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Abandonó la autopista por la salida de la costa, y transitó una carretera totalmente cubierta por la sombra que proyectaban dos hileras de árboles casi simétricas, situadas a ambos lados de la calzada. De vez en cuando se colaba algún rayo de Sol entre las copas de los árboles y deslumbraba los ojos del conductor, pero eran tan infrecuentes que ni siquiera se tomó la molestia de ponerse las gafas de Sol. Aquella luz de falso crepúsculo le permitió ver con toda nitidez una señal rectangular, que advertía de la cercanía de un castillo, siguiendo un camino de tierra que se abría en el arcén del mismo carril por el que circulaba. Debía ser por la fuerza de la costumbre, o por una sentidísima deformación profesional, pero no pudo resistir la tentación de sacar una foto del castillo, la mañana estaba recién levantada y aún podría pasar unas cuantas horas en la playa. Ser periodista, reportero gráfico mejor dicho, tomarse sus primeras vacaciones en tres años y no parar de sacar fotos, eso era amor a la profesión, o una variante encubierta de masoquismo, no sabía muy bien con cuál de las dos opciones quedarse…lo cierto es que no se podía separar de su Polaroid instantánea ni para ir a tomar un café. El coche subió una ligera cuesta y le llevó a una explanada ideal para sacar una foto del castillo, donde podía proteger el objetivo de su cámara de la luz solar gracias a un bosque de plátanos cercano. Ni siquiera se detuvo a mirar el castillo con demasiada atención, había visto muchos en lo que llevaba de vacaciones; era el típico castillo con su foso, sus torres redondeadas y sus almenas cuadradas y serradas como incisivos, nada especial que remarcar, quizás que él estaba demasiado pendiente de sacar la foto. Buscó el mejor ángulo, la mejor luz y pulsó el botón…sacudió un poco la foto con la mano y la guardó antes de mirarla, sabía que no necesitaba una segunda toma, tenía mucha práctica, y volvió a montar en el coche para conducir hasta la playa más cercana…fueron muchas horas de Sol, de un dulce no hacer nada, de bañarse y secarse con una ligera vergüenza de enseñar su cuerpo blanco como una bañera, tan blanco que no tardó en alquilar una sombrilla y una tumbona para protegerse de las posibles quemaduras que pudiera producirle el Sol de mediodía. Casi un milagro, pero pudo estar veinticinco minutos sin pensar en fotografías, pero no pasó de ahí, porque después del quinto o sexto baño empezó a aburrirse y le vino la idea de repasar todas las fotos que había sacado a los castillos de la región, que no eran pocas…había castillos de todas las formas y tamaños, desde verdaderos palacios con torres puntiagudas y cristaleras dignas de una catedral gótica hasta pequeños montículos ruinosos con pedregales anexos, que no eran sino parte de sus muros derruidos por la falta de cuidados o por el paso de los años. Pasaba y pasaba fotos sin estar muy seguro de que pudieran acabar teniendo un destino práctico, estaba convencido de que aquel álbum era invendible, aunque tampoco le importaba mucho, estaba de vacaciones…fue pasando fotos hasta que llegó a la última, la que había tirado aquella mañana…se sorprendió mucho al ver una mancha blanca en lo alto de una de las torres, era claramente una camisa o una camiseta, como si alguien hubiera estado tendiendo la ropa en lo alto del castillo…fijó más la vista y, sin lugar a dudas, distinguió un punto oscuro, una mata de pelo corto, masculino, y quizás uno de sus brazos colgando, apoyado en una almena…no recordaba haberlo visto al sacar la foto, pero no le dio más importancia al asunto, al fin y al cabo no se había parado ni un minuto a fijarse en lo que estaba fotografiando; era muy fácil pasar por alto un detalle así, a través del objetivo de la cámara, volvió a guardar las fotos en su cartera y trató de relajarse. Pidió un refresco a un vendedor ambulante, volvió a bañarse, buceó un rato y regresó a la tumbona; estaba realmente satisfecho de haber decidido pasar el día en la playa.


Despertó al día siguiente en la cama de su hotel cansado aún del día anterior, se había cansado en la playa como sólo puede cansarse un hombre que ha estado más de cinco años sin pisar arena. Bajó directamente a la cafetería, se había duchado antes de acostarse y tenía la piel de la cara demasiado irritada por el Sol para afeitarse, lo que le apetecía en aquel momento era tomar un café bien cargado. Se sentó a una mesa y cogió un periódico del montón que había en la barra, más por costumbre que por un verdadero interés, sus conocimientos de francés eran más bien escasos. Pero al mirar la primera plana del diario su actitud cambió, la foto de portada captó su atención de un modo tan imperativo que olvidó pedir el café. No era por los titulares, que él apenas entendía, sino por la foto que ocupaba casi un tercio de la página…era la foto de un castillo, una foto calcada a la que él había sacado la mañana anterior, pero ampliada, y sin el hombre de la torre. Subió como una exhalación a su habitación, necesitaba dos cosas, la fotografía del castillo y su diccionario de francés-inglés, cuando volvió a la cafetería el periódico seguía encima de su mesa. Pidió el café y comparó las dos fotos, eran del mismo castillo, de eso no cabía la menor duda, luego trató de traducir los titulares, y pudo sacar dos ideas bastante claras de lo que iba traduciendo; una era que alguien se había suicidado tirándose desde lo alto del castillo, probablemente el hombre de su foto, la otra era que el cadáver no había sido identificado todavía por las autoridades. El fotógrafo se quedó pensativo, manoseando el diccionario, se estaba poniendo nervioso; sospechaba que por mucho menos que eso la gente acudía a comisaría y decía: “Tengo una fotografía del suicida, ése al que todavía no han identificado”, pero ¿cómo decirlo? ¿Por señas? Sí, quizás con el periódico, su foto y el diccionario lograría hacerse entender…pensándolo detenidamente no podía guardarse aquella información, podía resultar demasiado valiosa, por lo que subió a su habitación a vestirse y a coger su cámara; la siguiente parada en sus vacaciones mediterráneas iba a ser la comisaría de aquella pequeña ciudad turística. Una comisaría que se hallaba prácticamente a la vuelta de la esquina, como le indicó el único francés que pudo parar entre aquella marea de turistas. Después de mostrar su pasaporte en la entrada y de imitar con más pena que gloria la voz francesa “Information”, le llevaron a una mesa donde le esperaba un hombre de expresión malhumorada, de unos cuarenta años, con el pelo escaso y las cejas más pobladas que el periodista había visto en su vida. El agente le invitó a sentarse con un gesto de la mano, su presencia intimidaba, y no sólo por la expresión contraída de su rostro, sino por la culata de la pistola que sobresalía de la cartuchera que llevaba atada bajo las axilas.
-Bon jour –dijo el periodista sin saber muy bien por dónde empezar.
-Bon jour.
-Yo, yo…americano, ¿comprende?
-Oui, oui.
Decidió ir al grano, difícilmente iban a poder hablar de cualquier otra cosa.
-Mire.
Puso sobre la mesa el periódico, puso al lado de la portada su propia foto, en la que presuntamente aparecía el suicida, y luego puso su cámara Polaroid al lado de las fotografías…no sabía qué añadir, y dijo únicamente:
-Reportero.
Luego señaló al hombre en la foto pequeña, trasladó el dedo a la foto de la portada y por último señaló la palabra “suicide” en la letra grande de los titulares.
-Posible foto del suicide. Possible, ¿comprende? ¿Comprèn?
El policía miró las fotografías y después se echó hacia atrás en su silla. Su rostro cambió, si antes intimidaba ahora daba miedo, las cejas se le habían arqueado, en sus ojos había algo que helaba, algo frío y calculador que hizo nacer en el fotógrafo la idea un tanto absurda de que pudieran tomarle por sospechoso.
-¿Comprèn?
-Je ne comprenc pas...
-La foto, esta foto, la saqué ayer, hier, a la matine –insistió el fotógrafo señalando la mancha blanca en lo alto de la torre-. Possible suicide.
El policía se revolvió en la silla y comenzó a hablar a toda prisa, en un francés trabado, ininteligible para nuestro protagonista, que bastante trabajo había tenido para hallar aquellas pocas palabras en su diccionario de bolsillo. Cuando acabó su indescifrable discurso, el agente se levantó de la silla y con un gesto de su brazo le invitó a salir de la comisaría.
-L’information n’est çe pas important.
-Ya, ya –dijo el periodista entendiéndolo a medias, con la cámara en la mano.
Salió de la comisaría sintiéndose observado, las máquinas de escribir habían dejado de teclear y nadie hablaba, el silencio era total, habría jurado que las miradas de policías y administrativos le perseguían hasta la entrada; pero pensó que quizás había entrado en el campo de la paranoia pura, en el terreno paranoico de la conjetura periodística, y que simplemente se estarían preguntando qué habría venido a denunciar el extranjero de la cámara…afuera lucía el Sol, hacía un buen día para ir a la playa, nuestro detective amateur optó por tomarse un Martini bien helado en un bar cercano y olvidarse de aquel tinglado lo antes posible. Pero tenía la curiosidad muy picada, una curiosidad que se iba fortaleciendo con cada trago de vermut que bajaba por su garganta…nada de lo que había pasado en la comisaría había sido normal, ni la reacción del policía ni su posterior indiferencia, empezó a pensar que allí había gato encerrado, sencillamente no era posible que hubiesen descartado una prueba tan valiosa…pidió otro vaso y empezó a jugar con él mientras esperaba que el hielo de deshiciese dentro. Una idea iba tomando cuerpo, una idea descabellada pero que por momentos se iba haciendo más y más atractiva… ¿y si se daba una vuelta por el castillo, discretamente, a ver qué encontraba? A lo mejor hallaba una prueba que la policía hubiese pasado por alto, un documento o algo por el estilo…una parte de él se tomó su propia idea a broma, con un poco de mala suerte estaría brindando a la policía un sospechoso en potencia, pero la foto le salvaba, imposible empujar a nadie estando a esa distancia con una cámara en la mano. Sus ojos vagaron sin rumbo por la barra y por las raciones de comida encerradas tras el vidrio, observaron desidiosos los hielos derritiéndose, ahogándose en el líquido oscuro del vaso…tras unos segundos sin pensar en nada la decisión llegó sola…decidido, iría a husmear por los alrededores del castillo, más que para resolver el misterio para matar un poco el aburrimiento que le acompañaba desde que su avión había aterrizado en Francia. Podía llegar a ser una publicidad inmejorable para su periódico, un reportero de vacaciones que ayuda a la policía francesa a esclarecer un caso de suicidio, la idea le seducía, halagaba su vanidad…miró distraído hacia la derecha, el ruido de las patas de un taburete golpeando el suelo le había sacado momentáneamente de sus afanes detectivescos, y el que se había sentado allí era…sin lugar a dudas, era el agente que le había atendido en la comisaría, incluso le estaba saludando, con una sonrisa torcida y unos ojos más propios de un enajenado que de un policía, aquellas cejas eran terribles…el reportero inclinó ligeramente la cabeza, devolviéndole el saludo, pero sintió el impulso apremiante de salir del bar de inmediato, a pesar de tener el vaso a medias, un impulso que no trató de contener ni medio segundo, sencillamente hay gente en cuya cercanía no estamos a gusto. Dejó un billete, salió del bar sin mirar al policía y empezó a caminar hacia su coche, que estaba estacionado a pocos metros de la entrada del hotel. Estaba pensando en lo mal que lo estaría pasando de ser una persona supersticiosa, precisamente cuando estaba pensando en jugar a los detectives había visto aparecer a aquel pájaro de mal agüero…y precisamente pensando en ello trataba de colocar y ajustar los retrovisores de su coche, y pensando en ello vio al policía entrar en un coche aparcado unas plazas detrás del suyo…demasiadas coincidencias ya, casi parecía que le estuviera siguiendo, pero la parte racional del detective dictó sentencia, casualidades, nada iba a apartarle de su recién estrenada aventura. Arrancó el coche, intranquilo a pesar de su escepticismo, pero por muy escéptico que fuese era imposible ignorar la presencia del coche negro que iba siguiéndole a través de las enrevesadas callejas del centro de la ciudad. No se libró de él cuando entró en la autopista; cuando aumentaba la velocidad el coche negro hacía lo propio, cuando la disminuía no era adelantado, a veces parecía que el coche negro desaparecía, pero acababa surgiendo de detrás de algún coche…el reportero estaba más que convencido de que le estaban siguiendo, pero por pura tozudez y cabezonería americanas abandonó la autopista por la salida de la costa para ir hacia el castillo. El coche negro seguía detrás. Vio la señal y el camino de tierra, ya no había lugar para las dudas, si el coche negro torcía también por aquel camino significaba que la policía del pueblo no quería perderle de vista. Tomó el camino a más velocidad de la necesaria, dando un volantazo, como si así pudiera despistar al otro coche, y empezó a subir la larga curva que le separaba del castillo. Aparcó en la misma explanada de la mañana anterior, miró por reflejo hacia la torre donde había aparecido el presunto suicida, y suspiró aliviado al ver que el coche negro no parecía haberle seguido. Entró en el bosque de plátanos, mirando al suelo; no sólo se trataba de buscar pruebas, sino de hallar un lugar por el que poder acceder al castillo, y para ello debía caminar por aquel bosque que rodeaba totalmente las murallas. Los chasquidos que producían los pájaros al pasearse por las ramas de los árboles le alarmaban a pesar suyo, aún tenía los nervios alterados a causa de la persecución y de lo extraña que era aquella historia vista en su conjunto. Llegó a una zona más espesa del bosque, muy descuidada, donde zarzas y arbustos bajos lo cubrían todo; decidió continuar, ya se veía entre los árboles la parte trasera del castillo…caminó un trecho con dificultades, levantando mucho las piernas, notando como las espinas se clavaban en sus calcetines, y empezó a escucharlo…al principio no se lo creía, creía absurdamente que aquel ruido lo producía el eco, tuvo que pararse a escuchar para darse cuenta de que alguien que no era él estaba caminando a sus espaldas en el zarzal…el periodista apretó el paso, de repente tuvo mucho miedo de retroceder y enfrentarse a quien le estuviera siguiendo…salió del zarzal y descubrió que la parte trasera del castillo no tenía foso, lo habían rellenado para plantar un modesto jardín lleno de rosas. El fotógrafo, en medio de un ataque de paranoia, jadeando y sudando un sudor frío que le helaba las sienes, atravesó el jardín a la carrera y entró en el castillo por un pequeño postigo abierto, cerrando la puerta tras él. A su derecha había una escalera de piedra, a su izquierda había un pasillo muy oscuro que quizás condujese a alguna sala del castillo, no podía saberlo, relacionó la escalera con la torre y echó a correr hacia allí. La escalera no estaba del todo a oscuras, pequeñas aberturas en forma de proyectil se abrían en la pared de su derecha, pero…al principio no se lo creía, pero un ruido de pasos acelerados subía la escalera tras él…tuvo ganas de gritar, pero no quería delatar su posición, y empezó una carrera frenética, que no acabó hasta que el periodista llegó a la torre y cerró la puerta de la escalera corriendo el enorme madero que hacía las veces de pestillo. Alguien empezó a dar golpes en la puerta, con tanta virulencia que el reportero estuvo a punto de caerse de espaldas a causa de la impresión, a causa del miedo que recorría todos los músculos de su cuerpo. Dio unos cuantos pasos para alejarse de la puerta y se abrazó a una de las almenas, uno de sus brazos colgaba hacia fuera…los golpes seguían, frenéticos, terribles, el periodista miró hacia el bosque de plátanos…bajo uno de los árboles había un hombre sacando una foto.


Basado en una idea de Manuel García-Cervigón, Walter Rossi y Sebastian Asens.

Texto agregado el 11-06-2013, y leído por 62 visitantes. (1 voto)


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