Me siento, la mesera se acerca sonriente y me intimido; colorado resuelvo a ordenar. Decido tomar postura indiferente, al parecer soy interesante para ella, que cada que pasa me vuelve a sonreír e intimidarme, haciendo que mis ojos cansados vayan de picada al mármol.
Se llama Tania, acabo de escucharlo en voz de una compañera suya quien la reclama en la barra.
Tania es extranjera, no distingo su acento, pero posee ese timbrecito que me ha embelazado; ¿podría ser argentina? o ¿chilena tal vez?
No tiene importancia, Tania es hermosa, su piel es blanquísima y el ajetreo de sus pasos hacen que dos chapas rosadas adornen sus mejillas, sus labios son carne que quiero morder, me vuelve a mirar con sus ojitos verdes y entro en un juego cómplice con la muchacha.
Ordeno y cambio de opinión a propósito, la mantengo a una distancia perfecta para contemplarla, para conversar con ella y enamorarme.
Me siento tímido de tocar otro tema, hacerle una pregunta que despegue de la carta que tengo en mis manos, vacilo, me atraganto de saliba y decido mirarla.
Me ha preguntado mi nombre, me dice que no es la primera vez que me ve almorzando allí, es cierto debe ser mi quinta visita al restaurante "Calle 356"
Pienso en contarle que la comida de aquel lugar me recuerda a mi casa lejana, pero que la razón principal de regresar es por ella y que ahora que se su nombre regresaré siempre y me enamoraré cada día un poco más, que si ella me permite, voy a amarla como se puede amar a una mujer hermosa.
Todo eso pasa por mi cabeza, en unos segundos, finalmente ordeno la ensalada jardinera y el spaghetti al pesto, me sirve un refresco de mango y me indica que ya vuelve con mi pedido guiñándome su ojo verde.
Tania es amable y cariñosa, suspira con el niño pequeño de la mesa de junto, se despide de los comensales y les sonríe, pienso que tal vez también está siendo amable conmigo y vuelvo a ensimismarme en mi indiferencia inicial.
Tania acrobática vuelve con una bandeja llena de platos y coloca la orden frente a mí; le agradezco sin mirarla, la celo de todos y siento extrañamente que me molesta su festival de sonrisas. Me siento un estúpido al verla alejarse, intento encontrar palabras que me saquen de la timidez, no las encuentro.
Al terminar los alimentos, me pregunta si deseo algo más (deseo detener el tiempo Tania, deseo hablarte de mí, deseo escucharte toda la vida), ordeno un café, ella menciona que el frío es terrible en esta época del año, que le cala los huesos, yo le sonrío; me dice que me he puesto colorado, que tengo las mejillas encendidas.
Con cierto temor le digo que ella también tiene la carita colorada, sonríe y pregunta mi nombre.
¡Rafael!, me llamo Rafael, Tania.
Su rostro vuelve a encenderse y tomando una bocanada de aire, le pregunto.
¿Dónde has estado toda mi vida? |