Cuento sin nombre.
Habían nacido cinco cachorros, todos ellos de color café, todos menos uno, o mejor dicho: una.
Mientras tanto un niño era humillado por sus “amigos” y es que ellos ya habían comprado un cachorro y se burlaban de él porque decían que no tenía dinero para comprar uno.
Lo cierto es que era cierto, el niño era de escasos recursos; su padre era lavacoches y su madre vendía dulces en una mesita de madera.
El niño, con los ojos mojados, entró corriendo a su cuarto y quebró aquella pequeña alcancía; rejuntó los 8 pesos con 50 centavos que tenía y suspiró (creó que no le alcanzaba para el perro de 700 pesos).
El niño comenzó a llorar, hincado, frente a su alcancía quebrada y grandes lágrimas rodaron de su rostro, era el más puro llanto de un niño…
Su madre se acercó a él y al ver su sufrir, sacó de su mandil doscientos pesos y salió rumbo a la casa donde vendían los perros.
Ya en la casa, tocó la puerta y salió una señora, a la cual la mamá le dijo: -Buenos días, mire, no traigo mucho dinero para comprarle un cachorro, pero si me lo deja en pagos le doy doscientos y después le voy dando lo demás, qué dice-; a lo que la señora respondió: -Uy, ya no me queda ninguno, ya se llevaron todos los “doraditos que había”, nomás me queda una perra negra que nadie quiso”-, La madre le dijo: -Pues véndame esa…-, y la señora contestó: -Se la voy a dar, no la querían ni regalada, llévesela-.
La madre regresó con la perrita en brazos, y llegó a donde el niño. Y entonces, por cauces del destino, aquella cachorrita llegó a manos del niño que lloraba…
…y fue así que, el niño al ver a aquella perrita negra, desprendió de su rostro la sonrisa más natural y sincera que pudiese haber visto…
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