Son las seis de la mañana. En ese reloj siempre son las seis; mi papá dice que se descompuso. Hace un par de semanas que llegamos a los sabinos, yo, con mi mamá y mi papá. Yo no quería venir. Es un ranchito con muchas casas pero sin personas; hay mezquites por todas partes y bardas de piedra... hay mucho polvo... no me gusta. En las tardes salimos a ver los animales que mi abuelito le encargó a mí mamá ”que les echara un ojo”, que porque un día, van a ser de ella y luego míos. A mi no me gustan las vacas. Mi papá saluda a todos los señores y señoras que pasan, aunque no le saluden a él, o le saluden bajito, tan bajito que no sé si lo están saludando. La casa donde nos quedamos esta llena de macetas por todo el patio, y huele como a humedad, como a polvo... como a polvo mojado. Mi mamá dice que es de un material que no recuerdo su nombre, pero que parece lodo seco con piedritas. Lo tocas y se desbarata. Hoy en la mañana, cuando apenas me estaba despertando, mi mamá le platico a mi papá que escuchó a una mujer de madrugada afuera en la calle que decía cosas asustada, cosas como, ¡el anima viene atrás de mí! ¡dime qué hago!, ¡ayúdame dios mío! Dice que la miró dando vueltas de un lado a otro. Le pregunté que qué era un anima, y me dijo que nada, que no era nada y que siguiera comiéndome mi blanquillo. Siguen siendo las seis de la mañana, la luz del único foco del rancho da en el cuarto en que me estoy quedando y da directamente al reloj descompuesto. Cerraré los ojos para dormir, ya llegó la señora que acaricia y rasguña mis pies todas las noches. |