Laura y Rosalía
Desde lejos se escuchan las risas cantarinas de las dos niñas, sentadas bajo la sombra de un árbol. Platican de sus cosas, se cuentan secretos tal vez...no tengo forma de enterarme, pues hablan en Cackchiquel, lengua Maya de extrañas cadencias y sonidos totalmente ajenos a mi. Que el inglés o el italiano sean más familiares a mis oídos es un fenómeno común en este país donde me tocó vivir. Las niñas son primas y trabajan en casas del vecindario, ambas cuidan a los bebés de los patrones, limpian, cocinan, y los sábados van a un instituto cercano para terminar la secundaria. Las dos tienen dieciocho años. Las dos tienen cabellos negros y brillantes y dientes blanquísimos que muestran a menudo, son amables y siempre se sonríen conmigo. Usan sus trajes regionales, explosiones de colorido y belleza que ellas mismas bordan con hilos de colores para formar mariposas, flores, frutas, pájaros. Un arte que tiende a desaparecer pues me cuentan que ya existen máquinas capaces de imitar el trabajo, a una fracción del costo y en mucho menos tiempo.
Las niñas se encuentran bajo este mismo árbol cada domingo y yo les pregunto por qué no van de paseo, al parque, al zoológico, o simplemente a darse una vuelta por alguno de los tantos centros comerciales que ahora abundan en la ciudad, microcosmos donde los ciudadanos conviven en estos tiempos.
Laura, la más comunicativa de las dos, me explica que les da temor acercarse a esos lugares bonitos, tan llenos de gente elegante...como nunca me ha parecido que mis paisanos o yo, en términos generales, seamos elegantes, me toma de sorpresa la chiquilla, quien añade, para hacerme entender mejor
- Me da miedo que no me dejen entrar, que me digan que es prohibido para mi...
Y me lleno la boca diciéndole, "educándola" que no sea boba, que eso no puede pasar, que nadie en el mundo puede prohibirle entrar a un lugar público, que si los derechos humanos, etcétera, etcétera...y mientras hablo ella me observa con una sonrisa triste.
Y me doy cuenta de pronto de lo estúpida que soy. A mi nadie me impide entrar a dónde me de la gana, a mi, que por azares del destino nací con la piel paliducha y la estatura elevada.
Pero he oído a gente supuestamente "buena" que van a la iglesia y que han aceptado a cristo como su señor y salvador, digo, he oído a esta buena gente comentar que tal o cual lugar se ha arruinado por la presencia de "la servidumbre" los domingos.
Y es cierto, en este país chiquito, hermoso y enfermo donde me tocó vivir, puede ser que eso pase, puede ser que a estas niñas no las dejen entrar... no lo sé...y el corazón se me estruja y quisiera tomarlas en mis brazos, adoptarlas legalmente y asegurarles que jamás nadie va a prohibirles nada...en vez de eso, las invito a un helado y las dejo con su plática y sus risas.
|