy la líder de grupo. Supongo que fue uno de esos actos irracionales, efecto quizás del aumento de adrenalina, que espero no se repita nunca más en mi vida.
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