Common, my lady, hush.
Hush, my lady, hear my heart.
Hush my lady. Hush, for the night.
La música se mueve, avanza. Adelante, atrás. Izquierda, derecha. Arriba, abajo. corre bajo diferentes luces, toma distintos matices. Y luego, después de correr, vuela. Me habla, susurra. Y me cuenta una historia. Una historia pequeña. Tímida y escurridiza. Yo la convierto en letras. Pero la música, como la consciencia, es temporal. Y eventualmente se acaba. Y la historia muere con ella. Y entonces yo paro, vuelvo, abro los ojos y coloco una lista nueva. Y la música vuelve, reencarnada, a contarme otra historia, callada. Y, con el pasar de los años, yo me quedo con muchas historias incompletas, esperando en la eternidad de la tinta a que las termine y acabe su agonía, su interminable lujuria.
Las cambio.
Salgo a la calle, entre las naranjas lumínicas de la noche capitalina y grito:
¡¡Cambio historias incompletas por la mía propia!!
¿Como se supone que termine alguna si mi historia no ha sido contada jamas? |