Hoy traigo dos pecados, padre. ¿Sabe cuál es el número uno? Que no me confieso ni comulgo desde que hice mi primera comunión cuando niño. Ya profesionista de 27 años al casarme por su iglesia me pidieron que me confesara y le dije puras mentiras al padre, que por cierto quedó muy contento con los consejos que me dio, desde luego por respeto en la ceremonia de la boda, mi mujer comulgó, yo no. Ese podría ser mi segundo pecado aunque yo no lo creo así. El número tres en todo caso es por el que vengo con usted. La verdad no sé si es pecado o no. Es muy largo de contar y a alguien tenía que decírselo y quién mejor que usted ya que no nos conocemos y probablemente nunca nos volveremos a tratar y yo necesito desahogarme y además usted está obligado a guardar el secreto de confesión.
Empezaré diciendo que de niño mi madre me llevaba a la iglesia donde aprendí principios morales. Para mí desde entonces el honor de la familia ha sido lo primero Yo siempre fui un niño aplicado en la escuela, puros primeros lugares incluso en la preparatoria.
Estudié medicina en la mejor escuela de la capital de mi país donde me gradué con honores. Mi vida profesional realmente ha sido un éxito, médico especialista, después jefe de sala en el hospital donde trabajaba y terminé de director del mismo. Por razones burocráticas de los sistemas de salud me vi forzado a retirarme, eso sí, con muy buena jubilación. Mi mujer y yo estábamos pues sin problemas económicos.
Donde está el problema es en nuestra vida familiar. Al principio felices con tres hijos hombres. Cómo mi trabajo me permitía bienestar los eduqué en un colegio muy caro, de jesuitas, tanto por mi status quo como por la asertividad de la enseñanza. Sin embargo se acostumbraron a ser niños ricos y vivir con comodidades sin poner esfuerzo por su parte.
Ninguno de los tres quiso estudiar medicina donde hubiera podido acomodarlos sin problema. Sé, porque ellos me lo dijeron que la medicina era muy difícil y mejor no. El mayor por fortuna salió de ingeniero industrial, se casó y tiene dos hijos, una nena y un joven muy inteligente. El segundo lo corrieron de ingeniería por reprobar materias y entró en una facultad de esas facilonas donde salió en licenciado en computación, además se casó con una compañera de escuela (ella ni siquiera se recibió, me da la impresión de que entró a la escuela a buscar marido), con dos hijas preciosas. Y mi tercer hijo, según él, terminó la carrera de ingeniero pero nunca sacó el título, además lleva dos divorcios (las chavas se han divorciado al ver que había poco dinero). En fin esa es la historia familiar y ahora le contaré donde está el problema.
El dinero usted bien lo sabe es como el agua de un nivel alto de inmediato corre a un nivel bajo. Mis hijos acostumbrados a vivir bien, como su sueldo no les alcanza se han lanzado al dinero de mi jubilación y mi mujer los ayuda y yo por debilidad he dejado que esto acurra. El hijo mayor compró una casa en abonos, no tuvo para pagarla ahí me tiene usted apoquinando mensualmente una buena cantidad de dinero. Mi hijo, el de las dos “niñas preciosas”, ha perdido el trabajo varias veces y he tenido que ayudarlo, las niñas han cursado en escuelas de lujo y yo soy el que paga las colegiaturas. Actualmente la mayor de 17 años cursa en tercero de preparatoria. Desde pequeña ha sido mi princesita.
Tuve una agradable sorpresa cuando esta “princesita” me avisa que quiere estudiar medicina y que si la ayudaba a estudiar para el examen de admisión. Y ahí me tiene padre consiguiendo el temario y desarrollando el mismo. La verdad no es fácil, pero en un año y con dedicación se puede fácilmente triunfar en este examen. Todo iba bien por dos semanas (estudiábamos dos horas diarias), cuando mi nieta se dio cuenta de que de verdad tenía que trabajar no puso buena cara. Un sábado estábamos mi mujer y yo en la casa y nuestra nieta llegó y de entrada me dijo “abuelo quiero hablar contigo, ya no voy a estudiar medicina”. Así de sencillo, mi mujer y yo la cuestionamos “¿por qué?”, ella puso su carita de yo no fui y nos comenta: “es muy difícil, hay que memorizar mucho y si el examen de admisión es así, cómo no será la carrera”.
Le juro padre que no me enojé, es mejor saber de antemano que no serviría para médica, lo que sí es que sufrí una terrible decepción. Además está el problema económico, la joven lo que quiere es seguir en el colegio de lujo donde cursar una carrera de las de moda. Hice un recuento de mis posibilidades económicas. Y yo no podría pagarlo a menos que tuviéramos muchas estrecheces mi mujer y yo. Lo que no me parece justo. Mi mujer me apoyó nos pusimos de acuerdo y ella le dijo a nuestro hijo: “te ayudaremos con las niñas hasta la preparatoria, la universidad que la estudien en la Universidad Autónoma del Estado, si quieren estudiar”. Esta universidad es sin costo.
Por chismes que nunca faltan en la familia me contó una persona (de todas mis confianzas) que mi nuera al saber la situación dijo: “viejo avaro, egoísta, él con tanto dinero y no quiere ayudar a nuestras hijitas ¿no que las quiere mucho?”
Y aquí me tiene padre, yo sé porque conozco a mi esposa que ella va a terminar cediendo. Pero, la economía no sabe de cariños. Hay o no hay dinero. Y la verdad no me alcanza. Así que al negarme me voy a quedar solo. El abuelo feo.
Y aquí viene mi último pecado aunque no estoy seguro de que lo sea. Dígame francamente, padre: ¿usted cree que lo hice perder su tiempo?
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