¡Mi duende de sábado ya has amanecido!, has fumado entre mates mis apuros semanales también he prescindido de los años para sentirme menos acomplejada, ¡oh, más huraña y melancólica!
Huraña-araña, hay telas acumulando polvo y vinagre en mis zapatos de sábados y respectivos domingos, soltando huellas indiscretas y torpes van las solapas, ésas de cartón y desteñidas.
Me sale mirarte y antes de que me importunes no callaré el extravío que me araña la conciencia. (Y hablo de conciencia para desligarme como rata en el tejado del significado de Alma, alma que ha dejado hilos de dudas en mis labios)
Sí, así es, me calzaré los zapatos que antes de percudirse eran azul marino, me colocaré el más indicado de los tres chalecos que conservo de mis años quiméricos aún enfermizos de poesía y nostalgias, el chaleco es un azul eléctrico como la fusión que se construye en las venas, me ahorraré la descripción convencional del bobo chaleco para dar lugar a la tibia singularidad de que lo recogí en una feria americana de ropas usadas, naturalmente con el precio de tan digna compra hoy bastaría solamente para comprarme un alfajor de maicena.
Pero bien, falta el pantalón de jeans descocido en las rodillas y una camisa la cual ha sido motivo de atención en varias ocasiones, es tarde por ser las seis pm, ha anochecido, y ya se advierte que en esta época del año oscurece espantosamente porque en la brevedad de dos semanas vendrá el cadavérico invierno.
Es el cumpleaños de D..., y D es joven, la juventud me genera desconfianza en ciertos espacios de días, francamente no soy yo ¡es esa estúpida actitud de perezosa que he adoptado sin más ni menos!
No me considero una persona sociable y así he de vivir porque no me molesta, jamás he necesitado de la atención ni aceptación de nadie para lograr mis objetivos, solo el dibujo y la escritura podrán culparme de la frivolidad inadvertida que me eclosiona la rutina.
Mi rostro en el espejo es muy distinto al que me imaginaba, ese rostro me parece un insulto, turbios surcos siembran cosecha entre los ojos y lo grueso de los labios, y el pelo, el cabello no es más que maleza fragmentada... pero a comparación de mi Madre no me veo tan mal y lo sé, mi abuela me ha dicho que no ha de compararse uno con otras personas y más aún si se nos parecen, ¡anciana fatigosa!
Estoy llegando tarde y la impuntualidad es mi carta de presentación, espero no aparecerme cuando la fiesta se haya llenado, no me agrada la gente, más cuando la desconozco y hay en multitud, no son nervios los que me invaden sino la falta de motivación.
Desearía encontrar algún niño, anciano o tan solo la fiel compañía de un animal en esa representación de caretas inflables, a los pocos cumpleaños que he asistido (más por obligación que por intención propia) he terminado jugando con niños o hablando del pastel de torta con alguna anciana, pariente cercana de la cumpleañera pero fuera del marco de relaciones sociales, prefiero la espontaneidad antes de cuidar las formas y demás acciones predeterminadas, si, alegres e irresueltos niños me siento representada en sus miradas.
He decidido no ir, mientras daba riel al hilo de estos pensamientos me entretuve dibujando para ver si me venían las ganas de salir en dirección hacía la plaza del centro. Pero no, la obra en proceso ha sido más fructífera que mis infantiles actitudes frente a las demandas demenciales del mundo.
He aquí, un té a disposición y cuatro paredes dispuestas a resguardarme de lo que llamo gente y vida, una cama desarreglada y libros por doquier acompañando la soledad habitual de mis pasos. Mañana será Domingo y he guardado los zapatos y el chaleco para otra ocasión, la camisa se ha impregnado del perfume a limón con el cual la rocié y no será excusa para lavarla ni mucho menos. Me siento en cuclillas y recobro la calma que me habían quitado esas demandas externas incapaces de favorecer a una contradictoria conciencia como la mía. Recobro la calma y con eso ha de alcanzarme. |