La noche me tendió su manto, sus ojos se cerraron y sus pestañas negras cayeron sobre mis recuerdos más queridos. Apenas 15 años toda una vida para amar, soñar, y recorrer caminos llenos de alegría. Pero así dentro de ese convento nada sería posible, la vida en ese encierro fue tenebrosa. Mi madre decidió que debería hacer mis estudios dentro del claustro, y me alejo del barrio, del ser amado, de mi vida de muchacha feliz. Mario se desespero igual que yo cuando me vio partir. Recuerdo que al llegar al colegio un hondo pesar me arrinconaba sobre mí misma, no atinaba a relacionarme con nadie, me dolía el corazón solo quería huir, escarpar, me sentía prisionera de ese mal que llamas encierro. Un día de tantos al finalizar la clase pedí salir al patio del colegio a respirar aire puro, así se lo dije a la monja que administraba en ese momento mis notas, ella mirándome fijamente me dijo -no. Nada estaba permitido, todo estaba mal, mis notas fueron pésimas y mi madre al enterarse me reprimió diciéndome que seguiría allí hasta que sacara buenas notas. Comprendí que tenía que hacer algo rápido de lo contrario mi vida no tendría sentido. Mario respondió a la esquela que le había hecho llegar, y me esperaba cerca de la plaza principal, como pude salte el alto cerco del colegio. Caí mal, me dolían las manos pero eso no impidió que saliera corriendo casi volando mientras las hermanas se comunicaban entre ellas de mi huida. Subí a la bicicleta de Mario que estaba ahí tan pronto como pude, y raudamente los pedales se hicieron alas y esas mismas alas nos elevaron a un mundo maravilloso donde no existía nada más bello que el amor puro y casto de la edad más importante de la vida del ser humano. El con 17 años, fue todo un hombre. El mundo esplendido comenzó ahí, ese verano de sol, de amor, de pedaleadas, risas y tantos besos que la primavera se hizo carne en nuestra piel. La luna nos acuno con su luz. En medio de la noche no existía el miedo, ni el dolor, ni nada parecido fueron dos días de dicha. La policía lo llevo a Mario a su casa y yo regrese al colegio. Hoy cuando recuerdo esas 48 horas de amor y juventud plenos de vida, me entra unas ganas de volver a nacer en mi barrio.
MARÍA DEL ROSARIO ALESSANDRINI
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