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Inicio / Cuenteros Locales / aleos / Reescribiendo el más que viejo testamento. Génesis: La creación.

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GÉNESIS

La creación

Después de lo que pudo ser una eternidad o unos segundos de tediosa soledad, cosa imposible de definir por la falta de datos y porque el Tiempo no había sido creado aún, Dios por fin se decidió a hacer algo. Pudo haber empezado por una nebulosa de colores deslumbrantes, por una imponente gigante roja o un misterioso agujero negro, al fin y al cabo era Dios, omnipotente y sin el riesgo de ser criticado en caso de que el ambicioso proyecto fallara, pero como apenas iba entrando en eso del quehacer artístico decidió crear el cielo y la tierra [Génesis 1:1]. Lamentablemente, al crear el cielo y la tierra Dios, confiado en la infinitud de sus capacidades, había laborado literalmente a ciegas y el resultado fue que la tierra estaba sin forma y desierta, tan mal hecha que Dios deambulaba de aquí para allá sobre la superficie de las aguas que sólo él sabe en qué momento y de dónde surgieron dichas aguas [Génesis 1:2]. Cansado de tropezar con cuánta piedra se le pusiera enfrente dijo Dios: “Hágase la luz”. Y así, sin mayor trámite que sus deseos llegó la luz, lo cual no hace sino dejarnos mucho más asombrados por el poder de Dios puesto que todos sabemos que la luz necesita una fuente que la emita, pero claro, ¿qué somos nosotros y nuestro conocimiento en comparación con su palabra? Ya con luz, Dios anduvo más seguro entre las aguas y podía saber con certeza si tenía los ojos cerrados o abiertos, y agradecido por no golpearse más el dedo meñique del pie con las piedras vio que la luz era buena (aunque en realidad era la primera vez que veía si recordamos que antes andaba a oscuras). Entonces a Dios se le ocurrió que cuando hubiera luz se llamara día y cuando estuviera oscuro se llamara noche, sin importar el hecho de que la oscuridad es sólo la ausencia de la luz, y tardó tanto en pensar un nombre original para dichos estados que cuando se dio cuenta se le había consumido el día entero [Génesis 1:3-5]. Tan deslumbrado estaba por la buena luz, que al siguiente día se puso a hacer expansiones sobre expansiones y a dividir aguas de las aguas y a hacer expansiones de las aguas y aguas de las expansiones, y a poner aguas sobre expansiones y expansiones sobre aguas, con tal embrollo que a la expansión de más arriba le llamó Cielo [Génesis 1:6,-8], olvidando que éste ya lo había creado en el principio, por lo que podemos suponer que el segundo no fue un buen día. Al tercer día, cansado de tener los pies mojados, Dios decidió separar la tierra de las aguas. Al lugar donde estaban las aguas le llamó Mar, y como eso de ponerle nombre a todo lo que se le ocurriera iba a ser cansado puesto que ya preveía el trabajo que se le avecinaba decidió llamarle a la tierra seca Tierra. Entonces vio que era bueno tener un lugar donde secarse después de la empapada que se llevó por deambular en aguas de ignoto origen. Para dios era claro que algo faltaba en la desértica tierra y pensó “¿qué tal unas plantitas?”, y la tierra comenzó al instante a producir toda clase de flora, incluidas hiedras venenosas y plantas carnívoras que estarían en ayuno hasta que se inventaran los animales. Luego, fastidiado de a cada nuevo día tener que hacer el necesario conjuro del ‘hágase la luz’(necesario ahora no sólo para ver sino para que la vegetación pudiera hacer la fotosíntesis), a Dios se le ocurrió crear algo que hiciera la luz en su lugar. Andaba inspirado y se le ocurrió crear un enorme reactor nuclear que transformara el hidrógeno en helio en cuyo proceso se liberaría luz y calor suficiente para alumbrar y mantener cálida su obra por muchos años. Pero el artefacto le resultó tan enorme que fue necesario colocarlo a 150 millones de kilómetros de distancia para que no le fuera a achicharrar la obra; la luz tardó unos 8 minutos en llegar a la tierra, pero después de eso ya no se notaba la demora y la luz era constante. Entonces decidió que esa lumbrera señoreara en el día, lo cual estaba explícito puesto que era la que generaba ahora la luz. Con mayor precaución que la primera vez hizo un nuevo artefacto para la noche porque le parecía que la noche se veía muy sin chiste. Esta vez decidió que la lumbrera menor no generara luz, sino que fuera tan sólo una enorme roca girando alrededor de la Tierra y que con la luz que reflejara de la lumbrera mayor sería suficiente (no entendemos por qué le llamó lumbrera entonces sino alumbraba, sólo reflejaba). Pero como ya dijimos, ese día Dios andaba inspirado así que hizo billones de lumbreras como la mayor pero a una distancia tan increíblemente larga que desde la tierra parecían tan sólo puntitos blancos que intrigarían a la futura humanidad por siglos y que llamó Estrellas. Y así se le fue un, cabe decirlo, muy espectacular cuarto día. Como el día anterior se había lucido de creativo, Dios consideró que el quinto día no se podía quedar atrás y se puso a hacer enjambres de almas vivientes que volaran por los cielos y nadaran en las aguas. La variedad de especies era tan sorprendente que nadie podría poner en duda la magnificencia creadora de Dios (¿Quién se iba a imaginar en ese momento que la evolución explicaría de manera mucho más convincente lo que en ese momento parecía magia?). Y Dios les dijo: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen las aguas en las cuencas de los mares, y háganse muchas las criaturas voladoras en la tierra” [Génesis 1:22]. Dada la orden y como no había otra manera de seguirla, los animales empezaron a comerse entre ellos para poder tener fuerzas para reproducirse y llegar a hacerse muchos. Y fue el día quinto. Dios se dio cuenta de que había hecho animales para todos lados menos para la tierra y se puso manos a la obra. Dijo: “Produzca la tierra almas vivientes según sus géneros, animal doméstico y animal moviente y bestia salvaje de la tierra según su género” [Génesis 1:24]. Aquí observamos claramente lo omnisciente que Dios puede llegar a ser, pues creó animales domésticos antes de que existiera la domesticación, ya no se diga casas. Desconocemos si el ordenar la producción de animales movientes represente una rectificación de una idea original de crear animales inmóviles. Los animales se hicieron y a Dios se le ocurrió una idea que tememos vino a joderlo todo: crear al Hombre. En un acto de vanidad, como el artista que pone su firma en la obra, Dios hizo al Hombre a su imagen y semejanza pero carente de todos los poderes y habilidades mágicos que hacen dios a Dios, incluido el don de la inmortalidad. Como por estar hecho a su imagen y semejanza lo encontró bello y con porte de mando, Dios dio su permiso y su bendición al Hombre para mandar sobre todas las demás criaturas de la Tierra y hacer de ésta lo que mejor le pareciera. Ni tardo ni perezoso, el Hombre se dispuso a poblar la Tierra (bendito Dios por el placentero proceso) hasta el último de sus rincones y a arrasar y sojuzgar hasta la última de las especies. Y concluyó el sexto día. Satisfecho, cigarro en la boca y copa de vino en la mano (sustancia a la que después su hijo sería tan aficionado hasta el grado de transformar el agua en ella), Dios miró su obra. Viendo que le había quedado todo que ni mandado a hacer, se puso a descansar al séptimo día. Y es que Dios lo puede todo, hasta puede cansarse.

Texto agregado el 08-06-2013, y leído por 100 visitantes. (0 votos)


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