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En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco galgo corredor. Perro escuálido, pinto y de hocico de lanceta; quiera ser olvido del infiel Cide Hamete Benengeli el escribir tantas peripecias y disparates acometidos por el chucho, cuyo nombre fue carencia del escritor darlo a conocer. ¿Acaso por escasear de apelativo ilustre? Se ocurre: Lanzarote; por ser animal más pulgas y garrapatas que pellejo y huesos. Insubordinado, malhechor de hurtos, sin dar tregua al ama de fregar las aguas menores con las que rociaba muebles, muros y arbustos. Quizás por carecer de noble cuna, el perro se perdió las correrías de su alienado amo, para socorrerlo en enderezar entuertos y al ser un animal baladí quedó solo en casa: mordiendo enseres y cebando pulgas. ¿Y si no hubo olvido? ¿Y si el autor contó con el chucho desde un principio? Galgo corredor no en vano está escrito, perro rebelde tal vez, pero tan leal como el que más, cuidadoso de su amo y dispuesto a protegerle de: arranques, disputas, castigos y enredos. Cuando el caballero de la triste figura arremetía contra gigantes, el perro salía al encuentro del loco amo, ladrar, saltar y desquiciar a Rocinante como objetivo, para evitar el penoso choque contra el ejército de aceñas. No hay más señas del perro al avanzar en el libro. Alguien de oscuro designio decidió desvanecer al travieso chucho y arrebatarle un puesto de honor en las letras. Hacer del perro una ilusión, en castigo por moderar al impetuoso amo y conducir las desventuras del flaco hidalgo al sosiego y reposo y no levantar el hilarante gozo del lector insomne. El chucho quedó condenado por un único juez, jurado y verdugo a ser tachonado y eliminado del inmortal libro. |
Texto agregado el 11-06-2013, y leído por 231 visitantes. (0 votos)
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