En busca de inspiración, en busca de una musa, de una luz que penetre mis ideas y las vuelque en forma de letras, de símbolos, en la hoja blanca que se encuentra, como flotando, sobre mi escritorio, anhelante por sentir mi pluma escribiendo sobre su piel blanca y suave.
Nada, ni un destello de excitación, de iluminación.
Una hoja en blanco y un vaso de whisky.
Pero de repente, como un grito de ayuda, una figura. No me atrevería a decir que es un hombre. No. Solo veo una sombra, que camina hacia mi, sin seguir los pasos de nadie. La sombra de una sombra quizás, se acerca a mi lenta pero decididamente mientras lo miro, temeroso desde mi asiento. Mi primer instinto es soltar un nervioso y titubeante “hola?”. Como un ofrecimiento de atención, de inquietud. Pero como era de esperarse la sombra taciturna se mantiene muda, no contesta, mientras sigue arrimándose a mi en busca de algo, ¿pero de que?.
Mi mano empieza a escribir sobre la hoja ya abandonada después de unos cuantos tragos. Mi mano escribe, pero mi mente esta en otro lado. Mis ojos clavados en ese sujeto que ahora se encuentra sentado frente a mi, siguiendo, con su mirada vacía, el flujo de mis pensamientos volcándose sobre el frío papel. Las palabras se escriben solas y ya no me encuentro en mi sala. En realidad si, pero el que escribe ahora no soy yo. Ahora contemplo desde arriba, desde algún lado, mi propio cuerpo, vacío, escribiendo. Escribiendo sin parar.
Los minutos pasan y con ellos las palabras, las letras que fluyen de mi puño. Mi figura se encuentra sentada, hipnotizada, como un autómata, escribiendo sin parar. El papel se llena de vida, mientras mi otro yo sentado en la silla, parece quedarse vacío. Vacío de alma. Miro toda la sala, pero algo falta, ahora la sombra ya no esta, la silla frente a mi ya no esta. Lo único que alcanzo a ver es a mi, mi otra versión, enfrascado en su propio mundo, en su propio relato.
Y, mientras contemplo desde arriba, desde algún lado comprendo todo. La inspiración puede llegar de cualquier manera.
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