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Déjenme, blancas gaviotas, las memorias del galeón más antiguo que hayan rondado. Si volaron entre la pólvora y los gritos bárbaros, si comieron de los miembros cercenados, cuéntenmelo. Yo también quiero ser carroñero de piratas y capitanes de alta mar.

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Aves optimistas que se despiertan cantando. Su bostezo matinal es una flauta cargada de aurora y con aliento a rocío. Sacan al sol de su recóndito establo con la fuerza armónica que brota desde sus plumíferos pechos. ¡Qué plácidos han de ser sus sueños para despertar cantando con semejante júbilo! ¡Seguro que en sus sueños siguen dejando estelas en el cielo! Ustedes, aves optimistas, ¡dichosas son de ignorar la tierra!

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Al final del día, la luna es el comienzo.

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Quería ser alas de mil cielos, andar de muchos caminos, navío de todas las olas, hoja a merced de todos los vientos, sueño en todos los tálamos; como la negrura de la noche, quería abarcarlo todo y serlo todo. Entonces conocí la luz. Decidí ser tuyo. Soy todo.

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Abro los ojos, y batiendo los párpados procuro sacudirme la muerte. Pero siempre quedan restos colgando de las pestañas.

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Bella y sonriente como la luna que mengua. Es mi memoria el cielo donde brillas sin consumirte nunca.

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¿Quién no ha procurado el calor del vino para aliviar el frío del corazón?

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Definitivamente su sexo ardía con la furia de las tormentas, y humedecía igual. Bastaba la carne cruda de sus pezones para alimentar mi boca felina. Sus caderas amplísimas eran huéspedes hospitalarios que ofrecían con generosidad su recinto cálido. ¡Ay, qué dulces insomnios padecí en sus nalgas de sueño! Me desbordaba dentro de ella y sentía la convulsión cómplice de su vientre. Pero siempre estuvo destinada a que hoy hablara de ella en pretérito.