Érase una vez, en un país no muy lejano una pequeña y acogedora villa a la que todo el mundo conocía como Villa de Rayuela. Todos aquellos que la habitaban eran artesanos y autosuficientes. Bueno, autosuficientes lo que se dice autosuficientes ... en fin, sí!
Aunque en toda la villa no había ni una capilla o templo de culto, pues no se necesitaba, sí que disponían de un pequeño local de trueque en el que se intercambiaban desde tomates y gorros de lana hasta buenos consejos, ideas interesantes y abrazos apretadines de esos que reconfortan y curan catarros, faringitis, gota, melancolía... Era precisamente dicho local el que daba nombre a la villa y es que, ni los más ancianos del lugar recordaban haber prescindido jamás de la cálida y acogedora librería. Rayuela rebosaba calidez y magia por cada uno de sus recovecos y quien allí entraba se veía irremediablemente envuelto por una sensación de plenitud y paz indescriptible.
Rayuela, estaba regentada por una exquisitamente encantadora bruja buena a la que le encantaba contar historias. Nadie conocía a ciencia cierta el origen de la bruja, que parecía tener tantos nombres como habitantes había en la villa, todos ellos impronunciables para cualquier simple mortal... Realmente, ni la propia bruja recordaba su nombre que estaba tan ligado a su librería como ella misma.
Rayuela era un espacio que invitaba a pasar y sentarse a leer un buen libro o incluso escuchar o contar una buena historia. Olía a tardes de invierno junto al fuego y chocolate recién hecho. Al fondo de la librería estaban las mejores historias de todas, no necesariamente escritas... Era justo allí donde se encontraba el Árbol de los deseos, bajo el que se acurrucaban los más pequeños a leer o escuchar. Justo al lado, la sección de horticultura, jardinería, historia, ornitología... y todo aquello que interesaba a los más ancianos de la villa. Ese era precisamente el motivo de que en aquellos pocos metros se concentraran las mejores historias, que son aquellas que los más experimentados ofrecen a los menos para que las mejoren y las vuelvan a contar una y otra vez.
En Rayuela, como en todas las librerías, había estanterías claro, pero los libros, no estaban necesariamente colocados en ellas con los lomos a la vista y un orden predeterminado. Nadie conocía el sistema pero todo aquel que entraba encontraba lo que quería. A la derecha, no muy lejos del pequeño mostrador, solían reunirse las autoridades locales a comentar las necesidades de los ciudadanos y a tomar decisiones importantes. Puesto que todos los habitantes de la villa hacían en Rayuela sus transacciones comerciales, no eran necesarios bandos municipales ni prensa local. Todos y cada uno estaban puntualmente informados de los acontecimientos de Villa de Rayuela.
La bruja era completamente feliz. Su abuela le había dicho que eso era una utopía porque la verdadera felicidad no existía, pero ella estaba segura de haberla alcanzado. No quería más de lo que poseía y la rodeaban personas en las que confiaba y a las que había llegado a querer. Ni tan siquiera se preocupaba ya por perder su magia, algo que al principio la tenía obsesionada. Y es que, aunque nadie más conocía su secreto, la magia de Rayuela y por lo tanto la de ella misma, latía en la llama de una vela que jamás se apagaba. La vela, se encontraba en su habitación, en una pequeña buhardilla a la que se accedía subiendo unas escaleras situadas muy al fondo.
Un buen día, la bruja se despertó sobresaltada. A través de la ventana, la noche era oscura y sin estrellas y el horizonte aún no se había teñido de ese naranja amanecer que tanto le gustaba. Últimamente no dormía bien. Las nuevas familias que se habían mudado a la villa la tenían un poco preocupada. Al principio le hizo muchísima ilusión. Le encantaba conocer gente nueva pero ya nada era como antes. De pronto, el corazón le dio un vuelco– “¿Mi vela?¿Dónde está mi vela mágica?”- No es que se hubiera apagado, no... ¡Es que había desaparecido! La bruja sintió un enorme peso en el pecho, no podía respirar. De repente, sin previo aviso, dos enormes lagrimones brotaron de sus ojos y corrieron por sus mejillas y después vinieron otros y otros más... y lloró durante tres días y tres noches. Durante ese tiempo, no se movió de la ventana, desde donde pudo contemplar con desesperación como los habitantes de la villa parecían no conocerse. No se tocaban, no hablaban... y cuando lo hacían se trataba de cosas intrascendentes. Los más ancianos eran los únicos que parecían querer decir algo pero a pesar de ser los más sabios, ya nadie los escuchaba. No había balones ni bicicletas en la plaza, delante de la librería y el dinero, hasta entonces desconocido en Villa de Rayuela empezaba a circular por las calles.
Estaba triste y asustada pero era una bruja con determinación y coraje, decidida a recuperar su magia, así que, cogió una maleta y se dispuso a marcharse para siempre. Al bajar las escaleras se encontró en un espacio completamente vacío y en el suelo, en el lugar donde se había encontrado su Árbol de los deseos... un libro. - Lo sabía, Rayuela no podía haber desaparecido del todo-.
NOTA: Ahora Villa de Rayuela, se llama Villa Fnac. Nadie parece conocerse y todos siguen la filosofía del “Ciudadano Unidad” Nadie sabe que fue de la bruja, aunque nadie se lo pregunta ya. Yo creo que está recorriendo el mundo con su maleta buscando olor a chocolate y a tarde de invierno junto al fuego...
La Maga |