LA CASA DE LAS PALMAS
Una vez pregunte quien había sembrado las palmas y me entere que fue mi abuelo . Cuando me sentaba al pie de cualquiera de aquellas altas palmeras y miraba hacia arriba, hacia aquel techo de hojas y palmiche, no entendía como un viejito tan frágil pudiera con aquellos gigantes que se alineaban a ambos lados de la vereda, como si custodiaran el camino hacia la casa donde me dejaba mi madre y donde pasaba las mejores aventuras de mi niñez, cazando pájaros, llenándome el estomago de los sabrosos y dulces mangos, allí, debajo del frondoso árbol . Pescando en el rió que atravesaba las tierras sembradas de tabaco , con la larga caña de mi abuelo y que solo yo podía usar. Solo me prohibieron cruzar el oxidado y estrecho puente hacia la única parte inexplorada de la extensa propiedad , solo me lo prohibieron, sin darme explicación .
Debo confesar que la duda y el miedo contuvieron mis primeros intentos de cruzar el viejo puente , de desobedecer la que considere arbitraria orden , pensaba que podría ser la inconsistencia de la madera del piso o el desgaste del metal oxidado por los muchos años y que podía caer allí , en la parte mas oscura y profunda del rió donde se habían visto cocodrilos nadando tranquilamente y de los que mi madre me había prevenido. Nunca fui un niño mal educado; respetuoso, callado y libre si lo fui y, a mis ocho años ya tenia formada lo que seria mi personalidad; no me gustaron nunca las cadenas ni los dogmas ni imposiciones ilógicas , odio los fanatismos y no creo en mitos sagrados ni en mundos donde solo lo visitan los que mueren . Cruce el puente, porque si Epifanio lo podía cruzar, que era un hombre grande, barrigón y calvo ¿ Por que yo no..? Unas piedras recogidas y que guardaba en mis bolsillos me daban una cierta seguridad , con ellas me defendería en caso de que algún animal desconocido y aun no inventado apareciera. Cruce y camine un pequeño tramo, la espesa vegetación no me permitía ver mas allá de unos cuantos metros a mi alrededor, una estrecha senda zigzagueaba y se introducía por dentro de la alta hierba , el primer día, la primera vez , vire y volví sobre mis pasos. En medio del puente tire algunas de mis piedras a los patos que nadaban tranquilamente en aquellas aguas oscuras y profundas, en la orilla el largo bote de Epifanio se movió ligeramente por la brusca huida de las asustadas aves.
¿ Cuantas veces cruce el puente..? ¡ Muchas..!
¿ Arcadio ? Si.. Como la tercera vez que cruce el puente me llene de valor y avance por el estrecho trillo, en mi mano llevaba una oval piedra lisa de la orilla del rió como poderosa arma capaz de derribar hasta a un dragón . Silencio; interrumpido por el canto de algún sinsonte y el silbar del viento al chocar con las agujas de las ramas del alto y viejo pino, que, se alzaba muy por encima de la tupida jungla de bejucos y espinosos arbustos y que atravesaba la sinuosa senda y allí, en medio de aquel laberinto, sentí una mano que tocaba mi hombro , con un movimiento convulsivo retire el contacto y con pavor me volví para ver el motivo de mi reacción ¡ Un enorme negro, negrisimo ! con una inmensa boca y una nariz extraordinaria parado detrás mio..
¿ Como llegue a la casa ? ¿ Como cruce el puente? No.., no lo se.
Si; aquel negro se llamaba Arcadio y era hijo de la negra, colosal y voluminosa, Micaela.
Fue una semana después que volví a cruzar el puente y en aquella ocasion no lleve piedras en los bolsillos, ya sabia que el negro era hermano de Epifanio y aunque el barrigón de Epifanio era un mulato bastante claro y sus facciones tenían un marcado acento negroide mi mente de niño no concebía el parentesco entre aquellos hombres tan diferentes en carácter y color . Epifanio agrio, soez , áspero; en cambio Arcadio , a pesar de sus lentos razonamientos , era cariñoso y delicado en el trato. Sus grandes manazas , su torpe andar , aquellos pies que jamas calzaron zapatos , su aplastado narizón y sus voluminosos labios rodeando sus disparejos y manchados dientes no mermaron nunca la estrecha y secreta amistad que surgió entre aquel gigante y yo.
Arcadio me enseño a hacer jaulas de pájaros con trampas , cometas de papel , por El adquirí el gozo por el tierno maíz asado sobre brazas de carbón, a no temerle a las inofensivas serpientes ,compartimos el gusto por los dulces mangos y el disfrute de elevar las cometas que confeccionábamos con las venas centrales de las ramas de los cocoteros y... el robo de las masas de puerco que Micaela guardaba en una vieja lata, llena de manteca de el propio animal . ¿ La edad de Arcadio ? Indefinida ; era como un niño salvaje, se diría que llego al mundo grande y aprendía las lecciones de la vida a la par mio pero se sabia fuerte y me brindaba la protección de la advertencia, el impulso y la destreza que necesitaba un niño criado en la ciudad con todos los mimos de una familia acomodada.
Mi abuela, racista española de la vieja escuela, jamas dejo entrar en la casona a Epifanio, no soportaba la presencia de aquel “negro”, como le llamaba . Arcadio y Micaela jamas cruzaron el viejo y misterioso puente de herrumbroso metal . Mi abuelo siempre supo de mis visitas al viejo bohio donde vivía la negra Micaela y sus dos hijos, de mis travesuras y de mi amistad con Arcadio, quizas en algún momento le recordé su propia juventud rebelde, apasionada y libre. Mi abuela murió y nunca supo que aquel cordón negro que sujetaba una pequeña bolsita y colgaba de mi cuello era un talismán para mi “protección” , preparado, encima de una olla llena de pequeños objetos de metal, sangre y plumas de una gallina sacrificada en un extraño rito, por la monumental Micaela , la bruja como le llamaba ella.
El tiempo que unas veces anda apoyado en muletas y otros utilizando alas no me dejo despejar muchas de las dudas que hoy a mis años aun me gustaría saber. Si, saber por que mi abuela cuando discutía con mi madre le gritaba que se parecía a la bruja , del por que del odio que ella le profesaba a cuanto negro había por los alrededores y especialmente a Micaela y a sus hijos. El por que mi abuelo permitía que Epifanio laborara libremente las tierras que quedaban del otro lado del rió y se preocupaba porque a aquella familia no le faltara nada para comer y, algo que si pude preguntar pero me contuve, algo que había oído o me pareció oír de algún trabajador de la finca y que hoy , debajo de estas palmas en las que el tiempo no tiene poder , quisiera saber, si, quisiera conocer como mi abuelo, un viejito tan frágil había podido colocar a aquellos gigantes a la orilla del camino. Quisiera saber quien escribió la nota en aquel pedazo de papel amarillo donde decía > Te extraño – y firmaba – “ alcadio” < Hoy me pesa no haber preguntado si era cierto que Epifanio era mi tío.
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