Solo diré que decidí suicidarme, y lo haría deteniendo voluntariamente los latidos de mi corazón, tarea desmesurada y laboriosa nunca antes intentada. Practiqué fatigosamente y pasé mil vicisitudes y sacrificios, durante muchos años, hasta el día feliz en que logré que mi corazón diera un último latido. Desgraciadamente, hubo un efecto indeseado: Mi mente no se apagó. Quedé paralizado en la muerte mientras mi cuerpo era enterrado y se corrompía sin dolor.
Ahora, después de tantas décadas, solo soy un hombre silente dentro de una caja, rodeado de huesos desgranados y tendones secos, viviendo una noche infinita, sin poder dormir.