Mientras Maria Rosa ordenaba su habitación miró el mueble que se encontraba al pie de la cama. Su imagen se reflejaba en el enorme espejo que coronaba el mueble.
Esa imagen proyectada era la de una mujer abatida, triste y sin fuerzas. Bajó su mirada y ahí estaba él. Fotos viejas, una vela consumida junto a la estampita de un santo estaba el cofre que guardaba las cenizas de Juan. Ese cofre al que besaba todas las noches antes de dormir y al que en la mañana le decía la frase de siempre. La misma frase que le decía en vida.
Esa frase surgió como consecuencia de algún enojo en el inicio de la pareja, pero perduró como una suerte de pacto entre ellos. Ya habían pasado seis meses en que en una fría mañana de Abril decidió partir y desde ese momento Maria Rosa sentía una deuda con él. Juan deseaba que sus restos fueran esparcidos al mar, el lugar que hubiera querido vivir en la vejez y en el que se sintió tan feliz junto a Maria Rosa.

“Juan, hoy cumpliré tu última voluntad”, dijo. Buscó su mejor vestido (el luto lo dejaba por primera vez), acomodó en su pequeño bolso lo mas importante y decidió partir hacia el mar.
Después de algunas horas de viaje, al llegar decidió marchar inmediatamente a la playa. En el camino compró una rosa blanca que acomodó en el bolso.

Recorrió esa gran extensión de arena camino a los acantilados, sentía que lo hacía acompañada como en esos viejos atardeceres de verano. La fuerte brisa del mar ondeaba sus cabellos, las olas del mar dibujaban montañas en la arena y el sol proyectaba sus alargadas sombras.

Había decidido que el lugar donde debía arrojar los restos debía ser el de los acantilados. Lugar donde acostumbraban juntos a contemplar la puesta del sol y donde se juraban amor eterno. Maria Rosa acostumbraba decirle “Juan, Juan , me vas a llevar a la tumba”.

Ella alzó la vista hacia el infinito, ahí donde el sol ya se escondía. Sacó el cofre del bolso, lo abrió y lo invirtió dejando caer las cenizas.
La brisa del mar le jugó una mala pasada, Juan se fue directo a sus ojos. Maria Rosa perdió el equilibrio y cayó al mar.


Nota del 21/10/2012 del periódico El Atlántico del Sur.
Sin consuelo se quitó la vida
Una anciana que no soportaba la perdida de su compañero de toda la vida decidió quitarse la vida arrojándose al mar.
El hecho ocurrió ayer en la zona de acantilados en momentos de la tarde, un ocasional transeúnte dio aviso a la policía cuando vio a una mujer arrojarse al mar luego de vaciar el contenido de una cesta.
La policía de la ciudad trata de identificar la mujer, cuyo cuerpo aún no apareció. En el lugar se encontró la cesta, un pequeño bolso y una rosa.